viernes, 15 de noviembre de 2019

LO DE LA SEMANA



Cuando lees en la prensa auto titulada de seria que, según las cifras que manejan tanto el FMI como el Banco Mundial, Evo Morales redujo a la mitad la pobreza de su país y que la prensa tan poco sospechosa de izquierdismo como el Wall Street Journal lo considera uno de los mejores presidentes que ha tenido Bolivia en toda su Historia, y luego ves que el líder de la oposición mayoritariamente blanca/criolla y urbana, un tal Camacho, afirma que por fin ha vuelto la Biblia al parlamento, esto es, allí donde sólo debería estar la Constitución, cuando sabes de los twitts de la presi en funciones que conminaba a los "indios" a volverse al Altiplano (no sé si diría también que a la jungla o casi...) de donde se supone que cree ella que no debieron salir nunca, cuando ves a los milicos... como siempre se ha visto a los milicos en el continente sudamericano; pues, oye, uno ya sabe que es un ocioso feisbukero que opina de todo desde su cómodo asiento delante de la pantalla y sobre todo a miles de kilómetros de distancia de donde ocurren las cosas que llaman su atención, y aquí también reconozco que la mayoría de lo que sé sobre Bolivia se lo debo a los libros de Miguel Sánchez-Ostiz sobre aquel país (casualidades de la vida y olé, todo esto coincidiendo con que tengo entre manos la Cirobayesca boliviana por la mitad...); pero, la verdad es que no puedo evitar empezar ya a hacerme una idea de por dónde van los tiros, y sobre todo de quiénes los disparan, vaya que sí.





Veo todos las mañanas a un padre acarreando en brazos a su hijo a la carrera porque llegan tarde al colegio,
Veo todas las mañanas a padres tirando con una mano del carrito donde sus críos llevan sus libros y material escolar mientras arrastran con la otra a sus vástagos que se resisten en ir al cole.
Veo todos los mediodías a críos que nada más salir de clase arrojan la mochila a sus padres para que se la lleven mientras ellos van dando saltitos camino de casa.

Veo todas las tardes a críos que hacen caso omiso a sus padres cuando les ruegan, por favor, por favor, que sean magnánimos con ellos y tengan la deferencia de aparcar sus juegos, o lo que sea que tienen entre manos, porque ellos andan con prisa para sus cosas de a diario.
Veo en todas partes a críos que imponen sus caprichos a sus padres a todas horas y en todos momentos. Si el niño no quiere lentejas, pues no se come lentejas en casa, ni se va a tal o cual sitio porque al niño no le gusta, y si el niño quiere la luna pues se pide un crédito en el banco a ver si...
Veo al capullo de mi hijo pequeño que cuando le replico que los camaleones no son invisibles, sino que sólo cambian de color para mimetizarse con el entorno, me suelta la mano, me frunce el ceño y me llama "listillo", qué sabrás tú de camaleones, no me hables, eres un pesado..."
Y es entonces, cuando el cuerpo me pide arrearle un sopapo en todos los morros para recordarle que no puede tratar a su padre de ese modo porque me debe respeto y obediencia, cuando me percato de que ya no me está permitido, que hacerlo me supondría, no solo ya cientos de miradas de reprobación a mi alrededor, sino incluso una condena en toda regla. Me siento indefenso, desautorizado, degradado, a merced de la nueva y verdadera tiranía de nuestra época.


 
En cualquier caso, el éxito innegable de la forma actualizada del viejo nacional-catolicismo español nos debería hacer tomar conciencia del periodo histórico en el que vivimos, donde el principal desencadenante del antagonismo que una vez más vuelve a dividir a los españoles en dos bloques irreconciliables, ya no es tanto la cuestión social como lo exclusivamente territorial. Cualquiera que tenga unas mínimas nociones de Historia de España sabe que esta se ha caracterizado por la mayor o menor confluencia de fuerzas centrípetas o centrífugas, que unen o separa, según cada momento histórico. Durante la llamada Transición, porque por muchos defectos o peros que podamos poner a dicho periodo histórico, por mucho que nos gustaría cambiar lo esencial del mismo, también deberíamos reconocer sus virtudes o aciertos. De ese modo, y al menos durante un breve tiempo como consecuencia del hartazgo tras cuatro décadas de dictadura, no se puede negar que predominaron las fuerzas centrípetas que querían llegar a acuerdos entre diferentes, que aceptaron el reconocimiento del otro, y de ahí el reconocimiento de las nacionalidades históricas recogidas en la Constitución del 78, la simbólica reintegración foral vasca y el amejoramiento del fuero navarro y la posterior conformación del Estado de las Autonomías. Ahora es el momento de las fuerzas centrífugas, el de que las que se repelen y separan retroalimentándose en sus antagonismos. Por un lado el viejo nacional-catolicismo español que solo entiende España como poco más que una Castilla ampliada y para el que no existe en su seno otra nación que la española y de ahí esa pretensión de ilegalizar los partidos que la cuestionen. Y por el otro, los nacionalismos periféricos surgidos para, en principio, defender la lengua, cultura y/o derechos históricos de su territorio frente al pujo uniformizador o colonizador del centro, de los cuales, no lo olvidemos, solo en Cataluña son mayoría los que propugnan la independencia como única alternativa para su nación. Ni unas fuerzas ni otras pueden imponerse al otro si no es mediante el uso de la fuerza que supone para los unos disponer a su antojo del monopolio de la violencia que da tener un estado que les respalda, o la inequívoca y contrastada determinación de los otros de no cesar nunca en sus reivindicaciones, tal y como demostraron en su momento las generaciones anteriores por mucha prohibición, cárcel o persecución a las que fueran sometidas por los primeros. O lo que es lo mismo, eso que decimos en euskera de “enbor beretik sortuko dira besteak” (del mismo tronco surgirán los demás). Con todo, los independentistas siguen siendo menos de la mitad en Cataluña, lo cual condena a este territorio un impasse sin solución a corto plazo que no sea a la exhibición de testosterona dialéctica desde un extremo y otro. Y en el País Vasco, y aunque se consolide el considerable y prácticamente definitivo antagonismo político entre su sociedad y la del resto de España con unos resultados electorales en los que los que defienden la idea nacional vasca, PNV, Bildu y Podemos de hacer caso sus los dirigentes vascos, son con mucho, pero que con mucho, más de la mitad de la población, y siempre en comparación con el unionismo de un PSOE ya sin capacidad alguna de ser alternativa al PNV y una derecha española sin representación parlamentaria en ninguna de sus formas, hay que ser muy ingenuo o entusiasta para pensar que el éxito arrollador del nacionalismo vasco corresponde a un ansia independentista que sólo comparte la izquierda abertzale y puede que también Egibar según tenga el día. De hecho, el éxito elección tras elección del PNV, ese que los otros nacionalistas vascos, los abertzales más puros de los puros, desprecian porque no les sigue en su idea de una Euskadi independiente como remedio para todos los males de la lengua y cultura vascas y que comparte menos del 30% de la ciudadanía vasca, reside precisamente, y esto lo digo sin ser votante del PNV, incluso siendo crítico en infinidad de cosas con dicho partido, pero al Cesar...., en la moderación que lidera el lehendakari Urkullu defendiendo una idea nacional vasca compatible con cualquier otra, incluso la ausencia de sentimiento identitario alguno, y también con la pertenencia a un estado como el español que la reconozca siquiera ya sólo a modo simbólico. Ni más ni menos que lo que pretendían los catalanes con su fallido Estatut por culpa de los jueces guardianes de la idea uninacional de España y que son a la postre los principales culpables de lo ocurrido en Cataluña por muy torpes o irresponsables que hayan sido luego unos y otros. La idea nacional vasca de Urkullu no satisfará nunca a los abertzales que conciben el conjunto de EH a la medida de su pueblo, allí donde los patriotas vascos y la hostia pues de vascos arrasan elección tras elección; pero, precisamente por eso, porque la idea nacional vasca de Urkullu no mira en exclusiva al pueblo de cada cual sino al conjunto del país, no a la aldea en exclusiva sino también a la ciudad, pretende ser tan integradora con aquellos vascos que también se sienten españoles que hasta facilita que muchos que votaban al PP, muchos a los que no les duele prendas considerarse también españoles, en realidad casi la mayoría, lo hayan hecho ahora al PNV como protesta por la deriva centralista y antiforal de sus nuevos dirigentes con la Cayetana siempre a la cabeza. En el País Vasco la idea de una España recentralizada y de régimen común para todos los españoles les guste a todos o no, esto es, una ley o nueva constitución que lamine no sólo el Estatuto de Gernika sino también el Concierto Económico, el cual ni siquiera Franco se atrevió a derogar para las provincias “leales” de Álava y Navarra, es simple y llanamente inconcebible, no la comparte ni la derecha que agrupa el voto más españolista, ni la aceptaría nunca la mayoría que asume o acepta el País Vasco como una nación. De hecho, sería un más que previsible casus belli, el cual no se puede saber en qué derivaría, esto es, si en un Process a la vasca o en la enésima asonada violenta al estilo de lo que decía Baroja en “Zalacain el Aventurero” que era la costumbre de los vascos cuando respondían a la llamada de sus antepasados para defender lo viejo frente a lo nuevo echándose siempre al monte. A decir verdad, y por mucho que le cueste reconocerlo, por mucho que le duela, al independentismo vasco, tanto los resultados electorales como todos los indicadores socio-culturales de la sociedad vasca, demuestran que el sino del País Vasco-Navarro a este lado del Pirineo sigue siendo el mismo que ha sido a lo largo de la mayor parte de su Historia, esto es, el de estar en España sin estarlo de verdad del todo, y que es a fin de cuentas lo que supuso históricamente el Régimen Foral, una soberanía compartida en la que todo lo de casa lo deciden los de casa, y el resto, pues oye, si conviene vale, pero si no, pues se acata pero no se cumple o sí, a saber, pactemos...A fin de cuentas, para qué engañarnos, España no es tanto una nación como una convención, ni más ni menos que todas. 


En resumen, maximalismos de un lado y otro en los que parece que no hay sitio para términos medios y sí para regodearse tirando de cada extremo de la cuerda. Y aun así conviene recordar que las etapas de mayor bonanza y paz a lo largo de la Historia de España han sido aquellas en las que imperaron la fuerzas centrípetas en cuestión, la de reconocerse y respetarse entre diferentes. Ya luego que cada cual saque sus consecuencias, en especial la de si merece la pena, si lleva a alguna parte, tirar de la cuerda con todas las fuerzas para acabar quedándose solo con los hilos en la mano.



En cuanto a lo de Vox, ya sabíamos que toda esa gente que odia por principio lo diferente y con especial saña a los diferentes, siempre había estado ahí, bajo el paraguas más o menos moderado del PP, y sobre todo con su carajillo junto a las barras de los bares de la España de los muy españoles. La única diferencia con lo de ahora es que ya no se avergüenzan de manifestarse a las claras como lo que siempre han sido: putos fachas. Ahora se reivindican como tales y gracias a eso sabemos que, como mínimo, hay aproximadamente cuatro millones de españoles que son nuestros enemigos porque si fuera por ellos el modo de vida que conocemos y concebimos como el mejor para el conjunto, la sociedad más o menos democrática y desde luego que lo mejor del sistema de bienestar que tanto ha costado construir, junto con los valores de los que nos sentimos tan orgullosos como el de la igualdad de oportunidades y la tolerancia, simple y llanamente desaparecían. Por eso normalizarlos tratándolos con el mismo respeto que merece una formación política democrática cualquiera no responde a los mínimos de cortesía en sociedad, sino a verdadera complicidad o cobardía. No se puede tratar como a un igual al que se erige en tu enemigo, hay que combatirlo. Vox sí es fascismo por mucho que se resistan los biempensantes de turno a reconocerlo blanqueando su discurso, a saber si porque simpatizan con este más de lo que estarían dispuestos a reconocer, o acaso solo por mera conveniencia, cuando no pura memez. Es la versión moderna, adaptada a los tiempos, agazapada tras la misma supuesta respetabilidad que en el pasado procuraron líderes como Adolfo o Benito para no espantar con su verdadera esencia a la gente de bien, temerosa por principio de todo extremismo, la que corre a acoplarse por miedo o conveniencia a la mayoría vociferante y todo en ese plan tan conocido.


*En la foto fascistas ataviados de "demócratas de toda la vida"





Y el caso es que, a pesar de todos los intentos de Pedro para dilapidar a Podemos, y esto a pesar de los escaños perdidos y el misil teledirigido a la formación de Iglesias y Montero en forma de partido conformado a todo correr por el pequeño Iñigo Trosky a servicio exclusivo de su infinita vanidad, y ya luego, y muy en especial, de todos y cada uno de los errores cometidos por Pablo Iglesias en su empeño de conformar una formación política a su imagen y semejanza siguiendo el manual del perfecto Stalin, la formación morada ha resistido el embate se mire por donde se mide. En efecto, yo creo que Podemos ha resistido, a pesar del claro retroceso, porque en la izquierda española no hay sitio entre la supuesta izquierda institucional del régimen del 78 y la izquierda alternativa y en apariencia reformista que conforma Podemos en sus más diversas formas. Con todo, también estoy convencido de que Iglesias va a seguir cagándola a base de bien por su concepción de la política tan presidencialista y su maquiavelismo de departamento de Ciencia Políticas tan alejado de la realidad de la calle, de que va seguir sumando disidentes en su empeño por reinventar el peronismo de izquierdas con la ayuda de su señora. Sin embargo, también creo que la alternativa a Pablo solo puede darse dentro de Podemos, esto es, en el momento en el que aquellos dentro de la organización que se le oponen consigan reunir las fuerzas suficientes para plantear una alternativa viable. Lo contrario es condenarse a seguir menguando tras la estela de la vieja Izquierda Unida.





El principal derrotado, no nos engañemos, no ha sido Rivera, éste simplemente ha confirmado todas las previsiones y junto con Ciudadanos ya es Historia. El principal derrotado ha sido Pedro Sánchez, esto es, el líder más votado en las pasadas elecciones y que por lo tanto tenía la obligación de pactar un gobierno dado que para ello tenía los números; pero, hizo todo lo posible para no pactar, y aquí da igual si al dictado de los poderes fácticos de siempre o por cálculo propio o de su asesor, por lo que convocó, con una desfachatez inaudita y hasta suicida, unas elecciones a los pocos meses de las anteriores convencido que de que así iba a aumentar su mayoría y reducir a la insignificancia a su hipotético socio pero sobre todo rival. Una frivolidad hiperbólica cuyo resultado ha sido, no solo que se haya quedado prácticamente como estaba con tres escaños menos, sino que además ha provocado que la ultraderecha integrista, xenófoba, homófoba, antifeminista, filofranquista y pancastellana sea la tercera fuerza electoral. Un resultado que corresponde, tanto a la abstención como consecuencia de la indignación provocada por la nueva convocatoria, como por lo ocurrido en Cataluña tras la famosa sentencia, y puede que también hasta como consecuencia de una estrategia premeditada, por supuesto que siempre con la ya predecible ayuda de los medios al servicio exclusivo de la II R.B, al.objeto de alentar ante el electorado de izquierdas el fantasma de Vox a todas horas y en todas partes, lo cual, a la vista está, le ha salido como un tiro por la culata. Pero tranquilos, que hay Sánchez para rato, solo faltaría que asumiera su responsabilidad por cagarla a lo grande dimitiendo en contra del precepto rajoiniano que establece que: "Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político".







Ocho de la mañana en el colegio electoral. Como ya vengo educado de casa, y además me he acostumbrado después de años en Asturias a que todo el mundo salude y devuelva el saludo, siempre cumplo el mínimo requerido en cuestiones de urbanidad. Y por eso mismo la mayoría de las veces sé que estoy en mi tierra cuando llego a un sitio, en este caso a la entrada de la casa de juntas de Armentia, y, tras saludar a las personas que habían llegado antes, solo me devuelven el saludo dos señores mayores mientras que el resto de los presentes se limita a mirarme de arriba abajo con el ceño fruncido y no dicen ni mú, como si acabaran de asistir a una escena que les suena de otros tiempos, cuento menos de los del Nodo o algo así: "¿de qué va éste, qué hace dando los buenos días, qué es eso, para qué, quién se cree que es?" En fin, "zomorros" vernáculos y la hostia de vernáculos, que diría el amigo Mikel. Luego ya dentro del local, y en cuanto empieza a llegar más gente, recuerdo que el distrito electoral al que pertenezco se compone, además de por varias localidades menores de la zona rural donde he vivido desde los dieciséis o algo así, también por uno de los barrios de Vitoria con la mayor concentración de soplapollas engreídos y tontos del culo, sí, de esos que parece que mean colonia, que ya es decir. Solo hay que ver la cara de inmenso fastidio que tienen algunos por la cosa esa de estar obligados a codearse por unas horas con ciudadanos del común, cuando no baja estofa o por el estilo. Si, como si el contratiempo que supone para ellos perder un domingo fuera mil veces más grande que el del resto de los simples mortales, al fin y al cabo simples muertos de hambre o casi.


Yo me enteré ayer de que iba de primer suplente y estaba esperando a que llegara el vocal designado en primera instancia o como se diga. El caso es que ya era la tercera vez que llamaban al tal X al que debía suplir y yo estaba experimentando la extraña sensación de odiar con todas mis fuerzas a alguien que ni siquiera conocía. Durante la espera, una de las suplentes nos asegura a los dos que andábamos con los dedos cruzados (mientras comentábamos de coña, que es como uno debe tomarse estas cosas y no en plan culo apretado y mentón elevado al estilo de algunos de los presentes, que, en distritos tan pequeños, rurales y así, se debería convocar a la peña a "batzarre" a primeras horas de la mañana con el fin de que, una vez reunidos todos, contestaran a mano alzada quiénes no van a votar al PNV para poder así terminar con el trámite cuanto antes y santificar el domingo como cualquier creyente temeroso de Dios), que a ella no le habría importado hacer la suplencia dado que así vivía una experiencia nueva, que la vida más o menos se amenizaba con ese tipo de cosas, y si encima era para servir a la comunidad mejor que mejor, que todos deberíamos estar obligados a algo así al menos una vez en la vida. Entonces, yo, que de natural soy un impresentable y de los grandes, no he podido evitar pensar: "menos mal que estás buena, porque si no ya darías demasiado asco". Luego ya me he percatado de mi abominable "agromachismo" y me he propuesto redimirme al instante de mi pecado visionando en casa media docena de vídeos de Irantzu Varela, más ya no.

Por suerte, al final ha aparecido el tal X. Un chaval de no más de treinta que parecía llegar todo empastillado de una noche muy movidita. Se ve que, como la comprensión lectora no es precisamente el fuerte de las nuevas generaciones, el chaval entendió que las instrucciones del folleto que nos repartieron a los convocados no decía presentarse a las 8.00 de la mañana para así tener tiempo de sobra para organizarlo todo antes de abrir los colegios electorales a las 9.00, no, sino que cada cual podía presentarse cuando le saliera del nabo entre las 8.00 y las 9.00.

En fin, que me he librado del marrón de tirarme todo el puto día sentado detrás de una urna esperando a que llegara alguno de esos vecinos con los que no me hablo, y a los que en el caso de una hipotética hecatombe zombi, y solo en ese caso -no nos escandalicemos de antemano, que os estáis todo el puto día escandalizando por cualquier salida de tono más o menos provocadora- no dudaría ni un solo instante en ir a reventarles la cabeza por si acaso. Incluso he tenido tiempo de acercarme hasta Zabalgana a desayunar para luego volver a votar una vez iniciada la jornada electoral en condiciones. De modo que ha sido al ir a elegir mi voto cuando me he dado cuenta de que algo muy chungo está ocurriendo en este país, Estado, conjunto de naciones ibéricas o como queráis llamarlo, ¿España?, cuando ya ni siquiera te decantas por aquellos con los que simpatizas en más puntos de su programa, si no ya solamente por los que te dan menos asco que el resto.

De cualquier forma, la escapada de este fin de semana ha merecido la pena, y no ya sólo para estar a solas con mi vieja, disfrutar de mi hermano y su familia, tomar marianitos a la mañana con el primo huido de paraíso chavista o salir a la noche a echar unas risas con los amiguitos de toda la vida, sino sobre todo para corroborar que las pencas rellenas de jamón y queso como están ricas de verdad es en salsa de Idiazabal y no con crema de espinacas, menuda puta mierda. Eso y lo rico que está el Ostatu del año, ahí con su cosica carbónica en plan reivindicativo de la principal seña de identidad enológica de este lado del Ebro.

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