viernes, 26 de junio de 2020

LO DE LA SEMANA


Estoy seguro de que si no hubiera sido por el pasado confinamiento no me habría fijado nunca en los vecinos de enfrente. Pero, entre los aplausos de las ocho y las llamadas telefónicas a mi madre por las tardes dando vueltas alrededor de la terraza, la verdad es que, no solo los he descubierto, sino que algunos hasta se me han hecho entrañablemente familiares.
La que más de todos, creo, la rusa rubia -y aquí dudo de si acabo de hacer un pleonasmo- que vive justo delante de la ventana de la cocina. Ya no es solo que la escuchara hablar por teléfono a gritos todas las tardes en la lengua de Dostoievsky, poco antes de que empezara la tanda de aplausos para los sanitarios. En ese momento, es de entender que tras la correspondiente ingesta de lo que fuera, la rusa aprovechaba para asomarse a la terraza colocando su pequeño chucho blanco lanudo al borde del precipicio sobre las patitas traseras al tiempo que le cogía de las delanteras para que aplaudiera al ritmo de los aplausos del vecindario. No solo entonces, esta semana además la he tenido que ver las tetas al mediodía desde el pasado domingo coincidiendo con la ola de calor. Me explico, no se me alteren. Resulta que esta semana, cada vez que me he puesto a fregar los platos de la comida hacia eso de las cuatro de la tarde, sobre el fregadero debajo de la ventana, no he podido desviar la mirada de esa otra que tengo justo enfrente coincidiendo con el momento exacto en el que aparecía la vecina y se quitaba el sujetador para tumbarse sobre la hamaca que tiene en la terraza aprovechando las altas temperaturas. Juro que no me recreaba y que enseguida apartaba la mirada por la cosa del pudor y así. Luego ya me volvía a mis quehaceres frente al ordenador hasta las siete, momento que aprovechaba para acercarme de nuevo hasta el fregadero con el fin de pegar un trago de agua fresca antes de salir con los críos a pasear. Entonces veía a la rusa apoyada el la repisa de la terraza con la bata puesta, siempre un generoso cubata de vete a saber qué en una mano y el móvil en la otra. A la vuelta de nuestro paseo vespertino me tocaba llamar a mi madre como todas las tardes; pero, como ya he adquirido la costumbre de hacerlo mientras recorro la terraza de un extremo a otro y así de paso miro las cuatro cosas que he plantado en las jardineras, siempre he tenido que esperar un rato a que las voces que la rusa pegaba a su interlocutor amainaran lo suficiente para poder comunicarme con la mujer que me dio la vida.
Así pues, cómo no dejarse llevar por la imaginación desbocada que lo acogota a uno más de lo me gustaría, cómo no fantasear con un Dimitri, Nikolai, Mijhail o por el estilo, siempre ausente que tiene a su señora apalancada en un piso de una ciudad del norte de España mientras él se ocupa de los negocios sucios de su clan en la Costa de Sol, y ya más en concreto del de la trata de blancas que tantos réditos parece que da a los suyos en lo que solo se puede calificar de total impunidad. E incluso, porque tal que así queda como muy de estereotipo de género y toca ya desmontarlos, en una dona de la mafia rusa. Nada que ver una antigua madame ni nada por el estilo, sino más bien una ex colega de Putin reconvertida al sector privado, que previamente ha traicionado a su clan a cambio de entrar a formar parte de un programa de protección a testigos que la ha llevado hasta aquí. Como que se me dispara tanto la imaginación que me digo que si eso mejor me saco un relato en condiciones para que luego me lo publiquen en SOLO NOVELA NEGRA, que no es cuestión desperdiciar las posibilidades que me ofrece la vecina rusa que se mama todas las tardes sola delante de mi ventana mientras grita a su smartphone palabras incompresibles, pero que siempre suenan a amenaza.
En cualquier caso, es entonces, en cuanto la rusa cuelga su teléfono y deja de recitar a Alexánder Pushkin en su lengua original, que empieza mi perfomance de todas las tardes hablando con mi madre a cientos de kilómetros de distancia. Suelo empezar con bastante buen humor, usando un tono por lo general sereno, bajo, que va subiendo el tono a medida que mi progenitora me cuenta las nimiedades de su cotidianidad consistentes en procurar hacer todo lo contrario de lo que recomiendan las autoridades sanitarias. A esto hay que añadir las discusiones a cuenta de la siempre muy particular interpretación de las noticias que hace mi madre después de escucharlas por tele o en la radio. Así pues, ríete tú de la rusa berreando reproches a su Vladimir o amenazas al funcionario al cargo de su programa de testigos, lo mío sí que son chillidos en toda regla y a todo volumen aderezados con raciales juramentos en los que la escatología sacra destaca sobre los de cualquier otro tipo.
Así que como para quejarme del espectáculo de todas las tardes que tan generosamente nos ofrece la vecinita rusa. Aquí, como en todo, que el que esté libre de culpa tire la primera piedra. Yo desde luego no, qué se le va a hacer. Suerte para todos, para los vecinos muy en especial, de que, si las cosas no se tuercen de un día para otro, a partir de mañana ya podré discutir con mi señora madre en persona. Ya tengo ganas, ya.

"...un ambiente de burguesía profesional, laica y progresista, con sus prontos y esquemas radicales, pero conservadores en los sentimientos más profundos."

UN HOMBRE EN LA RAYA - José Jiméne Lozano

Exquisita y sobre todo escueta descripción de una clase social de la que, en efecto, destaca esa hipocresía del progresismo más o menos de puertas afuera, acaso poco más que un signo de distinción de otro tipo de burguesía entre la que, por lo general, se han criado, pero cuyos esquemas mentales aborrecen porque ellos están más leídos y mejor educados; pero, ya luego de puertas adentro, pues todos los prejuicios típicos de la clase a la que de verdad pertenecen y entre los que destacan el mirar siempre por encima del hombro a los que no son de su entorno, el juicio permanente y sobre todo condescendiente a todo cristo en función de donde procede, a qué se dedica y, ya muy en especial, de lo que piensa o deja de pensar, el pujo de dar consejos no pedidos a todas horas y por cualquier cosa en la convicción de que su estatus les obliga a ello, y ya muy especial, esa otra de que lo que vale para los demás, y sobre todo para decorar su discurso, dentro de su casa ya es otra cosa, no nos vayamos a volver locos, a pecar de ser más papistas que el Papa. Como que a la hora de la verdad los usos y costumbres de los suyos, la estricta y rancia moral de los genealógicamente bien nutridos, los prejuicios de clase tan a flor de piel en su subconsciente, tampoco están tan mal y ellos los asumen casi sin darse cuenta, de un modo natura que, eso sí, jamás reconocerían.

En cualquier caso, apenas un apunte de una gran novela, UN HOMBRE EN LA RAYA, y sobre todo de un grandísimo autor recientemente fallecido, José Jiménez Lozano. Alguien del que ya pude disfrutar su magnifico Los Lobeznos, así como las novelas Ronda de noche, Las señoras, Las sandalias de plata, y ensayos como Castilla y León inolvidable, El narrador y sus historias, Contra el Olvido. Con todo, autor de una extensa obra donde hay todavía de sobra a lo que echarle el diente y que, una vez más, me da que no es tan conocida como debiera ser si de verdad se apreciara al escritor de raza, el de los mundos literarios propios, con su propio compromiso y camino a pesar de las modas del momento y toda la mandanga al uso, y me temo que, así y todo, también en desuso.

En fin, ya estoy pecando de prolijo una vez más, así que todo que me queda por decir sobre José Jiménez Lozano me lo reservaré para un artículo más o menos denso que espero me publiquen en su momento. Solo decir que me ha sorprendido en Un hombre de la Raya, no tanto el leísmo que acaso sea la reivindicación de una seña de identidad castellana, a saber, ni idea, sino también el laísmo, tampoco sé a cuento de qué.



Terribles todas esas vidas carcelarias de puertas adentro, da igual si de buena o mala gana, y en las que solo se consigue la libertad a partir de la muerte del otro. Demasiado conocidas, corrientes, consuetudinarias incluso.

"Mon mari, jusqu'au dernier jour de sa vie, m'avait ímposé ses horaires, son affection, ses soucis, ses projets, ses craintes C'est incroyable quand j'y songe: j'ai aussitôt adoré être vevue. Je n'avait pas prévu une seconde que j' apprécierais à ce point la solitude."

LES SOLIDARITÉS MYSTERIEUSES - Pascal Quignard




Entre el apego lógico, esto es, básicamente sentimental y hasta instintivo por tu terruño, tu patria chica o mínima, o lo que es lo mismo, por tus gentes, paisajes, recuerdos, etc., y el chovinismo municipal por el que algunos creen añadir a sus virtudes el hecho siempre fortuito de haber nacido o residir en tal o cual rincón del mundo, asunto que incluso hace que muchos de estos se sientan mejores que los del pueblo de al lado y no digamos ya de los del de más allá, la verdad es que media, ya no un trecho, sino un auténtico abismo.

De hecho, el mejor ejemplo de lo que hablo son la multitud de páginas digitales, de FB, blogs o lo que sea, que son encabezadas con una expresión ya de entrada harto vomitiva: "No eres de X, si no..." Solo hay que asomarse un rato corto a dichas páginas para percatarse de que, en general, suelen ser frecuentadas por lo más rancio de cada lugar, esto es, gente que parece no tener otro horizonte vital que regodearse en las nimiedades de su agujero en el mundo, convencida de ser guardianes de unas casi siempre ridículas y discutibles esencias de las que se sirven para otorgar carnés de casticismo como si eso fuera el súmmum de a lo que uno puede aspirar en la vida. Y no me refiero, claro que no, a la labor del cronista local que rescata o significa aspectos de la Historia, cultura o simple sociología de cada lugar. Esa es una labor que a mí también me interesa y que concibo, de alguna manera, como la historiografía de cercanías. Lo otro es algo muy distinto, de hecho pocas veces tiene que ver con la Historia, cultura o cualquier aspecto sociológico de la localidad en cuestión, sino más bien con el cotilleo intrascendente o ya directamente malicioso, el comentario por lo general repulsivamente provinciano, tribal, xenófobo incluso, o el regodeo en la ñoñería más empalagosa a cuenta de una nostalgia que destaca por su incapacidad, y por lo general también desinterés, en ubicar las cosas en su verdadero contexto histórico, sino más bien por la reivindicación reaccionaria y para de contar: "¡Aquellos tiempos sí que..., entonces sí que había respeto..., pena que no vuelva el látigo...!

En resumen, dosis ingentes de estomagante ombliguismo, lugares comunes a tutiplén y una filosofía de la vida como de señora asomada toda la mañana a la calle con los codos apoyados en la repisa de su ventana, o de señor viendo la vida pasar sentado sobre un taburete junto a la barra de la tasca de su barrio con el correspondiente carajillo entre las manos (y sí, claro que aquí caigo en el estereotipo de género, a conciencia además). A decir verdad, y para no andarnos con remilgos, demasiado capullo vertiendo su inanidad existencial en las redes -sí, ya, como la inmensa mayoría de nosotros-, pero estos a cuenta de lo que pasa en la plaza de su pueblo en exclusiva y con un tufo a patio de vecinos a rebosar de tontos del pueblo que espanta.


-Puta "playa dinámica"...

-Tú calla y corre.

-¿Seguro que así también nos vamos a poner morenos?

-Morenos no sé; pero cachas...

-Mierda de verano nos espera.

-Por favor, respeta la distancia de seguridad.

-¡Pero si hemos pasado el "confi" juntos!

-Ya, pero te acercas demasiado y ya sabes que las manos van al pan...

-Qué harta me tienes, Iñaki, pero qué harta. 

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