viernes, 5 de junio de 2020

TIEMPO DE PANDEMIA



La pesadilla de esta noche ha consistido en aparcar un coche pequeño, creo que uno eléctrico, en un garaje. Una vez dentro me montaba en otro parecido para salir. Una vez fuera me bajaba para entrar a por el otro coche que acababa de aparcar y, cuando me disponía a entrar de nuevo al garaje, el empleado me decía que tenía que entrar a la fuerza montado en coche. Entonces me volvía a montar en el coche que había dejado fuera, entraba al garaje, me bajaba, me subía al primero con el que había entrado y, cuando ya estaba fuera, vuelta a empezar. No había manera de sacar los dos coches del garaje. Una verdadera locura que me ha tenido buena parte de la noche dando brincos en la cama y vueltas por un garaje de pesadilla. Y la pregunta de rigor: ¿todo esto a cuenta de qué? Supongo que algo relacionado con el absurdo burocrático o de cualquier otro tipo. Porque por lo que se refiere a la cosa automovilística, solo tenemos un coche que hace ya casi tres meses que no conduzco porque desde que acabó el "confitamiento" solo lo hemos sacado cuatro veces y las cuatro ha conducido mi señora tal y como acordamos que haría ella siempre que fuéramos juntos en el mismo coche aquel día que, harto de recibir indicaciones de todo tipo por su parte, de chillarme cada dos por tres, paré el coche en seco y amenacé a grito pelado con bajarme para volverme a casa andando si no dejaba de ejercer de examinadora del permiso de conducir. Y como se ve que no, que no podía reprimir dicho impulso dado que según ella conduzco como el culo, pues, entre eso y que a ella le pirra conducir, choferesa de por vida. Habría que ver luego quién conserva todos los puntos y quién... En fin, ya, qué coño tendrá que ver esto con el sueño. ¡Y yo que hostias voy a saber! ¿Acaso con lo proceloso, absurdo y hasta irritante que se hace a veces la convivencia en pareja? Qui lo sa! Me refiero a lo que se le debe hacer a ella por mi culpa, claro está. Faltaría más, nosotros siempre unos cabestros y ellas unas santas por principio, siempre. Puede que en breve hasta salga una ley que lo dictamine ya oficiosamente.





La cara como espejo del alma; grandes hijos de puta de la Historia.

Sir. Charles Edward Trevelyan, alto funcionario del Imperio Británico y político whig. Se hizo famoso durante la llamada Gran Hambruna de la Patata que provocó la muerte de un millón de campesinos irlandeses y la emigración a América de otro millón, por su oposición a que el gobierno británico interviniera con ayuda en la entonces colonia británica amparándose en presupuestos liberales, "laissez-faire capitalism", y en especial con declaraciones denigrantes hacia los irlandeses del tipo: "The judgement of God sent the calamity to teach the Irish a lesson".





"Un racista en la Casa Blanca", retrato escalofriante de un tipo que, entre otras cosas, levantó su imperio inmobiliario, junto con su progenitor y miembro del KKK, expulsando a la población negra de sus barrios mediante todo tipo de tácticas de acoso (harassment), o que, ya como presidente de la todavía primera potencia mundial, se refiere a los paises africanos como "esos agujeros de mierda" (shitholes).




"Zubiri padre, con su pasado épico militar, podía tener su grandeza. Amorena, no, mi pariente no era más que un imbécil, un esnob, que lo mismo festejaba eso que las atrocidades de las juntas militares argentina, chilena, las de la Operación Cóndor. Eso se da mucho entre señoritos, mucho. Hace tiempo que el cinismo, el alarde de las ideas nazis o fascistas, o simplemente necias, se hizo de buen tono entre la pijería brava española, profundamente española, como si para ser español de verdad hubiese que ser, por fuerza, cretino."

EN BAYONA BAJO LOS PORCHES - Miguel Sánchez- Ostiz 





La oposición pidiendo la dimisión del ministro que cuando era juez hacía la vista gorda ante los casos de torturas que luego eran ratificados por el Tribunal Europeo, por haber cesado al general de la Guardia Civil golpista y condenado por torturas. Sí, y luego todavía hay que aguantar que te pregunten de dónde esa desafección hacia el estado que los cría y cobija, ese deseo de ser cuanto menos portugués...



Si la publicidad institucional provoca ya de por sí sonrojo sea cual sea el motivo, este lema, consigna o mera jaculatoria, que se ha sacado el ministerio de propaganda actual debería soliviantar hasta al más estoico o ya directamente indiferente/insensible de los ciudadanos.


¿De verdad se creen, o más bien quieren que lo hagamos, que salimos más fuertes? ¿Con casi 30.000 muertos? ¿Con la evidencia de que al principio se subestimó la amenaza -sí, como tantos otros países de nuestro entorno y tamaño, por falta de información verídica, experiencia y lo que fuera- y la respuesta se vio condicionada por la debilidad intrínseca del sistema sanitario para afrontar una crisis de tamaña envergadura?

Vale que el gobierno tomó la dificilísima decisión de confinar todo un país y que la mayoría de la ciudadanía respondió mejor que bien en lo más duro del confinamiento, que precisamente por eso hemos conseguido doblar la curva de contagios y al final revertir la situación. Objetivo cumplido, pues; pero, el campo tras la batalla es desolador, y no solo por lo que viene en lo económico, al fin de cuentas lo que ha sucedido siempre a lo largo de la Historia tras cualquier catástrofe como la vivida, nadie ni nada sale indemne de un golpe como una pandemia. También es de reseñar la voluntad manifestada por el Gobierno de asistir a la gente en la medida de sus capacidades y a pesar de los siempre procelosos vericuetos de la burocracia administrativa, todo ello en contraste con lo que hicieron otros en la anterior crisis y sobre todo con lo que probablemente hubieran vuelto a hacer. Eso y que, una vez más, la debilidad endémica del modelo económico español, y en especial en lo referente al mercado del trabajo y su gran dependencia del sector terciario, queda más que patente en contraste con lo que sucede en otros países de nuestro entorno.

No, lo más desolador es el reflejo en el espejo que deja una sociedad que no ha sabido estar a la altura, que no estaba preparada, o no quiso estarlo a pesar de tener los medios para ello, porque entre sus prioridades nunca estuvo la prevención epidemiológica -lo cual contrasta y mucho con países como Corea del Sur y otros que sí lo han estado, acaso porque su experiencia previa, epidemia de gripe aviar y otras a lo largo de su historia reciente, los había predispuesto para ello-. Pero, el caso es que entre nosotros la prevención para responder a una epidemia como la vivida nunca fue una prioridad de nuestro sistema sanitario y por eso nos ha pillado, dicho del modo más visual que se me ocurre, directamente en bragas.

No teníamos la mejor sanidad del mundo. Era mejor que la que hay en otros países y acaso solo en ciertos aspectos sanitarios muy concretos. En fin, el artículo de ayer de El País que adjunto ahonda en esta idea cuyo objetivo último no puede ser otro que llamar a la reflexión y con ellos al propósito de enmienda para lo que venga: "La epidemia deja a la vista los fallos del sistema" https://elpais.com/sociedad/2020-05-30/la-epidemia-deja-a-la-vista-los-fallos-del-sistema.html

Pero, por si fuera poco, por si las carencias del sistema y los errores de la gestión del Gobierno por simple improvisación o las circunstancias especiales de la crisis no hubieran sido suficientes para convencer a una sociedad supuestamente madura de que lo primero en estos casos es arrimar el hombro y aplicarse a la crítica, sí, eso siempre, con espíritu constructivo, hemos confirmado una vez más la incapacidad innata de una buena parte de la ciudadanía española para responder con mesura e inteligencia en los momentos de crisis. Por un lado, una oposición destructiva hasta extremos de caricatura a la que se le nota demasiado que la pandemia solo es una coartada para intentar derribar a un gobierno que ya tildaba de ilegítimo desde su constitución por prejuicios ideológicos y meros cálculos electorales. Y por el otro, todos aquellos ciudadanos que se han sumado tan alegre como puerilmente a la consigna de "al enemigo ni agua". Dicho de otra manera, miles de individuos que no han pensado ni por un solo momento aparcar sus diferencias ideológicos, incluso sus fobias, para más tarde. esto es, pensando en el bien común, a la espera de que remitiera del todo la crisis sanitaria. En realidad un número muy notable de supuestos conciudadanos cuyo sectarismo ideológico, y en especial su primitivismo dialéctico, hace imposible debate alguno porque sólo son capaces de blandir banderas -¿soy el único que siente vergüenza ajena cuando ve a otros sacar la bandera nacional de cada cual con motivo de una pandemia, es que el virus ha demostrado una animosidad especial por la patria de mierda de cada cual?-, consignas, insultos y amenazas. Se diría que no tienen nada más en su cerebro y todavía menos en sus intenciones, que a falta de una verdadera, siquiera aproximada, comprensión de lo que sucede a su alrededor, lo único que se les ocurre a modo de desahogo es arremeter contra el que tienen al lado porque no es de su cuerda. La concepción que demuestran tener de lo que es el juego democrático, probablemente como resultado de su incapacidad innata para ubicar la realidad en el mundo y en el tiempo, es en la práctica propia de un tebeo de buenos y malos, poco más.

Así que cómo no tachar ese lema institucional de "Salimos más fuertes" como una pamema en toda regla. Salimos peor que nunca porque se han evidenciado en toda su crudeza la mayoría de nuestras carencias como sociedad. Pero, no solo sanitarias o materiales -la fragilidad endémica del sistema económico español que a la menor sacudida condena a la miseria a millones de ciudadanos-, sino sobre todo morales. Seguimos siendo un país, o más bien conjunto de ellos, esencialmente guerracivilista como consecuencia de la incapacidad innata de los españoles para convivir entre diferentes y debatir con sus contrarios sin recurrir a la descalificación de todo tipo y, en especial, la personal (aquí un mea culpa colectivo sin excepciones). La verdad es que entre españoles, se reconozcan como tales sin ambages o no, no tanto o nada, impera el deseo de doblegar para subyugar al contrario y para de contar.

Y sí, vale, habrá todas las cosas buenas que quieras en esta piel de toro donde sólo la parte que no pertenece al Estado que ocupa la mayoría, da igual si por convicción o a regañadientes, parece digna de encomio y envidia; pero, así a grosso modo, dejamos mucho que desear como sociedad civilizada, democrática, moderna. En realidad, somos el resultado de todas las rémoras que hemos ido acumulando en función de las convicciones de piedra de cada cual.

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