LO DE ESTOS DÍAS




Dice Savater que votará convencido a Ayuso, y, claro, a mí enseguida me viene a la cabeza la anécdota de Nietzsche arrojándose al cuello del caballo. Sin embargo, enseguida me doy cuenta de lo desafortunado de la comparación, y ya no solo porque sea un disparate poner a Savater al mismo nivel del famoso filósofo alemán, incluso tildarlo de filósofo a secas, sino porque Nietzsche lo hizo en un acto de solidaridad con el caballo que en ese momento estaba siendo cruelmente fustigado por su cochero. En cambio, Savater, futuro autor de "Ética para un cantamañanas", se arroja al cuello de Ayuso para salvarse él a lo Toni Cantó, ya saben, de UPyD a Ciudadanos y ahora...

En fin, no hay día en que, a poco que te asomes al ruedo ibérico de los cojones, no te entren ganas de salir corriendo apretando la nariz con un pañuelo.



A ver, una ayudica. Esto debe ser la metáfora de algo que no llego adivinar porque he pasado muy mala noche y no me da la cabeza para tanto.
1.- Acudo a Correos a por el envío certificado de un amigo y descubro que la oficina ahora solo está abierta de lunes a viernes, digo yo que para dificultar las cosas a la gente que no puede ir entre semana. Y sí, podía haber mirado el horario en el aviso y no se me ocurrío antes por pura inercia.
2.- Ya que he salido me siento en una terraza a tomar una caña mientras leo el periódico. Solo está el Marca disponible. De hecho, observo que hay varios.
3.- Me sirven una caña en copa de Cerveza Grimbergen y cuando la pruebo siento como si le hubiera pegado un trago a la lata donde guardo el aceite del coche. Pregunto al camarero y, en efecto, me ha puesto San Miguel. Hay grandes probabilidades de que acabe zumbándome el bote de la solución hidroalcohólica con el fin de intentar mitigar el regusto a concentrado de pis de gatos que me han dado por cerveza.
Pues eso...




Aquí podría haber puesto el famoso Duelo a garrotazos de Goya para ilustrar, una vez más, la actualidad política española. Pero no, sería de una falsedad absoluta, equidistancia de postín, así que mejor me decanto por un grabado de los Desastres de la Guerra del mismo autor. Claro que hay dos bandos enfrentados y prácticamente irreconciliables. Negar la evidencia, así como reconocerla para ponerse en medio para poder oficiar de virtuoso, exquisito, a lo Inmundo Bal, es una actitud tan infame como cobarde. Estamos divididos porque existen dos maneras de concebir la vida que se dan de bruces en todo, que viven de espalda una a la otra. No solo tenemos ideas diferentes, sentimos y entendemos diferente todo lo que nos rodea. Por eso, mientras una parte de la sociedad española ve en Pablo Iglesias, por ejemplo y sobre todo porque es su espantada de hoy en el debate de la SER tras su enfrentamiento con la candidata de VOX el que me inspira esta entrada en caliente, un tipo patético y repulsivo que simboliza todo lo que más odian y temen. Otra, a la que yo pertenezco sin la menor duda porque representa en mayor o menor medida las convicciones con las que he crecido y en las que todavía creo, ve exactamente lo mismo en una persona como Rocío Monasterio: "mala gente que camina y va apestando la tierra" (A, Machado). Son percepciones que emanan de nuestra ideología, cada cual más o menos a la izquierda o a la derecha, por supuesto. Ahora bien, no somos iguales en nuestras incompatibilidades como les gusta pensar y hacer creer a los equidistantes por principio y casi también hasta que por oficio. No hay dos extremos iguales, ya les gustaría a los "Inmundos" de turno y sobre todo a los de la trinchera a la derecha. Hay un bando que insulta, desprecia intimida por norma, que niega derechos al otro, en realidad a todos los que no piensan como ellos, que usa todas las ventajas de saberse herederos putativos de un régimen muy concreto para atacar, calumniar e intentar empapelar por todos los medios al otro. Un bando que habla de patrias y banderas al mismo tiempo que excluye de ellas a la mitad de sus conciudadanos. El otro bando, todo lo más y por lo general, se resigna a la evidencia de que solo nos queda la coexistencia pacífica con gente con la que no podemos compartir nada, vivir bajo el mismo techo sin apenas rozarnos, cada cual al lo suyo y con sus cosas. Sin embargo, seamos sinceros: ¿Quién manda aquí y ahora amenazas de muerte con bala a quién, quién acosa a las familias de sus adversarios, para ellos siempre enemigos a muerte, quién insulta nada más abrir la boca delante de la audiencia, no en un bar o en la intimidad de su familia o corrillo de amigos, no, delante de todos, quién? Y por favor, no me salgan con ETA, no sean ridículos, hablo del aquí y ahora. No somos iguales, nunca lo fuimos.









Llevo ya varios días que no consigo dormir en condiciones por culpa, otra vez, de las pesadillas. Me digo que algo tendrá que ver el hecho de que mi madre ya no esté conmigo en Oviedo. De hecho, creo haber dormido como nunca durante las tres semanas y pico que ha estado en casa. Pero, ha sido llevarla de vuelta a Vitoria y volver yo también al infierno de las pesadillas.
Pesadillas tan desagradables, absurdas e íntimas que en ningún momento se me ha ocurrido aprovecharlas para escribir en este medio lo primero que me viene a la cabeza con el único pretexto de echar el rato de descanso que me tomo entre una cosa y otra.
Sin embargo, la de esta noche ha sido de traca por ridícula en grado sumo. Y, si bien he dicho que no me apetecía recurrir a las que llevo padeciendo desde que regresé a Oviedo, la verdad es que la de anoche por lo menos tiene más de pantomima que de traumas de toda la vida, negruras de mi alma, complejos freudianos o no de todo tipo, o cualquier otra cosa por el estilo. Digo bien, sí, pantomima, porque mucho me temo que la pesadilla en cuestión esté estrechamente relacionada con el debate electoral que anoche nos tragamos casi que sin darnos cuenta.
En el sueño yo volvía a ser un mico que regresaba a Vitoria con sus padres de las vacaciones de verano en el Mediterráneo. Tras tres o más horas de carretera en el el R8 parábamos a medio camino, en Zaragoza, para comer. Hacía un sol abrasador que amenazaba con derretirnos mientras caminábamos a lo largo del paseo junto al Ebro. Ya en el centro intentábamos hacer la visita de rigor a la basílica de la Pilarica. Estaba cerrada. Entonces mi viejo decidía buscar un restaurante en el que, sobre todo, ponernos a cubierto de aquel calor abrasador. Parecía que a todo el mundo se le había ocurrido la misma idea, porque todos los restaurantes estaban completos. Insistimos en encontrar una mesa libre recorriendo todos y cada uno de los bares y restaurantes el centro de Zaragoza hasta que mi viejo, supongo que aburrido de su empeño en sacarse en eso también él solo las castañas del fuego, decide preguntar a un nativo. Entonces el sujeto nos guía a través de un sin fin de callejuelas de lo viejo hasta llegar a un tugurio de esos en los que nada más entrar se te pegan las suelas de los zapatos al suelo. Dudamos, bueno, lo hacen mis padres; pero, o es allí o en ninguna otra parte. Nos quedamos porque nos estamos muriendo de hambre. Así que nos atiende una camarera de media melena morena, rostro ovalado y nacarado en el que destacan dos grandes ojos almendrados con las pestañas chorreando rímel, la cual nos hace descender por unas escaleras hasta una mesa junto a los excusados.
El mosqueo de mis padres es notorio. En cambio, yo y mi hermano, indiferentes a esos detalles como cualquier crío de nuestra edad, estamos contentos porque por fin vamos a comer tras casi dos horas de tumbos por el centro de Zaragoza. De hecho, somos el pretexto de nuestra madre para convencer a nuestro padre de que necesidad obliga.
La camarera, de mirada displicente y sonrisa tan amplia como falsa, nos toma nota a la vez que asegura, con un acento mitad maño, mitad chulapo, que todo lo que sirven en su restaurante es de excelente calidad, lo mejor que se puede probar a no sé cuántos kilómetros a la redonda.
Llegan los entrantes. La ensalada parece haber sido aliñada con lejía, el jamón de Teruel es puro plástico, las gambas de mi madre saben a Pleistoceno. Puedo sentir a mi viejo cocerse por dentro solo con ver cómo rechaza el segundo trozo de jamón que le ofrece mi madre; la mayoría de los platos permanecen casi intactos. Por último llegan las croquetas. Observo en mi padre un halo de esperanza que hace que su ceño fruncido se distienda apenas unos milímetros.
Luego ya lo único que recuerdo es habernos levantado de un salto de nuestros asientos al grito de mi padre para que recogiéramos todo y nos fuéramos tras él. En el camino, esto es, nada más salir de aquel zulo junto a los urinarios subiendo la escalera, la camarera pregunta a mi viejo, con una cara de asco infinito, si hay algo que no nos ha gustado. A partir de ese momento todo son improperios y juramentos de mi padre dirigidos hacia la camarera, el compañero que está en la barra y el cocinero que asoma de la cocina alertado por los gritos. Nos vamos, claro que nos vamos, dejando a nuestras espaldas una retahíla de acusaciones acerca de la honestidad de los responsables del local y, muy en especial, varios de aquellos cagüendioses con los que mi viejo hacía temblar la mole calcárea del Toloño cuando estábamos con él en Atxalde sacando piedras. Entonces, yo no me resisto y echo la vista atrás para descubrir que la camarera de marras nos sonríe desafiante desde la puerta de aquel antro como si la cosa no fuera con ella. Eso y que tampoco puedo evitar que al verla me acuerde de cierta candidata al gobierno de la Comunidad de Madrid, la cual, y por lo que sea, se me hace igual de maleducada y prepotente que la camarera que nos ocupa.





El otro día, más o menos desde donde está sentado el individuo de la foto, miraba hacía el horizonte, Kurutzmendi, Lendiz y Olarizu con la cruz que me recuerda la polémica de esta semana tras reiterar la junta administrativa del pueblo de Mendiola, a la que pertenecen los terrenos, su propósito de derribarla, primero en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, o ya solo con el pretexto de desacralizar el monte. Respecto a lo primero, está más que demostrado que lo único franquista que había en esa cruz fue la plaza en recuerdo de los curas alaveses asesinados durante la Guerra Civil por iniciativa del gobernador civil de la época y otros símbolos ya retirados o ocultados. La cruz, en cambio, fue una iniciativa de tres particulares vitorianos, más cercanos al nacionalismo vasco que a otra cosa, entre ellos el fotógrafo, etnógrafo e historiador Gerardo López de Gereñu que tanto y tan bien hizo por promover todo lo relacionado con la lengua vasca en Álava y del que dudo que alguno de los de la junta haya oído hablar en su vida.
En cualquier caso, y en contra de la excusa de la J.A de Mendiola para derribarlo, la cruz de Olarizu es un símbolo local estrechamente relacionado con la romería que se celebra anualmente, más vinculado a las tradiciones populares que a la devoción religiosa. Y si lo fuera, ¿habría que derribar todos los que lo son en un país cuyo patrimonio histórico y cultural está intrínsecamente ligado al cristianismo por muy desacralizado que sea nuestro presente y muchos de nosotros, empezando por un servidor, ateos "practicantes"?
Pero no se trata de eso, claro que no, pues, aunque sí pueda serlo para los creyentes, para el resto de los vitorianos la cruz es un mero punto de referencia, "subir hasta la cruz", es decir, un referente sobre todo sentimental y patrimonial. Así pues, a qué viene pretender derribarla con la monserga de que es un símbolo religioso. Pues viene a que los cuatro iluminados de la junta administrativa de Mendiola han encontrado un filón, imagino que entre un pacharán y otro a los postres tras la alubiada de rigor en la sociedad del pueblo, para dejar huella en la pequeña historia del lugar pasándose por el aro del triunfo el deseo y los sentimientos de casi 260.000 vitorianos aprovechando los vericuetos legales que se lo permiten como representantes de los menos de 200 habitantes que tiene su aldea.
¿David contra Goliat? Más bien cuatro aldeanos (falsos porque la mayoría son venidos de la ciudad, como mi familia en su momento) echando un pulso a la capital que tienen al lado. Cuatro aldeanos de pega, eso sí, muy alegres y combativos, borroka porque toka, los cuales, se supone que a falta de campos o veredas a los que dedicar su atención, un día miraron hacia la cruz de marras y se preguntaron:
- ¿Qué hace ahí esa provocación nacionalcatólica?
- Eso, hip, hip. hip, putos fachas, putos curas.
-¡Hay que derribarla!
- ¡Eso, eso, que se jodan?
- ¿Quiénes, los fachas o los curas?
- ¡Los de Vitoria!
- Peros si nosotros somos...
- ¡Que se jodan!
- La que vamos a montar.
- Di que sí, que en este pueblo nos aburrimos mucho.
Pues en esas estamos, porque no hay nada más parecido a un ultra de derechas ignorante que un ultra de izquierdas ignorante, cada cual talibán de lo suyo, y nunca mejor dicho por lo de derribar los símbolos de otros; ambos van de la mano en eso de imponer a los demás su visión de la vida, sobre todo si es a las bravas para joder más y mejor al prójimo. Ahora, qué paradojas tiene la Historia, si al "Tío Tomás" le diera por resucitar en nuestra época seguro que la volvería a jiñar de un infarto al descubrir que ahora son los "presuntos aldeanos" los que quieren derribar las cruces.
Por lo demás, ni qué decir tiene que ahí hay un pedazo de novela a lo Kafka, una excusa ideal para verter sarcasmo a raudales intentando retratar la sociedad de memos aburridos y ensorbecidos de nuestros días. Ahora bien, yo solo se la recomendaría escribir a los muy entusiastas que priman el placer de la escritura y se conforman con un par de reseñas elogiosas o así, porque, para lo otro, el triunfo mediático, con trilogía incluida, ya saben, mejor un thriller con asesino en serie y mucho pintoresquismo local. Ya nos entendemos, ya. Eso y que ya me sé de uno al que no van a volver a invitar a comer patatas con chorizo en un txoko de Mendiola.



Leyendo en un banco de repente me fijo que tengo un montón de txiribitas delante de las narices. En ese momento siento que se me va la cabeza de lo que tengo entre manos a los aromas de la infancia. Campos de txiribitas a las puertas de la primavera de la vida. Recuerdos de las excursiones del cole a Estibaliz donde había una campa junto al santuario, sábados a la mañana subiendo a Olarizu, en el patio de la casa de los abuelos en Labastida, tardes en familia sobre la hierba en Landa junto al pantano, e incluso de las tardes entre semana después de clase en esa otra campa que había en la Avenida al lado de casa y donde ahora hay un palacio de congresos por cuyas paredes parece encaramarse ahora la vegetación que había antaño. Tardes de primavera tirado sobre la hierba deshojando margaritas o dientes de león; "me quiere, no me quiere, me quiere, no me..." ¿Quién? No sé, qué importa, entonces nadie, solo era un juego aburrido. Todo florece por primavera. Así también el recuerdo de los amores adolescentes en el entusiasmo primaveral de tu hijo mayor. Mayo de txiribitas y vírgenes, esplendor de otras épocas, la vida una noria que casi siempre nos pilla a desmano; pero, no adelantemos acontecimientos, todavía faltan días para mayo.




Bueno, ya me han vacunado a la vieja -léase con acierto porteño, o no-. Luego hemos pasado por los puestos del mercado de los sábados en Santa Bárbara a por unas patatas - de Sartaguda, simpáticos riberos- y unas cebollicas dulces para unas tortillas porque no estaba el día para picoteos de terraza y así. También ha caido una botellica de tinto del año que vendían unos de Lapuebla de Labarca; riquísimo. ¿Efectos secundarios? Pues como no sea que después de tener a la señora un mes en Oviedo super a gusto, más maja, entrañable incluso, un cielo de mujer, que no se quejaba de nada, que todo le parecía bien e incluso me trataba como si yo fuera adulto, ha sido volver a casa y que me tiene ya hasta los mismísimos cojones.
- ¿Te vas a tomar la botella tú solo?
- Los dos mano a mano.
- Estás loco.
- ¿No oiste a la enfermera que había que beberse una botella de vino por si los efectos secundarios?
- Yo no tengo de eso.
- Pero yo sí...
- ¿Y luego irás a quedar con tus amigos?
- Pufffffffffff
Por lo demás, ya podéis volver a aplaudir a los sanitarios, porque para desgaste tirarse toda la mañana vacunando viejos. Y digo bien, a ellos, porque, por lo que he podido observar, sobre todo son ellos.
- No, Saturnino, no le voy a dejar que se pinche usted mismo para que no le duela tanto.
-....
- Si no tiene efectos secundarios pasados los quince minutos, se puede ir a tomar vinos con sus amigos, o con quien le venga en gana, eso sí, hasta el toque de queda o lo que le deje Urkullu, sí..
-....
- También, Saturnino, de putas también... hasta el toque de queda.

A decir verdad, los vacunados se choteaban porque con el pinchazo sentían haber ahuyentado a la bicha después de muchos meses a resguardo, y eso, lo mires por donde lo mires, era bonito, mucho.




Aquí el Abascal con su cerebro en la mano, ya no sé si antes o después de berrear que la II República fue un régimen criminal y de ahí la necesidad del "alzamiento" militar y, se supone, los cuarenta años de dictadura con su genocidio incluido. Pero, oye, no digas que los de VOX son un cerdos fascistas, blanqueadores de los genocidas franquistas y, así en general, una puta escoria semihumana. No lo digas porque entonces el que crispas eres tú, que siempre andas dando la murga con el tema, contribuyendo a la polarización. Sí, que ya se sabe, Angelico dixit, que todos los extremos son malos... por igual. Seamos moderados, complacientes, maaaaaaaaaaaaaaansos. Porque en España no hay fascistas y los que lo parecen solo son patriotas en diferente grado de exaltación e indignación con la dictadura sociocomunista proetarra. Así que ¡Viva España, viva el Rey, el orden y la ley!. Eso, eso, gente de orden, sobre todo del suyo. Pues terminando, anda y que os den por culo, equidistantes de los cojones, cóm-pli-ces; "yo no soy ni de izquierdas ni de derechas, yo solo soy de mi casa..." Venga, FB, fulmíname de una puta vez, ya, ya estás tardando.



 Lecciones del pasado para un presente en ciernes.

Solidaridad y coraje, hermosas palabras que incluso en tiempos de miedo, miseria y mezquindad a raudales pueden aflorar en mitad del lodazal humano y, además, de la mano de ellas.
¨...une dizaine de Françaises "aryennes" qui eurent le courage, en juin, le premier jour où les juifs devaient porter l´étoile jaune, de la porter elles aussi en signe de solidarité, mais de manière fantaisiste et insolente pour les autorités d´occupation. L´une avait attaché une étoile au cou de son chien. Une autre y avait brodé: PAPOU. Une autre: JENNY. Une autre avait accroché huit étoiles à sa ceinture et sur chacune figurait une lettre de VICTOIRE. Toutes furent apprèhendées dans la rue et conduites au commissariat le plus proche. Puis au dèpôt de la Préfectute de police. Puis aux Tourelles. Puis, le 13 août, au camp de Drancy. Ces "amies de juifs" exerçaient les professions suivantes: dactylos. Papertière. Marchande de journaux. Fémme de menage. Employée des PTT. Étudiants."

DORA BRUDER - Patrick Modiano

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