LO DE ESTOS ÚLTIMOS DÍAS


Me cago en la mar salada, la puta mal salada. He tenido toda mi vida un sueño recurrente, pero no sabría si calificarlo de pesadilla por lo, en realidad, inocuo de este. En ese sueño rememoro siempre la tremenda frustración que me provocó en pequeño no haber podido embarcar en un barco de pesca en para acompañar a los arrantzales en su faena mar adentro. Nos lo habían prometido a mi padre y a mí sus parientes de Mutriku tras haber subido a bordo de uno de los barcos donde trabajaban, supongo que los maridos de sus primas, lo supongo porque yo era muy chico y me acuerdo solo de la visita al barco, la impresión de ver el cebo vivo que tenían allí en una especie de peceras, y la ilusión desbordada que me hizo pensar que al día siguiente embarcaría en lo que para un mocoso de mi edad no podía ser otra cosa que el anuncio de una gran aventura, pues no he sido yo y soy poco fantasioso ni nada. Sin embargo, al día siguiente nadie vino a despertarme para bajar al puerto. Mi desilusión fue tremenda. Creo recordar que la excusa de los mayores fue que los marineros se levantaban a las cinco de la mañana, o por ahí, y que como eso era demasiado pronto para un niño habían pasado de mí, y de mi padre, como de la mierda. Tiempo después empecé a mosquearme con la de idea de que el viejo se pasara la noche anterior con los tragos en alegre comandita con sus primos y compañía. Sin embargo, tiempo todavía más tarde simplemente concluí que nunca habían tenido intención de llevarnos con ellos a bordo, que todo había sido una tomadura de pelo a un crío al que habían visto tan entusiasmado con la idea salir a faenar en aquel barco, siquiera ya solo un modo de complacerlo con una pequeña mentirijilla.
Pues bien, lo dicho, semejante nadería ha sido uno de mis sueños recurrentes desde entonces; sufro una y otra vez la decepción de quedarme en tierra, lo que se dice con dos palmos de narices y la gente a mi alrededor casi que choteándose. No podía ser de otra manera porque yo he sentido siempre una atracción e interés irresistible por las cosas de la mar, la cual supongo azuzados entonces sobremanera por el hecho de quede entre mis primeras lecturas llamadas de adultos estuvieran las novelas de tema marinero de Baroja, Las inquietudes de Shanti Andia y La Estrella del capitán Chimista.
En todo caso, y a pesar de que he podido satisfacer ese deseo de navegar con creces mucho tiempo después, el sueño sigue apareciendo en mis sueño de tanto en tanto como desde entonces. Esta noche sin ir mas lejos durante el primer tramo de la noche. Nada que objetar porque insisto que es un sueño que me ha acompañado durante toda la vida desde que era un mico. Lo curioso es que después de revivir por enésima vez la decepción de quedarme en tierra tras apenas haber dormido esperando que llegara el momento, durante el segundo tramo de la noche he soñado que viajaba en el ferry que me llevaba de vuelta de Dublín a Liverpool para seguir desde allí el camino de vuelta a casa. Pues resulta que aquel día había un temporal del carajo en el mar de Irlanda. Parecería mentira porque se trataba de un ferry, esto es, un auténtico mastodonte marino al que por su volumen se le supondría inmune a las tempestades. Pero no, el ferry se movía como si se tratara de un barquito de vela. Yo no sabía donde meterme porque había sacado el pasaje más barato que no te daba derecho ni a un asiento entre el pasaje, como mucho para tirarme en el suelo y esperar a que pasara todo. Entonces me encuentro con un chaval de Llodio, todavía recuerdo su corte de pelo a lo rockabilly y chupa de cuero marrón con borreguillo, con el que había coincidido varias veces por los pubes de Temple Bar, o vete a saber dónde más. El colega estaba pillado, mucho, por una chavala de Urnieta o de por ahí que solía ir en mi grupo de amigos, por lo que no dudaba en pegársenos cuando tenía la ocasión. Nada del otro mundo. Pero, y juro que todavía no acierto adivinar por qué, el de Llodio debió pensar que yo también andaba detrás de aquella guipuzcoana de la que no recuerdo ni el nombre. Lo que sí recuerdo la hostilidad en plan gallo del corral que el tipo me dedicó en las pocas ocasiones que coincidimos. Una hostilidad que me resultaba demasiado grotesca y sobre todo ridícula teniendo en cuenta que yo entonces también andaba muy pillado con otra giputzi, de Oiartzun, barrio Ugaldetxo, y no pongo el número de la casa, ni la talla del sujetador, porque ni procede ni me acuerdo; dos años de cuelgue con aquella canija pelirroja y cabezona, en fin. El caso es que a poco que se hubiese fijado el tipo, y a pesar del disimulo de rigor al que acostumbrábamos cuando estábamos delante de terceros, se tenía que haber coscado sí o sí. Supongo que como siempre he sido una persona muy social y he tratado con todo el mundo, se pensaría que por simpatizar con la mujer objeto de su deseo yo pretendía otra cosa que no fuera solo interesarme por mi prójimo y compartir algunas risas, siquiera provocarlas. En fin, ya se sabe que la juventud es un estado de gilipollez transitoria que cuando afecta a las cosas de la entrepierna alcanza sus cotas más altas.
De modo que, de repente, me lo encuentro en uno de los pasillos del ferry en pleno vaivén sobre las olas del mar de Irlanda. Entonces ambos dudamos si dirigirnos la palabra. Pero, al fin y al cabo resultaba ridículo hacernos los longuis en medio de aquel barco y sobre todo en aquella situación.
-¿Menudo temporal, eh?
-Ni que lo digas, se nos va a hacer eterna la travesía.
-¿Y si vamos al bar a tomar algo?
-Dabuten, así gastó las libras irlandesas que me quedan.
-Y yo las mías..
A los cinco minutos ya estábamos echando risas entre nosotros con una pinta de Guinness, o de lo que fuera, delante. A la hora o algo así ya teníamos un hermoso pedo, elegante, en medio de la tempestad. De hecho, no estoy muy seguro si eran las pintas las que resbalaban sobre la barra o éramos nosotros los que ya no podíamos mantener el equilibrio -ahí me temo que acabaron cayendo varios "black&white", es decir, pintas negras con un chupito de whiskey dentro-. Luego ya, faltaría más, los cánticos de rigor ante la estupefacción o el cachondeo del camarero al mando, eso ya a gusto de cada cual.
Al día siguiente tremenda resaca, y no digamos ya agujetas tras haber dormido unas pocas horas tirados en vete a saber qué rincón del ferry, en el autobús desde Liverpool a Londres para desde allí coger el otro ferry en Devon al continente en compañía del de Llodio. Ya antes de bajarme en Gasteiz el preceptivo intercambio de teléfonos y direcciones y hasta hoy, para variar.
En cualquier caso, un sueño que no ha tenido nada de pesadilla, sino más bien de simple recordatorio de cómo lo que entonces amenazó con ser una noche de perros, de miedo a naufragar, sobre todo dentro de mi ignorancia sobre las cosas de la mar, acabó siendo una noche de farra, de camaradería de ocasión y para de contar. Eso y acaso un mensaje, muy a propósito por lo que solo me atañe a mí, de mi subconsciente acerca de que en los tiempos que amenaza tempestad siempre hay ocasión de sobreponerse al miedo cuando, del modo y con quien menos te los esperas.







 Llevaba ya una semana y pico sin pesadillas, entre otras cosas porque la razón que me avinagraba el sueño había desparecido en parte, y hoy, sin embargo, he tenido una digna de serie B de terror.

Me encontraba en unas piscinas cubiertas. Entonces, justo cuando me disponía a lanzarme al agua con mi traje de baño y mi gorrito de "no sé muy bien para qué", me encuentro un bicho del tamaño y forma de un dragón de Komodo, pero, con un cuello largo y una cabeza en forma de tortuga -puede que la envergadura del animalico fuera más la de una tortuga gigante de las Galápagos-, detalle que, por lo que sea, y que algo tendrá que ver con la murga balompédica de este fin de semana, enseguida relaciono con Jose Ituarte, el presentador de los deportes de la ETB2 y acérrimo realista. Pues bien, como soy un apasionado de la fauna en cualquiera de sus vertientes, no dudo en acercarme hasta el bicho en cuestión. Y en eso que de repente su cuello se dilata dando origen a un número indeterminado de cabezas que me enseñan sus fauces, todas ellas provistas de varias hileras de dientes al modo de las lampreas -momento para acordarme de Cunqueiro y sus recetas de reminiscencias romanas-. En este momento también el bicho emite un aullido que ríete tú de los de las "criaturicas" de la Khaleesi esa. Me quedo paralizado, alucinando en colores y así. Entonces aparecen mi madre con el taca-taca y mi hijo pequeño también en traje de baño y con gorro, el cual me coge del brazo para ponerme a salvo de la bestia "politestosa" arrastrándome fuera de las piscinas. Ya en la calle les monto una pelotera de aupa porque lo que yo quería es que vieran con sus propios ojos la maravilla de la naturaleza que tenía delante, un ser tan monstruoso como único que me hubiera gustado observar al detalle, sobre todo para luego, a falta del móvil con el que sacarle la foto de rigor, dibujarlo de memoria o yo qué sé. En cualquier caso, algo de lo que ellos me habían privado con su proverbial histeria ante cualquier bicho que se les cruza en el camino. Ni qué decir tiene que me he despertado en el preciso momento en el que la mujer que me trajo al mundo y el mocoso que yo contribuí a que viniera a este, me estaban abroncando por mi falta de sentido común y bla, bla, bla. Vamos, para variar. 




Somos como críos
Madrugo para ir a la pescadería. De hecho, he estado esperando un rato largo antes de que abrieran. Luego nada más abrir he entrado convencido de que esta vez sí, esta vez llegaba el primero y así no tenía que esperar las interminables colas que se forman las mañanas de los sábados. Pues en esas estaba cuando de repente veo a un pavo, más o menos de mi edad, que se dirigía hacia la pescadería del super por el pasillo paralelo al que yo iba. No lo he dudado ni un segundo antes de aligerar el paso. Entonces observo por encima de las estanterías que separan los dos pasillos, que el tipo hace lo mismo. Doy otro acelerón y no he hecho un sprint de milagro para llegar primero hasta el aparato de los números. De hecho, ya con mi número en la mano, el 51, me he sentido obligado a lanzarle una mirada de desafió al pavo en cuestión como respuesta a esa otra suya de reproche, a ver si se creía él que le iba a ceder el turno por no se sabe muy bien qué extraño concepto de la urbanidad. Si hubiera sida un viejales, pues no te digo yo que no, pero alguien de mi misma edad, pues la ley de la selva, majo, aquí el león macho más rápido es el que llega antes para que le atiendan primero, y si no estás conforme, pues te obsequio con un rugido a modo de aviso para evitar luego los zarpazos o los mordiscos ya directamente al cuello.
Así que muy contento por no haber tenido que hacer cola por primera vez en años. Nada me agobia más que hacer cola en la pescadería, nada. Como que hay veces que creo que el tengo delante pide cosas solo para alargarme todavía más la espera ya con toda su mala baba: "y me miras si te han llegado aletas de tiburón, que a mis hijos les encantan las aletas de tiburón, todos los días me dicen a ver cuándo les compro aletas de tiburón, que no pueden vivir sin aletas de tiburón..."
En fin, he salido contento y además con un hermoso calamar para hacer rabas, tres docenas de bocartes para rebozar como se comen en mi casa, un centollo gigante que he visto de oferta y que me la suda si viene de Marruecos, del Cuerno de África o de un vivero de Castilla la Mancha, vamos, si no sabe a nada, el caso es echar el rato con las pinzas cascando la cáscara y las patas para que nos entretengamos los críos. Eso y unos mejillones, chipis y langostinos para el "arroz tamboril" de mañana. Todo acompañado con un Albariño y una caja de sidra porque ha salido un día que la pide casi a gritos. Tambien me he quedado con las ganas porque al llegar tan pronto he visto que había chopas y rubieles, unos deliciosos pescadicos muy de Asturias; pero, iba con la lista hecha y yo ya he aprendido que improvisar siempre trae problemas de vuelta a casa; como que sabía que con el centollo ya me la jugaba. En fin, naderías de vivir en la jungla del asfalto. Eso y que no todo van a ser desgracias en casa del pobre.

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