viernes, 30 de abril de 2021

LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS DE TXANI RODRÍGUEZ Y LAS NUEVAS VOCES FEMENINAS - TXEMA ARINAS

 


Los últimos románticos, de Txani Rodríguez, y las nuevas voces femeninas - Txema Arinas: https://www.babab.com/2021/04/29/los-ultimos-romanticos-de-txani-rodriguez-y-las-nuevas-voces-femeninas/

“Cuando llegan a la altura del viaducto, se detienen, se apoyan en el quitamiedos, observan el tráfico, parecen medir la posibilidad del éxito del sabotaje. Uno de sus compañeros le echa el brazo por los hombros, para y gira la cabeza para decirle algo, y por primera vez en muchas semanas, de un modo absolutamente inesperado, veo a mi padre sonreír.”

Creo que es innegable que en estos últimos años la excelencia de la literatura española en castellano escrita por mujeres ha dado un paso, si no de gigante, sí al menos considerable, siquiera en comparación con lo que ha sido la tónica general en el pasado donde las autoras que copaban las listas de los mejores libros del año señalados por la crítica, y acaso también la de los más vendidos, solía ser poco más que anecdótica en mitad de la hegemonía masculina y sobre todo continuada en la República de las Letras, con nombres tan destacados como María Zambrano, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Rosa Chacel, Laura Freixas, Carmen Laforet, Soledad Puertolas, Rosa Regás,Carmen Posadas, Almudena Grandes, Cristina Fernández Cubas, Elvira Lindo; Belén Gopegui y otras que probablemente me faltan por leer, y cuya obra, por lo general, no suele coincidir generacionalmente sino que casi vienen a representar las excepciones femeninas de su generación a lo largo de varias décadas. Así pues, solo tengo que hacer un repaso somero de los libros más significativos que he leído en estos dos o tres últimos años para evocar nombres de escritoras a las que les une tanto su juventud como la simple coincidencia cronológica de su obra: Clara Sánchez, Laura Gallego, Luisa Castro, Marta Sanz, Lolita Boch, Sara Mesa, Cristina Morales, Cristina Fallarás, Olga Merino, Laura Ferrero, por supuesto que la que nos ocupa en esta reseña, o lo tenga a bien ser esto que escribo, Txani Rodríguez, y otras muchas que, reconozco, me dejo en el tintero porque todavía no he tenido el placer de leerlas. Son escritoras cuyas novedades coinciden tanto en las mesas de las librerías como en las listas de los libros mejor considerados por la crítica. Y digo bien, por la crítica, porque la criba personal que he hecho de escritoras españolas de estas dos últimas décadas sigue un criterio exclusivamente literario, no de ventas o de presencia mediática, pues de hacerlo habría tenido que incluir muchos nombres de autoras cuya obra tiene más que ver con el género bestseller que con otra cosa, con géneros como la novela negra, la histórica o romántica, en los que la ambición literaria, por lo general, suele brillar por su ausencia.

Sin embargo, una vez destacada la existencia de este nutrido grupo de escritoras entre los autores de mayor prestigio literario de la escena literaria actual, escritoras que por lo general publican con las grandes y prestigiosas editoriales que consagran a los escritores de por vida, Alfaguara, Anagrama, Tusquets, Seix Barral, etc., toca preguntarse si se trata de un verdadero fenómeno que apunta a un salto cuantitativo de la presencia femenina en la literatura española, un fenómeno que responde a otro salto, esta vez cualitativo, como consecuencia del avance que la lucha femenina ha experimentado en menos de una década con fenómenos como el movimiento MeToo el éxito de convocatoria y concienciación del 8 de Marzo en respuesta a la urgencia de las reivindicaciones femenina. Empero, toca preguntarse si sería justo atribuir la existencia de esta joven generación de mujeres escritoras única y exclusivamente al éxito, puede que todavía relativo e incluso esencialmente mediático, de las reivindicaciones feministas y de ahí el interés de las grandes editoriales por aprovechar el tirón con fines exclusivamente pecuniarios, o más bien al resultado lógico después de varias décadas del paulatino y definitivo arribo de las féminas a la enseñanza superior, e incluso de la progresiva preeminencia femenina en según qué carreras universitarias, como paso previo a la incorporación natural de la mujer a casi todos los campos laborales de la sociedad. Yo, en un principio, tiendo a inclinarme por lo segundo; pero, claro, sé que hablo sobre todo desde la intuición. De modo que no queda otra que recurrir a las estadísticas con el fin de intentar aproximarse a la realidad. Y las estadísticas, por mucho que creamos que hemos avanzado en cuanto a paridad de género en la literatura, siquiera en comparación con los tiempos en los que María Zambrano, Carmen Martín Gaite o Carmen Laforet eran sin lugar a duda la excepción a la regla de la ya mentada hegemonía masculina en las letras españolas, nos demuestra que, por desgracia, este supuesto fenómeno del que hablo sigue confirmando la regla. Así pues, los datos que el ISBN hizo públicos por primera vez, gracias a la creación del Observatorio de Género del Ministerio de Cultura, indican que las editoriales publican el doble de obras de hombres que de mujeres. En 2018 hubo 34.183 títulos de ellos y 17.801 de ellas. En el desglose por sexo y materias, los números muestran cómo los hombres publicaron 9.370 obras de “creación literaria” (desde novela a poesía) y las mujeres 5.227. En “infantil y juvenil” las mujeres son más: 2.743 frente a 2.304. Pero la diferencia se dispara en el capítulo de “ciencias sociales y humanidades” (ensayo), con 5.652 títulos de ellas y 13.289 títulos de ellos. De hecho, en esto de los libros se da una curiosa paradoja, pues, según el último informe del Observatorio de la Lectura del Ministerio de Cultura, sigue habiendo más lectoras que lectores: la tasa anual de lectura en mujeres alcanza un 66,5%, mientras que en hombres se sitúa en los 57,6%. Es decir, que entre ambos sexos se constata una diferencia cercana a los 9 puntos. Otrosí, existen dos datos que nos demuestran que todavía falta mucho para una verdadera paridad en un sector al que se le debería presuponer una mayor sensibilidad hacia el tema que nos ocupa. Por un lado, en el sector editorial, bastante feminizado, el 80%, de los puestos de dirección siguen copados por hombres, porcentaje que se invierte en los puestos de menor responsabilidad. Por otro lado, un estudio elaborado periódicamente por PlosOne demuestra que el precio de los libros escritos por mujeres es un 45% menor que el de sus compañeros. Pero todavía podemos ponerle la guinda al pastel si consignamos que las mujeres solo ganan el 20% de los premios literarios en España tal y como nos lo demuestran los datos del ObservatoriCulural de Génere catalán del 2018.

Así pues, y a pesar de que el instinto me inclinase a pensar lo contrario en un primer momento, es evidente que ese aparente aumento de la presencia femenina en la literatura actual parece corresponder a la incorporación progresiva pero todavía incompleta de la mujer a casi todos los sectores laborales, sociales, culturales o de cualquier otro tipo de la sociedad española en respuesta a la lógica de los tiempos y poco más. La realidad que exponen los datos antes expuestos me hace sospechar que, en efecto, puede que haya algo de querer aprovechar ciertos fenómenos mediáticos alrededor de la vigencia o impulso de la actual lucha femenina por la igualdad, lo cual tampoco es óbice para que no sea un dato a tener en cuenta el hecho de que los lectores, siquiera los que no reparamos en el género del autor de una obra a la hora de buscar la excelencia literaria, cada vez leemos a más mujeres y con mayor frecuencia en comparación con lo que solía ser lo habitual hasta no hace mucho, sobre todo cuando éramos estudiantes y, tanto los manuales de literatura como la lista de libros de lectura obligatoria estaban copados en su práctica totalidad por autores masculinos.

A decir verdad, estoy convencido de que la excelencia de la mayoría de las escritoras antes citadas como representantes de las nuevas hornadas de jóvenes escritores de la literatura española de nuestros días, es tal que han venido para quedarse, y, sobre todo, para destacar como nunca lo habían hecho con su propia voz, una voz femenina que ya no es una gota en medio del mar sino una referencia imprescindible; los lectores ya no observamos el mundo a través de voces masculinas en exclusiva, ahora nuestra mirada ha cambiado, se ha feminizado en buena parte y eso es maravilloso porque, por fin, nos ayuda a romper muchos esquemas que llevábamos dentro por pura inercia heredada de nuestros mayores.

Ahora bien, ¿existe un verdadero denominador común entre escritoras como Clara Sánchez, Laura Gallego, Luisa Castro, Marta Sanz, Lolita Boch, Sara Mesa, Cristina Morales, Cristina Fallarás, Olga Merino, Laura Ferrero y Txani Rodríguez, algo que nos ayude a justificar el apelativo de generación tal o cual para referirnos a ellas como un conjunto? Pues bien, partiendo, tanto de la innata frivolidad que existe en el intento de sistematizar un grupo humano tan diverso en cuanto a estilo, temática e inquietudes con el único fin de darle sentido al concepto de generación literaria por una mera cuestión de género, así como el hecho de que presienta que todo lo que vaya a decir al respecto rozará indefectiblemente el Perogrullo, sí creo que se pueden apuntar varios denominadores comunes, o cuanto menos uno por encima del resto. El primero de ellos, acaso el más destacado y ya señalado en parte -y esto dejando a un lado esos otros puramente circunstanciales que se refieren a la edad media de la mayoría de la escritoras o a su condición de mujeres de nuestra época en toda su diversidad de origen geográfico y social, estudios y todo lo que sea posible, y no de esa otra de nuestras madres y abuelas en la que sus libertades estaban limitadas ya no solo por la vigencia de la mentalidad heteropatriarcal en todos los aspectos de la vida, sino incluso también por el Código Civil-, es que esa voz femenina, la cual, por supuesto,también existía en mayor o menor medida en todas las escritoras anteriores, siquiera ya solo por defecto -el caso de Nada de C. Laforet es para mí el más paradigmático de una obra feminista en una época en la que ni siquiera se mencionaba el término- unas con más conciencia que otras de la reivindicación que había implícita en su propia voz, ahora ya no se oculta o disimula, ahora no solo es consciente sino también militante, de hecho, más militante que nunca. El modo o el estilo con los que cada autora deja constancia en su obra de esa conciencia feminista a la hora de contarnos una historia difiere mucho de una a otra, esto es, desde el tono decidida y puede que gratuitamente provocador y hasta panfletario de Cristina Morales en su Lectura Fácil (2018) a ese otro muchísimo más sutil, amable y no por ello menos contundente o eficaz a la hora de presentarnos una realidad concreta desde una mirada tan femenina como feminista que encontramos en Los últimos románticos (2020) de Txani Rodríguez.

A decir verdad, en Los últimos románticos de Txani Rodríguez (Llodio – Álava, 1977), Lo que será de nosotros (2012), Agosto (2013), Si quieres, puedes quedarte aquí (2016) demuestra a la perfección que la literatura actual española escrita por mujeres está completa y definitivamente homologada a esa otra que puedan hacer sus contemporáneos varones, esto es, que no hay necesidad de distingos por motivos de género, y ello sin que se tenga que renunciar a una mirada que ya no solo es exclusivamente femenina sino también inherentemente feminista desde el momento que expone una realidad en las que las mujeres todavía tienen mucho camino que recorrer para poder alcanzar una igualdad real más allá de la exclusivamente formal. La literatura de Txani Rodríguez, por decirlo de algún modo, está hecha desde una periferia que no es solo geográfica sino sobre todo social, porque nos presenta personajes corrientes, paisanos de a pie, fácilmente reconocibles por la mayoría de todos nosotros porque forman parte de nuestro paisaje a poco que nuestro entorno no sea el de una urbanización de lujo desconectada de cualquier otra realidad al otro lado de los muros que la encierran. Son personajes, ya no solo de carne y hueso, sino sobre todo poseedores de una luz interna, yo diría que hasta de linterna, esto es, que no solo iluminan lo que hay a su alrededor, sino que también nos guían a través de un mundo tan cercano como desconocido, por lo general por pura pereza a la hora mirar con detenimiento alrededor de lo que nos rodea a diario, siquiera por un desdén instintivo hacia lo inmediato en beneficio de realidades geográfica, temporal y sobre todo socialmente en principio más atractivas, exóticas, es decir más allá de nuestra amodorrada cotidianidad. De hecho, Los últimos románticos no remite a un entorno de pueblo industrial y fábrica con conflicto laboral del que los literatos parecían haber huido como de la peste una vez pasados los tiempos convulsos de la literatura comprometida o ya solo realista. La literatura de Txani Rodríguez es, por lo tanto, testimonio de nuestra época como lo ha sido siempre la gran literatura contemporánea española -y aquí circunscribo geográficamente la historia de la literatura con el fin de no abrir en exceso el abanico y que se me haga inabarcable- desde que Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán inventariaban las miserias de España, o ya solo las de su entorno más inmediato, hasta llegar a Rafael Chirbes o Marta Sanz como los exponentes más destacados o verdaderos herederos de esa tradición de escritores que prefieren hablar de lo que tienen delante de las narices antes que de realidades paralelas a esas en las que ellos viven.

Con todo, considero que la historia de Los últimos románticos de Txani Rodríguez tiene, en especial, la virtud de lo bien contado y además siempre en su justa medida, esto es, sin excesos narrativos a los que son tan dados los del oficio a poco que se caiga en el vicio de la digresión más o menos pedantesca o panfletaria. Dos virtudes que, sin embargo, para qué engañarnos, no siempre coinciden en la mayoría de los autores con el resultado de que en muchos casos se acaba ahuyentando al lector por puro aburrimiento y puede que hasta por provocar cierta vergüenza ajena. Por el contrario, la historia de Los últimos románticos está trazada con una exquisitez, con la luminosidad que se destaca en la contraportada del libro, en la que enseguida se aprecia una mirada esencial y hasta sorprendentemente tierna para lo que suele ser lo habitual en la narrativa española a poco que le dé por escarbar en la realidad de su época, esto es, siempre más dada al tremendismo, al cuchillo contra todo, a recurrir a una crudeza presente desde el tremendismo de Cela hasta la picaresca de Quevedo, Mateo Alemán y compañía, pasando por Baroja, Valle Inclán y tantos y tantos otros.

En cualquier caso, yo diría que la escritura de Txani Rodríguez posee ante todo una mirada sosegada sobre el presente que pone en escena y que llama mucho la atención por el modo como compagina la ternura de la relación de la protagonista con su vecina y compañeros de trabajo, en contraste con la crudeza de las situaciones que rodean a estos, ya sea la del conflicto en la fábrica o la que se intuye al otro lado de las paredes de su casa. Así pues, siquiera ya solo para intentar transmitir lo mucho que he disfrutado con esta novela, bastaría con decir que se trata de uno de esos textos que te empujan a leer un capítulo tras a otro incluso en contra de tu voluntad -ahí el acierto de la cortedad de estos es palmario-, y no precisamente ansiando la resolución de intriga alguna como suele ser el caso de la novela de género, sino más bien por el inevitable hechizo que provoca el estilo pausado, tierno, y con los suficientes ribetes románticos o no eso ya a gusto de cada cual, y no por ello menos incisivo al que me refiero. Algo así como comer a cachos espaciados el helado que más te gusta procurando alargar el placer que te proporciona en el mayor tiempo posible. En resumidas cuentas, un texto también plagado de referencias, al mundo del papel, al viaje como huida, a la soledad, al amor incondicional pese a lo que pueda pesar, la fábrica como escenario, insisto, tan poco frecuentado ya en literatura, la enfermedad, la asfixia existencial que resulta de una realidad en principio tan poco estimulante. Una relato que demuestra con creces que las nuevas voces femeninas como la de Txani han venido a renovar la narrativa española por derecho propio y, sobre todo, sin ningún tipo de complejos.

Los últimos románticos de Txani Rodríguez


Texto © Txema Arinas
Fotografía © Planeta de libros



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