miércoles, 17 de febrero de 2010

TAXI DE KHALED AL KHAMISSI


Taxi del periodista y director de cine Khaled al Khamissi no es un libro de relatos, no es literatura, al menos ni lo pretende ni lo aceptarían nunca los gurús de la cosa, académicos y no, sino más bien de testimonios, anécdotas, ocurrencias, todo lo que según el autor ha visto u oído a lo largo de años durante sus trayectos en los inenarrables taxis de El Cairo. Así pues, las situaciones que vive, o dice haber vivido, el autor en la parte trasera de los más variopintos taxis cariotas sirven para construir un mosaico de la vida urbana, social y también política de esa ciudad y por extensión de Egipto.

Cada persona es un mundo y en el caso de un taxista, de un taxista de un país árabe y más en concreto de una macrourbe, la más grande de África, un mundo de lo más imprevisible. Como que hay veces que el autor se sube a un taxi y da con el chalado apasionado de la velocidad, el descerebrado que arrambla con todo lo que se le pone por delante, que más que conducir un coche lleva una tartana, el joven egipcio sin perspecitvas de mejora que no espera nada del Estado a pesar del dinero invertido por sus padres para pagarle una buena educación, siempre por la familia, nunca por un Estado que sólo parece existir para joderles y por lo general a mayor gloria de los de siempre, sabe que su futuro pinta negro de necesidad, que nunca conseguirá franquear las barreras de clase que le han sido impuestas desde la cuna, que el mango de la sartén siempre estará en las manos de otros, de los de siempre, el tinglado montado por unos pocos alrededor de esa institución tan extendida en el mundo árabe que es la républica hereditaria o dinastia republicana, en este caso la de Mubarak & son, y, cómo no, origen de tantas y tantas desilusiones y agravios que luego derivan en lo que derivan por esos lares.

Claro que también tropezará con el taxista salido que se enamora de la prostituta bajo el niqap, la versión egipcia del velo, el fino analista político que sin ser amigo de los islamistas justifica su éxito y los apoya a causa de la falta de democracia, de los abusos de los poderosos y sobre todo de los despropósitos de la política norteamericana para con el mundo árabe-musulmán, la muchacha egipcia emancipada y occidentalizada que cambia de vestimenta en el trayecto de su casa, barrio, al lugar de trabajo, centro, el cristiano copto con complejo persecutorio que cada vez se siente más acorrolado en un mundo en el que la religión se ha convertido de un tiempo a esta parte en el refugio de todo tipo de fustrados, el soñador que quiere ganar lo suficiente para bajarse con el taxi hasta Ciudad del Cabo para el Mundial de Surafrica -enternecedor la ilusión de este hombre y su ignorancia de la imposibilidad de hacer ese viaje en coche dado que, como dice el autor, África es un continente incomunicado entre sí para comodidad del colonizador blanco-, el taxista iluso que va a renovar el carné de conducir y se sumerge en un laberinto funcionarial que riéte de la Praga de Kafka, todo a mayor incomodidad del ciudadano, a hacerle la vida lo más difícil posible por haber nacido pobre y sin padrinos, y en resumén, los taxistas jetas o directamente criminales, los extremadamente honrados y quizás por ello doblemente apaleados en todos los aspectos de su vida, los ex-combatientes de las guerras con Israel que todavía sueñan con una revancha a la espera de que los americanos se caigan de un guindo, y así toda una serie de supervivientes, gente humilde que se deja la piel a diario en el taxi en una ciudad inabarcable, caótica, asfixiante, despiadada.

En fin, no es lo mismo vivirlo de turista que de nativo, siendo poco más que una vaca a ordeñar que una pobre rata condenada a vivir en el subdesarrollo urbano de El Cairo. Un retrato jugoso, emotivo y hasta certero de esa microhistoria del día a día de la que nunca sabemos nada a no ser que medie un atentado terrorista con turistas muertos o una matanza de civiles por parte del ejército en el momento de dispersar a unas masas irritadas porque les han vuelto a subir el precio del pan por enésima vez o porque una vez más los israelis masacran a sus hermanos árabes y Occidente les manda el mensaje de que poco más que porque ellos se lo han buscado. Una sociedad que en palabras del autor cada vez se muestra más excéptica y resignada a falta de esperanza en un cambio radical de las cosas, y a veces ni siquiera eso. Cómo entonces no echarse a temblar cuando uno de los taxistas suelta algo así: “En Egipto se ha probado sin ningún éxito la monarquía, el socialismo (Nasser), el centro, los pactos con Estados Unidos y con Israel, en el marco de una dictadura maquillada (Mubarak). ¿Qué se pierde con probar con el islamismo radical?”

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