martes, 9 de febrero de 2010

ANTRUEJO


Ya he escrito en la anterior entrada que a mi juicio lo más interesante del carnaval es el aspecto esctrictamente antropológico del Carnaval, que el resto es farra a lo loco y poco más, eso si no ha caído ya directamente en el apartado de promoción turística, tipo Río o Venecía, o ya directamente en el espectáculo para consumo televisivo al estilo del de Cadiz y sus chirigotas, verdaderamente divertido, bueno, un par de ellas y para de contar. Por eso el carnaval que realmente me suscita la curiosidad es el rural, el que recoge las tradiciones más dispares y antiguas de cada zona, el que mejor revela el verdadero transfondo pagano y, siquiera por unos días, anticlerical, de la fiesta. De los carnavales rurales se ha escrito mucho, de hecho por estas fechas volverá a hacerse, de modo que vamos a hablar de los del terruño más cercano, el carnaval alavés, que del otro, del vasco en mayúscula, con el de Tolosa como prototipo urbano y el de Lanz como rural, ya han hablado y seguirán haciéndolo por doquier. Y también, o sobre todo, hablamos del de Álava porque nuestra provincia sigue siendo, y me temo que seguirá, la eterna olvidada, que, o no cuenta cuando se habla del conjunto del país, o se hace poco y como de pasada. Será que como las provincias vecinas son tan ricas en folklores y similares que no hace falta echar una mirada por la nuestra, para qué, si Alava es Castilla o una simple extensión del Alto Nervión, Burgos, La Rioja y Navarra. A esto los vecinos del norte lo llaman victimismo, yo no sé si llamarle el síndrome de Vaya Semanita, por lo del sketch de los guipuzcoanos que van de setas a Navarra y cuando uno le dice al otro:

- "cuidado, están ahí"
-"¿quienes?
-Esos de los que nunca hablamos...
-¿los alaveses?
-¡No, hombre!, los navarros vigilando que no les robemos las setas!

Eso por no hablar de la muy curiosa y significativa tendencia que hay en la provincia de hacer pasar por propias cosas que sólo lo son de las vecinas, como si la nuestra careciera de personalidad propia y entonces hubiera que importarla del Cantábrico -no hay poco ni nada que aprender de los navarros- no vayamos a ser menos vascos por desconocer lo propio, así que copiemos al vecino, venga otro talo de maiz en esta tierra de trigo y vid. En fin, este del deconocimiento de lo propio sería un tema a tratar más en profundidad, ahora nos centramos en el carnaval. Para ello echo mano casi en exclusiva del magnífico libro del ilustrísimo antropólogo Juan Garmendía Larrañaga, guizpucoano (sí, de fuera vendrán y... te enseñarán lo propio porque tú no tienes ni pajotera idea de lo tuyo más allá de la sombra del campanario de tu pueblo...): CARNAVAL EN ALAVA.

El libro recorre un montón de pueblos de toda la provincia levantando acta de las tradiciones carnavalescas que hay en la provincia, o mejor dicho había, pues a raíz de la prohibición en toda España de dicha fiesta por Franco a petición de su queridisima Iglesia, muchas de ellas han desaparecido o por lo menos no se han recuperado del todo.

De entre las tradiciones que ilustra está, faltaría más, la más conocida de la provincia, que es la de Markitos en Zalduondo, la cual, según recoge el autor, recuerda en muchos de sus aspectos a la más conocida del carnaval de Lanz en Navarra. Se trata básicamente de un muñeco que debidamente ataviado y colocado en un carro se pasea por el pueblo al toque del txistu y tamboril para ser objeto de todo tipo de burlas y afrentas hasta que al final va a parar a la hoguera.

En Zalduondo, el Carnaval fue recuperado en 1975 tras 41 años de inactividad. "Marquitos" es un muñeco, de tamaño casi natural, vestido con camisa, corbata, traje negro con una flor en el ojal y botas o abarcas. Asimismo, lleva un collar de cáscaras de huevo y una voluminosa txapela negra. Tras celebrar la misa de mediodía, Marquitos, como se hacía con los antiguos condenados, es exhibido sobre un burro por las calles de Zalduondo. Un mozo, con capa y sombrero, acompaña al muñeco sobre la grupa del animal. Le siguen varios músicos y unos mozos, dos de los cuales llevan un varal o largo mástil que llaman "lata". Al llegar al Palacio de los Gizones, Marquitos es desmontado y colgado de la "lata". Por la tarde se descuelga al muñeco para ser conducido, acompañado por una curiosa comitiva, hasta el frontón. El cortejo está formado por el "cenicero", con un cubo de ceniza, el "barrendero" con su barredero, el "viejo y la vieja", ambas figuras interpretadas por un mismo mozo enmascarado que representa a los padres de Marquitos, varios "porreros", mozos con la cara pintada que visten con trapos o harapos, "músicos", "tres ovejas y un oso", animales representados por personas con los cuerpos cubiertos por pieles, y un "carruaje", tirado por una mula, desde el cual varios niños arrojan confetis y cuya nasa o gran cesta está ocupada por el "predicador" quien, disfrazado con una barba y un gorro, sujeta al muñeco. La comitiva, tras dar varias vueltas por el pueblo, llega al frontón donde se procede a la quema del Marquitos una vez que se ha leído tal condena por sus delitos.

Esta del muñeco no es una tradición exclusiva de Zalduondo, ni siquiera de multitud de otros pueblos alaveses, si más bien la más extendida por torde el orbe católico, ya que el muñeco de marras viene a ser literalmente "el saco de las hostias", es decir, la figura sobre la que el pueblo descargaba toda su rabia acumulada durante el año antes de darse al bebercio y el fornicio durante el Carnaval. De esa guisa podemos encontrar entre otras las figuras de carnaval de "El Hombre Paja" de Eguino, "El Criminal" de Arriola, "El Gutierrez" en Galarreta, "Muñeco de Carnaval" de Berantevilla, "La Vieja de Bikuña o el "Monigote" de Manurga.

En otros sitios, sin embargo, el saco de las hostias solía ser un personaje encarnado por un paisano del pueblo. De este modo, el más interesante por la evidente connotación anticlarical es el personaje del "Obispo" o "Obispillo" en pueblos como Arrieta, Eguilaz, Gazeta, Luzuriaga, Munain, Ocariz, Oreitia, San Roman de Millán, Vicuña, en la Llanada o Azazeta, Onraita, Roitegi o Virgala Mayor que generalmente solía ser encarnado por niños, ya se sabe, lo mínimamente inocentes para no ir a parar a manos de inquisidor de turno pasadas las carnestolendas.

Elementos propios del carnaval alavés son los "porreros", los cuales van provistos de la puchica (del euskera putxika o "vejiga") para arrear a los niños y niñas que corren delante de estos personajes.

Asímismo, otro elemento muy estendido en Álava, especialmente el la Rioja y Montaña alavesas, es el Cachi y derivados, personaje que corre también con un palo en la mano persiguiendo a los niños. La palabra 'cachi', fue anotada por Baraibar en su 'Vocabulario de palabras usadas en Álava' (1903), 'cachi' significa 'máscara', y esta voz podría venir, según él, de la abreviación de 'cachidiablo', o de 'cachiporra', , «por llevarlas en las aldeas los máscaras o cachis». Tirando del hilo, parece que 'cachidiablo' viene del italiano 'cacciadiavoli', es decir, 'expulsa-diablos'. Sea como fuere, 'cachi' significa 'quien lleva la máscara', y, entre otros testimonios, en 'Voces alavesas', de López de Guereñu, tenemos este de Labraza, de 1688: «Veinte y dos reales que costó con hechuras el vestido y máscara del cachi». Otra cosa curiosa es que, como se ve en la explicación de Baraibar, en Álava se ha dicho y se dice 'el máscara', así, en masculino, para indicar la persona disfrazada. Sea como fuere, la palabra 'cachi' es el primer elemento de otras, como 'cachiberrio' o 'cachibirrio', recogida en La Rioja Alavesa; 'cachimorro' en Baroja y Dulantzi, o 'cachimorrón' en Santa Cruz de Campezo, 'cachirulo' en la Rioja Alavesa y en La Montaña. En todos los casos significa 'persona disfrazada', aunque la fiesta sea diferente de un lugar a otro.

Otras palabras típicas del carnaval alavés aludiendo a disfraces o mascaras típicas del mundo rural serían:

-porreruek, Legutiano
-cacarros, en Amurrio, Zambrana, Bergüenda.
-cacarreros, en Antezana de Ribera
-kokomarroak, en Aramaio
-zarramoqueros, Pangua
-macarreros, Leciñana de Oca
-mascaretas, Labastida
-mascaras, Llodio


Asímismo, en algunos pueblos la fiesta de Carnaval de carnaval solía ser animada por juegos como el Higo-higo, en Amurrio, en el que los niños vestitos de cacarros tiraban de un paraguas o similar hasta destrozarlo del todo; el higuico, al higui, higui, Labastida, consistía en tirar de un palo con un higo en un extremo que los niños tenían que coger con la boca mientras un mascareta golpeaba el palo para que no pudiera hacerlo; o La Chata o Calderón de Nanclares de Oca, Ollabarre, que consistía en golpear con una palo tipo pala de frontón a otro más fino y alargado para hacerlo saltar por los aires.

En fin se tratan de costumbres extraordinariamente sencillas, primarias, y que las emparenta con muchas otras que todavía se pueden encontrar hoy en día en pueblos o tribus de los llamados primitivos, al fin de cuentas despojado de su connotación (anti)religiosa el Carnaval no deja de ser una celebración de la ruptura de la rutina, una rebeldía ordenada y disimulada contra lo establecido, una juerga con licencia o casi.

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