sábado, 27 de febrero de 2010
HOMENAJE A LOS DISIDENTES DE AHORA Y SIEMPRE
Comentar la actualidad, no siendo un experto o que le paguen a uno por ello, debería ser algo reservado en exclusiva a los bares porque de esa manera las tonterías que diga uno no salen de ahí y además siempre está el eximente del alcohol. No obstante hay noticias que impactan de tal modo que uno siente la obligación personal, moral si se quiere, de comentarlas. Aunque esto esté cada vez peor visto en un mundo sin moral o, siquiera, de moral más que relativa, donde todo es cada vez más laxo, más frívolo, más egoista, más cínico. El caso es que por encima de la morralla diaria de la prensa, esa en la que se abundan noticias de la intrascendencia de la dentatura de una princesa o se da cobertura, y hasta se exaltan, a personajes como el Jonh Cobra ese, la Esteban o la impresentable, egocéntrica, demagoga y por lo general vomitiva Rosa Diaz, ese paradigma de la inteligencia avalada por Savater y compañía, para la que llamar "gallego" a alguien en tono despectivo no tiene mayor importancia, que en todo caso la culpa es de los demás por sacarlo de contexto, también aparecen noticias como la de la muerte tras una huelga de hambre de un disidente cubano, Orlando Zapata, un humilde trabajador al que enchironaron por organizar un grupo de protesta contra el gobierno. Un preso de conciencia al que además le hicieron la vida imposible precisamente por reinvindicar su condición de tal y encima siendo negro, tema a ser tenido en cuenta este del racismo como paradigma de la hipocresía de una revolución que presume de haberlo abolido por decreto. Ya se sabe que en Cuba no hay presos de conciencia, y a los que reclaman dicha condición mejor les vale pensárselo dos veces porque entonces ya se pueden sujetar los machos con lo que les espera. A Zapata le tocó años de palizas, vejaciones -como la de ser golpeado por el director de la prisión delante de su madre durante una visita de ésta- sobre todo en manos de otros presos a los que las autoridades encargan el trabajo sucio a cambio de prebendas carcelarias. Dicen que hay más de 100 presos como Zapata en las cárceles cubanas, todos ellos tras haber cometido el delito de opinar en contra del gobierno cubano, acusados de enemigos de la revolución, de agentes de los Estados Unidos y, en general, de todo lo que acostumbran a inventarse las autoridades cubanas siguiendo la estela de aquellos otros horribles régimenes liberticidas del otro lado del Telón de Acero. A decir verdad, los presos actuales no son sino la última remesa represiva de un régimen que al principio de la Revolución no sólo encarceló a todo tipo de opositores, sino que también en muchos casos los exterminó como bien recuerdan muchos testigos durante durante los días posteriores a la toma de la Habana por Fidel y los suyos. Opositores a los que durante todos estos años de castrismo se han ido sumando otros que al principio contaban entre sus filas, algunos incluso cercanos al círculo íntimo del poder como el general Menoyo antes de ser liberado, otros como el general Ochoa no tuvieron tanta suerte, sino más bien un pelotón de fusilamiento esperándolos; así se las gasta el comandante en barbas
Pero claro, estamos hablando de Cuba, el paraiso socialista de varias generaciones de esa izquierda surgida a la sombra del mito del Che y Fidel en Sierra Maestra, la de la Revolución que dio lapices y medicinas a los desharrapados de la isla, la que resiste ahora y siempre al bloqueo americano. Una Revolución que ya desde el primer momento, a partir de que Castro se entragara de cuerpo y alma a los soviéticos, se convirtió en poco más que un remedo de esos régimenes de los que hablaba antes, la versión tropical de un socialismo que los acontencimientos, y sobre todo su propia ineficacia, mandó en su tiempo al estercolero de la historia. Pero claro, Cuba es otra cosa, sobre todo es la coartada ideológica del izquierdista rancio, hipócrita y corto de miras como ninguno que todos sabemos que mientras que ensalza las virtudes de un régimen como el de Castro, jamás se le pasaría por la cabeza irse a vivir allí donde no iba a poder disfrutar de la libertad que le ofrece una democracia occidental con todos sus defectos. La coartada y el mito al que sacrifican no sólo la prosperidad de una población acostumbrada a "resolver", como dicen allá, el día a día en medio de una economía, no ya socialista, sino del caos, la improvisación, la idiocia administrativa en grando sumo, sino también, o sobre todo, la libertad de opinar, elegir, incluso de irse del país si hace falta y sin arriesgarse por ello a dejar la vida o a sus familiares a merced de la arbitrariedad de los funcionarios de la revolución. Cuba es una isla hermosa y sus gentes por lo general magníficas, también es un trozo de nuestra historia y cultura, con no pocos lazos familiares, por eso duele e irrita el gilipollas español que todavía defiende a Castro y su régimen mientras se tira de los pelos por lo que pasa en Palestina, el Sahara o por el estilo. Esa memoría o sensibilidad selectiva, ese querer siempre echar balones fuera con la monserga de que si los norteamericanos o tal y cual, da asco hasta producir vómito, la injusticia lo es siempre en sí misma y no a través del prisma por el que se mire, eso es sectarismo de la peor calaña, todavía más indignante cuando hay muertes de por medio, por todo lo que tiene de desprecio hacia una vida que no debería haberse ido. Yo me fui con uno de esos gilipollas a Cuba, bien que por descarte y porque se rajaron otros. El chaval, sindicalista de CCOO a pesar de no haber trabajado más de dos meses en su vida, según él mismo se jactaba, no cabía de gozo en el paraiso socialista, había que verlo cómo se le caía la baba ante los logros de la revolución con su poster del Che en una mano y la chequera American Express en la otra, patético personaje donde los haya, el Che, sobre todo al paso de un camión destartalado a rebosar de gente o ante el espectáculo de las viejas mansiones coloniales del paseo de Malecón cayéndose a pedazos, ante el miedo de la gente corriente por hablar de esto o de lo otro, a saltarse las mil y una normas o prohibiciones que les restringían el movimiento o el acceso a determinados lugares, las escandalosas diferencias de renta entre los que se aprovechaban de la economía dolarizada por estar cerca del poder y la gente del montón que malvivía con los pesos cubanos, cuando no jineteaba porque no le quedaba otra, no hablemos ya de un gobierno que recibe dólares de los inversores extranjeros por montar fábricas o empresas en la isla (hoteles españoles, fábricas chinas...) y paga al obrero con pesos cubanos, es decir, cien veces menos de lo que deberían cobrar en condiciones normales. En resumen, si de algo es un paraiso Cuba es de la arbitrariedad de unas autoridades que, como en todo régimen autoritario y al no tener quien se atreva a levantar el dedo, siempre que emprenden o ordenan algo lo hacen convencidos de estar haciendo correcto, y ya les puede demostrar la terca realidad que eso no es así, que se han equivocado y de lleno, que ellos jamás lo reconocerán, cómo van a hacerlo si poco más que han sido ungidos por el espíritu santo, vulgo Fidel, y a la guerra de Angola me remito como el mejor de los ejemplos.
En fin, una muerte tan absurda como todas las que no lo son naturales, injusta e inducida porque no debería haberse producido de haber reconocido el gobierno cubano lo obvio, que Orlando Zapata era un preso político de un régimen que considera delito eso mismo: hacer política.
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