jueves, 8 de mayo de 2014

DESDE LA BARRERA




Ayer junto a la barra de un conocido bar de la calle San Nicolás de Pamplona, una chavala morena, menuda y muy recatadita ella, osa llamar la atención de uno de los camareros castas, jatorras a más no poder, para preguntarle, con el dedo tímidamente alzado, por el contenido de las tortillas que tiene delante de sus narices. El camarero casta, que anda a tope como de costumbre de un lado a otro de la barra, hace un alto para contestar a la muchacha haciendo lo que parece ser un acopio descomunal de paciencia: "de bacalao, con pimiento verde y normal". La muchacha se toma su tiempo antes de responder, al final le pregunta si todas llevan cebolla, el camarero, al que casi se le nota que le empieza a salir humo por detrás de las orejas, le contesta con un refunfuño que claro, cómo no van a llevar, aibalahostia, si eso la de bacalao no lleva, vamos, por venderle la burra. Le contesta, claro que sí, pero la chavala casi que baja la cabeza como si el maestro le acabara de echar una regañina junto a la pizarra de clase por no saberse la lección; vamos, que al camarero sólo le habría faltado darle con la regla en la mano. De hecho, la chichilla no reacciona y el camarero la deja ahí plantada para volverse a sus otros asuntos. La muchacha, que sigue junto a la barra con la vista perdida entre las tortillas, reacciona al rato y vuelve a llamar la atención de otro camarero, el cual, éste sí, parece más solícito y acaso un pelín menos brusco que el anterior: al final le sirve el trozo de tortilla de bacalao que quedaba. Servidor y su señora comentan la faena. Yo observo que a la chavala y a las dos amigas que la esperan sentadas a una mesa a nuestras espaldas se les nota a la legua que son de fuera dado que parecen tan perdidas en el bar como un turista cualquiera en el Gran Bazar de Estambul. Mi señora me responde que la morenita y las otras dos finolis que la acompañan, apabulladas, casi que en estado de shock, catatónicas, pues que no deben estar acostumbradas al tono fuerte y casi que displicente del paisanaje, a destacar el del gremio de la hostelería. En efecto, es el momento para recordarme por enésima vez que para cualquiera que venga de fuera los modos bruscos y a veces incluso chulescos (si bien a los navarros les encanta denominar este tipo de conducta de "brava", como con las jotas, algún que otro comistrajo y así...) con los que los camareros acostumbran a tratar a la clientela en más de un establecimiento lo dejan a uno patidifuso, que no acaba de entender por qué lo regañan, qué pecado habrá cometido para que lo traten como una piltrafa. Luego ya me reconoce que eso que para muchos que recalan por primera vez en el País de los Vascos no puede sino antojárseles de una bordería de mil pares de criadillas de toro y además completamente gratuita, no deja de ser en la mayoría de los casos la manera acaso excesivamente franca y no poco zafia, grosera, de querer demostrar una cercanía en el trato con todo el mundo, así a lo bruto, sin medias tintas ni hostias en vinagre, todos de casa, a lo que hay que sumar un elevado tono de voz y la aspereza de un acento en todas sus variantes que contribuye también un rato a ello; como que dice ella que lo sabe mejor que bien porque tiene el ejemplo en casa. Pero, claro, mi señora es asturiana y para ella hablar como si estuviera cantando es lo más normal del mundo. Pero bueno, convengo con ella porque sé que tiene razón, el contraste entre la simpatía en el trato del gremio asturiano de camareros y el de los del paisito, con todas sus honrosas excepciones, es algo que experimento cada dos o tres semanas desde hace la tira de años. Ahora bien, aún sabiéndolo, lo de la brusquedad innata de los fieros vascones y así, observo que la morenita y las otras dos finolis que la acompañan están troceando sus respectivos pinchos en trocitos muy finos como si se tratarán de filetes, que no han pedido nada de beber y encima en lugar de poner bote cada una se acerca a la barra para pagar lo suyo, y juro que no puedo desterrar de mi cabeza la idea de echarlas directamente al pilón, no, no puedo; ya me gustaría ser tan bueno y comprensivo como mi pareja, pero, todavía, muchos años después, debo estar en rodaje.

Más tarde, y después de más de diez años o así viniendo con mi pareja una o dos veces al año a la capital navarra, por fin consigo convencerla para que entre a ver la Catedral de Santa María la Real, a lo que ella se había negado en redondo hasta entonces porque al ver la fachada neoclásica de la misma decía que ese tipo de iglesias la aburrían un rato largo y yo, erre que erre, que no, que de neoclásico sólo la fachada, que a mí también es un estilo que se me atraganta y mucho, en realidad se trata de una joya gótica con alguna que otra reminiscencia románica en su interior y bla, bla, bla; no saben ustedes lo difícil que es convencer a quien yo me sé de lo contrario una vez que se le mete una idea en la cabeza, y Dios me libre de caer en una incorrección política de género al respecto. Una vez dentro incluso me da la razón, como que por un segundo creo que debe ser un efecto secundario del copazo de pacharán casero o algo así que me tomado antes. Pero no, el caso es que, aparte de la planta de la catedral, las puertas, la sala capitular, las sacristías y otras dependencias de lo que en realidad más que una catedral es un conjunto eclesiástico, se me queda embobada con el claustro gótico del XIV. También visitamos la exposición Occidens que no está mal, pero, que atendiendo a lo que dicen algunos de los panales me deja como que un regusto a panfletillo propagandístico de una concepción tan ombliguista como reduccionista que tanto se estila en el Viejo Reyno por sus sectores más amantes de la inmutabilidad de un orden de mucha boina roja metafísica y hegemonía de sacristía otro tanto. De hecho, el siguiente texto no tiene desperdicio, claro que a mi juicio aquí han sido excesivamente comedidos porque ya puestos a ensalzarse el ombligo bien podían haber dicho que todo lo de la cultura grecorromana, musulmana y por extensión oriental o de donde venga, todo eso una puta mierda al lado de los logros de Occidente y en concreto, porque de eso se trata, no nos engañemos, de la civilización cristiana; claro que ya digo que esto es una impresión debida probablemente a mis prejuicios, que son muchos y cada vez más raros, y más en concreto ese que me lleva a pensar lo mal o poco que casan la mayoría de los logros esos de los que habla el texto con la propia historia de la Iglesia, que es de lo que va la exposición en rigor: "la democracia, la racionalidad critica, la libertad de conciencias, los derechos humanos, la solid...", no se me escapa una sonora carcajada ahí mismo de puro milagro. Ya digo, se han contenido, que seguro que si fuera por más de uno no habría dudado en añadir: "y todo esto se lo debemos en exclusiva a la influencia de la Iglesia Católica Apostólica y Romana...", para otro momento.

"es la primera vez que la humanidad se encuentra en una época de mundialización en la que la población es consciente de sí misma y tiene que buscar un elemento común". La moral del amor, la democracia, la racionalidad crítica, el Estado de derecho, la economía en libertad basada en la propiedad privada, la libertad de las conciencias, los derechos humanos, la solidaridad... son, enumera Occidens, "los logros de Occidente"

Pero bueno, una buena jornada sin que lo primero tenga nada que ver con lo segundo. A no ser que de las dos anécdotas bobas podamos sacar la conclusión de lo mucho que influyen las apariencias a la hora de juzgarlas o algo así. De hecho, paseando por lo viejo de Iruña, que es algo que a mí me encanta porque me parece el casco antiguo más completo de todo el cuadrante vasco-navarro-riojano y en donde uno tiene más de un recuerdo, me acuerdo de que no son pocos los conocidos navarros que te dicen precisamente lo contrario, que para cascos medievales en condiciones el de Gasteiz. En fin, será que tendemos a ensalzar por norma lo de fuera en contraste con lo propio, aburridos de lo que nos rodea a diario o así, y de ahí la importancia de las apariencias o lo que sea. Pero bueno, si eso ya dedico toda la mañana a pensarlo que me parece que no vamos a salir de casa porque alguien tiene que hacer reposo en cama a ver si se me recupera para la noche, que toca cena de cuadrilla, un sinvivir.

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