Veo a Berlusconi saliendo de su primera jornada de trabajo social cumpliendo con la condena, de risa, que le ha sido impuesto por uno de sus innumerables canchullos, con toda probabilidad una pantomima más del tartufo mayor de la "Repubblica", y no puedo evitar la siguiente reflexión. He ahí un hombre de la edad de mi padre o casi, setenta y siete tacos y un rostro completamente desfigurado, sí, pero no por la edad sino por la cirugía. Un rostro que aún y todo, o acaso más que en ningún otro, que viene a ser el espejo del alma con sus estiramientos, inyecciones de colágeno, injertos capilares, maquillaje a tutiplén y todo lo que se tercie en estos casos. Y puede que de eso y más, que no sólo sea el espejo del alma infinitamente egocéntrica y sobre todo tartufa del personaje, sino también de toda una época. Me refiero a la sometida a la tiranía de la juventud como valor supremo. La juventud como principio y fin de todo lo bueno, la juventud como primera y última aspiración de todo aquel que se precie como un triunfador, de todo aquel que quiera contar en algo, que quiera estar donde hay que estar, la juventud como principal y casi único valor comercial para prolongar el ansia consumista de toda una industria de la futilidad. Una época en la que algunos han creído encontrar la versión actualizada del mito de la Fuente de la Eterna Juventud de la que hablaba Heredoto y enloqueció a Ponce de León en la cirugía. De lo que aquí tenemos al máximo y más genuino representante de esta tendencia, entre lo puramente infantil y lo rematadamente insustancial, de luchar contra el tiempo y sobre todo contra toda una escala de valores clásicos que hasta no hace mucho concebían la senectud no tanto como el ocaso de la vida sino como su culmen. Bersluconi representa como nadie, y entre tantas otras cosas, el rechazo a esa escala de valores que tenía en el anciano de pelo y barba canas, provectas, el símbolo de la sabiduría acumulada durante décadas (la misma que luego cada cual ya se encargaba de desmentir una vez abierta la boca...),la cual envolvía a esa vejez perfectamente diferenciada de una indiscutible dignidad, siquiera ya sólo la del resistente, la del que ha podido llegar hasta ahí con todo lo que eso conllevo de victorias, derrotas, ilusiones satisfechas o no, pérdidas y ganancias. Y todo esto precisamente porque la alternativa del "capo de capi dei tartuffi" no es otra que la indignidad en todas sus variantes, no sólo la política, ética y moral, sino también, o ya sobre todo, la estética, que sólo hay que ver lo lejos que está este carcamal de parecerse a un Leonardo Da Vinci o de cualquier provecto personaje de la Historia y, en cambio, qué parecido al payaso Tonetti sin, por supuesto, la dignidad que le impregnaba a éste último su oficio de verdadero payaso. En fin, nunca había pensado que acabaría escribiendo de mi p... digo, en contra de los septuagenarios que se tiñen el pelo...
martes, 13 de mayo de 2014
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