jueves, 8 de mayo de 2014

YONQUI - PACO GÓMEZ ESCRIBANO





La escuché trastear por la cocina. Guardaba el coñac en un mueble. El mismo en que estaban las lentejas, los garbanzos y todas esas mierdas. Me salí a la terraza. En media hora se pondría pedo y se iría a la cama. Ella no tenía la culpa. Era esta mierda de barrio. Mi hermano Paco tenía diecinueve cuando murió. Era yonqui. No fue sobredosis ni nada de eso. De repente, un día se sintió mal. Mucho más que habitualmente. En el hospital nos dijeron que tenía hepatitis C muy avanzada y que no podían hacer nada por él. El virus llegó, seguramente, a su sangre mediante una jeringuilla usada y la cagó. Mi padre murió de cirrosis, pero eso en el barrio no era noticia. Reventó en la bodega del Joaqui con una copa de Veterano en la mano y un pitillo de Rex en la otra. Siempre estaba bebiendo, lo recuerdo así desde que tenía uso de razón. Cobraba una mísera pensión por una enfermedad pulmonar que había "pillao" en la fundición en la que curró treinta años.

Y luego estaba lo de María, mi hermana. Hacía dos años que se había fugado de casa para irse a una comuna jipi en Ibiza. Como tenía dieciocho años cumplidos, mi madre no pudo hacer nada excepto agarrarse a la botella de Terry. Bueno, a veces también se metía lingotazos de Marie Brizard.

Como pueden ver, tenía una familia bien estructurada y bien avenida. Cuando escuché que la vieja se acostaba, me hice un peta. Miré el calendario del Cajamadrid que mi madre siempre traía del banco. Ocho de mayo de 1978. Anda que no me quedaba vida por delante.

Qué pereza.




He leído YONQUI de Paco Gómez Escribano casi que de carrerilla, en dos noches para ser exactos. Algo realmente destacable teniendo en cuenta que siempre leo varios libros a la vez, y que sea por lo que sea y por mucho que esté enganchado a uno procuro repartir mi tiempo de lectura. Pero es que ésta es precisamente una de las grandes virtudes de YONQUI, que no lo puedes dejar una vez que te atrapa el chute de adrenalina narrativa que el autor ha inoculado a la historia del Botas y sus colegas. Todo parece suceder a la velocidad con la que el “prota” y los suyos pisan el acelerador de los bugas que chorizan para dar sus palos. Un ritmo frenético que resulta de una escritura tan puntillosa en su afán de aprehender con frases cortas y directas todos los matices posibles de la actividad criminal, o simplemente pandillera –sí, el matiz es importante- de los personajes, como elaborada en el afán de dar autenticidad arrabalera y generacional al habla coloquial de sus personajes. Un trabajo tan meticuloso, y a la vez deliciosamente fresco, gracias al que, no sólo nos llega la riqueza expresiva de unas gentes muy concretas a la que ésta ni siquiera se les supone, sino también de una época y un lugar muy concretos: el Madrid suburbial de los setenta. 


Pero no sólo es adrenalina y veracidad lo que destila YONQUI, hay algo más, acaso lo primordial, que distingue está novela de otras junto a las que se podría catalogar por su temática o ambiente, estoy pensando en los tipos desclasados y perdedores de las novelas de Bukowsky o esa juventud escocesa bronca y pastillera de la Escocia genuinamente urbana de Irvine Welsh. Y aquí mejor parar porque acabaríamos llegando a Dickens sin salir de la tradición anglosajona (y esto porque me paro a pensar en algún referente en castellano y sólo encuentro aproximaciones al mundo del lumpen hechas desde un mal disimulado paternalismo que sus autores querían hacer pasar por naturalismo, Tiempo de Silencio de Luís Martín Santos o Young Sánchez de mi paisano Ignacio Aldecoa son para mí miradas esencialmente burguesas sobre lo marginal, como que no se les nota poco ni nada en ciertos detalles el ceño fruncido con el que hablaban de sus personajes, digamos que al estilo del Pijoaparte de Marsé...), hay una mirada cercana, casi cómplice y sobre todo humana, mucho, o lo que es lo mismo, nada que ver con el embeleso de clase ante un supuesto exotismo de aquí al lado, la complacencia idealizadora del progre biempensante, acaso un simple ejercicio de sociología de barbecho, o cualquier otra mirada desde fuera y sobre todo lejana.



Así pues, mejor dejarnos de referencias que sólo responden a la limitada memoria literaria del autor de este homenaje a la novela YONQUI. Homenaje porque me lo he pasado de cine leyéndola. Aunque si ahora empezamos con las referencias literarias, de las cuales la propia novela es un homenaje en sí misma a un género muy determinado y que tuvo mucho predicamento en la época en la que se ambienta, también habría que convenir que, de la misma manera que YONQUI me parece literariamente muy superior a los dos autores anglosajones antes citados, también estoy convencido de que la película resultante de una adaptación cinematográfica superaría con creces cualquiera de las que se hicieron en aquellos años inmediatos a la muerte del generalito gallego que mangoneó España durante cuarenta años, de la mano de directores como el que se esconde tras uno de los personajes de la novela. Eso sería así porque en YONQUI la veracidad y hasta la intensidad dramática de la historia no son óbice en ningún momento para que aflore una ternura hacia los personajes y sobre todo un delicioso sentido del humor que gracias a la mirada de Paco Gómez Escribano nunca es el resultado de la mirada distante y prejuiciada de un autor que se acerca al tema como con asquito, en plan antropólogo del asfalto, sí ya, me repito, sino más bien todo lo contrario.

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