lunes, 2 de mayo de 2016

CON O SIN ALMA



Leo la novela de uno de los dos escritores españoles que Alberto Olmos considera los mejores de su generación. No voy a decir cual porque este post no va de reseñar a nadie y bastantes frentes ya...; pero, diré que se trata de un cuentista excepcional, de lo mejor en castellano. Ahora, la novela que acabo se me antoja eso mismo: un cuento largo. Está tan perfecta y maravillosamente escrita como la mayoría de sus cuentos, cada frase cincelada al milímetro, cada palabra en su sitio, el ritmo justo según el momento. Una verdadera obra de orfebre en cuanto a técnica y eficacia narrativa. El final, en cambio, no me convence nada, se me hace precipitado, en plan punto final por las bravas, porque la cosa no daba para más. Cuestión de gustos, claro. Pero sí, he aquí un pedazo de escritor, un profesional en el sentido de que notas en cada frase que el autor se lo ha currado, que respeta lo que tiene entre manos, que sabe cómo y qué hay que escribir a cada paso. Sin embargo, es todo tan perfecto, encaja todo tan bien, se nota todo tan medido, hay tan poco resquicio a lo superficial, no sobra nada, que en realidad me deja frío, como una tortilla de patatas ni poco ni mucho hecha, en su punto.

Pero claro, es que yo he crecido como lector con autores que distaban mucho los mejores en su oficio. Autores a los que se les notaban las costuras por todas partes, que siempre cojeaban de algo, que cuando tenías un libro entre tus manos ya sabías que ibas a encontrar esto o eso que en otros seguro que se te hacía inaceptable. Autores como Baroja, Benet, Max Aub, Aldecoa, Goytisolo, Laforet, Umbral, Sánchez-Ostiz y paro y me quedo con la lista de españoles en castellano porque si empezamos con Saer, Ibargüengoita, Cabrera Infante, Faulkner Celine, Roth, Bernhard, Malaparte, Pasolini, Koeppen, Lobo Antunes, Saizarbitoria... Todos ellos, claro está, escritores como la copa de un pino; pero, que quieras o no, y normalmente no, siempre pecan de algo, por algún lado, y que, mira tú por dónde, es precisamente lo que les hace destacar, los que los caracteriza, lo que te encandila de veras. Porque sí, qué coño, eso que uno busca en un autor con mayúscula, lo que tan rimbombantemente llamamos voz propia, el estilo, puede que sea en buena parte los defectos o excesos del autor. De ese modo uno ama a Baroja cuando se deja amar y sobre todo a pesar de la desmaña y la impostura que lo envuelve, o acaso precisamente por ellas, y, en cambio, se aburre a mares con Delibes y lo bien que escribe, lo jodidamente serio y puntilloso que es con la pluma.

A ver si al final va a ser que el arte reside precisa y esencialmente en lo original, la voz, el estilo, y todo lo demás, pues eso, artesanía. Pero claro, como vivimos tiempos de computadora, de robótica hasta en el alma, del pragmatismo como religión única y verdadera, pues todo tiene que encajar, todo tiene que ser perfecto, pulcro, incluso prístino como si toda experimentación hubiera sido herejía. ¿Y el alma, dónde coño os habéis dejado el alma? Pues eso, que a mí a me gustan los escritores a los que se les ven las costuras, con su diablico a cuestas incluso, de excesos, figurones a ratos, por qué no; pero, sobre todo con alma, humanos, como el propio Olmos sin ir más lejos. A mí un escritor que cae bien a todo el mundo...

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