sábado, 21 de mayo de 2016

DE LO DE AHORA EN FRANCÉS



Leo un reportaje, en un periódico de encima de la barra de la cafetería y de cuyo nombre no quiero ni acordarme, sobre literatura francesa contemporánea. Yo no soy experto en literatura francesa, no lo soy en nada; pero, creo que siempre he leído a autores franceses con verdadera fruición desde aquel L´Etranger de A. Camus de mi lejana juventud; cosas de la francofilia de la época y el clan. El caso que reparo en la literatura actual en francés y no me queda otra que reconocer que, así a grosso modo, no me llena nada, "no me da más" que dicen en Asturias, al menos no como me llenaron en su momento Camus, Celine, Simone de Beauvoir, Ionesco, Gide, Cendrars, Mauriac (me encanta, ya, rarico soy...), algo de Perec, Yourcenar, algo de Malraux, y no digamos ya los más clásicos como Stendhal, Flaubert, Zola, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud..., vamos, la mayoría de los que hicieron grande, universal, la literatura francesa.

Pero, yo no sé si son pejigueras pedantescas mías, ínfulas de no sé qué o pura impostura, que no consigo experimentar el mismo placer con los figurones de nuestros días. Reconozco el buen hacer, lo exquisito incluso, de Echenoz, Modiano o Le Clezio, o los más jóvenes Oster, Mauvignier, Joncour...; pero, sus libros se me acaban casi siempre cayendo de las manos. No sé, demasiado exquisitos, mesurados, estilistas, buscando una cuadratura de un círculo narrativo que a mí, a falta de un poco de alma y menos postureo literario, me deja frío. No me conmueven, echo de menos a Julien Gracq que me encanta con todos sus defectos, me mueven a dejarlos a la mitad, como me ha pasado hace unas semanas con "Je m´en vais" de Echenoz, que he tenido que aparcarlo casi ya hacia el final para acudir de inmediato a las estanterías a rescatar el Traité d'athéologie de Michel Onfray al objeto de poder así reconciliarme con la lengua francesa.

Y qué decir de esos otros escritores más mediáticos y comercialmente exitosos como la Amélie Nothomb, el Benacquista, o la del erizo, la Barbery (venga, todas a una: machista, machista...), las cuales confieso haber leído: sí, lo confieso y pido perdón. Sólo me hace algo de gracia el soplagaitas de Frédéric Beigbeder. Y eso, gracia y poco más.

Si soy sincero ni siquiera la novela negra francesa actual con los bestsellerianos Fred Vargas y Pierre Lemaitre a la cabeza, y reconociendo que cómo escritores del género se lo curran y mucho, consiguen que tengan para mí el dulce encanto gabacho que tenían Boris Vian o Simenon.

A decir verdad empiezo a pensar que el síntoma más significativo de la decadencia de la literatura francesa de nuestros días no es otro que el éxito indiscutible de su autor más representativo: el rarito impostor de Michel Houellebecq, una especie de Celine contemporáneo pasado por la thermomix, y no lo digo sólo por los pelos.

Ahora, espero que a estas alturas todo quisque se haya percatado ya de que he estado hablando en exclusiva de los escritores franceses que dicen de supuesta "bonne source". Porque si se trata de escritores en lengua francesa de otras latitudes, incluso franceses de origen inmigrante, ahí la cosa ya cambia. Me gustan, porque tienen algo que contar y cómo lo hacen, hasta el muy mediático y folletinesco de Yhasmina Khadra, incluso algunos libros de Tahar Ben Jelloun como la magnífica" Cette aveuglante absence de lumière" o "Les raisens de la galêre". De hecho, que yo haya leído me han encantado casi siempre Emamanuel Dongala, Philippe Djian, Amos Tutuola, Ahmadou Kourouma y otro cuyo nombre no consigo ahora recordar sobre la relación entre una vieja judía y un joven musulmán con la escalera vecinal a modo de metáfora.

Y ya para terminar con toda esta sarta de subjetividades más o menos fundadas o no, voy a soltar la última. Cómo será de floja o poco interesante la literatura francesa de nuestros días que el último verdadero éxito literario, con todos los visos de haberse convertido ya en un clásico, no haya sido otro que Suite Française, novela publicada en 2004 a título póstumo y escrita en los años cuarenta por Irène Némirovsky, novelista de origen ucraniano, que vivió en Francia y escribió en francés. Un éxito que mucho me temo yo que es también el principal responsable de más de un tostón pretencioso del famoso premio Goncourt con la Ocupación y/o los nazis siempre de telón de fondo.

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