Tienen veintipocos y aprovechan una tormentosa mañana de sábado para ir juntos a un viejo chigre del muelle de Luanco. Él pide una ración de callos y ella una de quesos asturianos. Ambos beben sidra. Son jóvenes y ríen todo el rato. Lo hacen con recato y al mismo tiempo indiferentes a cuanto les rodea. Son tan felices que hasta ofenden. De hecho, te entran ganas de levantarte para decirles que no se lo piensen más, que lo de experimentar y conocer mundo y otras gentes, una chorrada como un piano. Nada, a jurarse amor eterno de una vez por todas. De lo contrario, romperéis de aquí a unos meses, y con los años os haréis la misma pregunta que la pareja de enfrente: ¿por qué rompí aquel mocín/aquella mocina con la que compartía callos y quesos con sidra un sábado de finales del marzo, por qué?
domingo, 26 de marzo de 2017
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