miércoles, 8 de marzo de 2017

LOS HERMANOS BAROJA



Después de haber visto en las últimas semanas la tira de dibujos, fotos y pinturas sobre Pío Baroja y su mundo, me encuentro en el magnífico libro ilustrado de Félix Maraña y José María Unsain, BAROJA NUESTRO / BAROJA GUREA una ilustración del cuadro del onubense Daniel Vázquez Díaz (1925) titulado Los Hermanos Baroja. No puedo evitar que me resulte especialmente especialmente anacrónico, casi que hasta crónico. En el cuadro Ricardo Baroja parece -que no aparece, porque supongo que lo el pintor representa era la castiza capa española con la que acostumbraba ataviarse durante sus años de bohemia madrileña- caracterizado como un fraile, digamos que franciscano por adjetivar algo, sujetando la pipa con la que acostumbraba a asistir a las tertulias, una pipa que neocubismo de Vázquez también parece haber convertido sin querer en un copazo de lo que sea. Por otra lado, Pío, caracterizado de él mismo, esto es, boina, bufanda y gabán viejo y hasta raído con unas cuartillas en la mano, en realidad la caricatura del escritor, parece, que no aparece, insisto, en posición de confesión junto a su hermano.

Ya sé que sólo son imaginaciones mías, que soy mucho de ellas, eso y que lo que el pintor quiso plasmar no fue otra cosa que la imagen icónica que se tenía de los dos hermanos, tan dispares, cuando no, una vez más, la caricatura. El caso es que el cuadro me ha recordado uno de los episodios que más me llaman la atención, casi diría que inquietan, de la biografía de Pio. Me refiero en concreto a la enconada desavenencia entre los dos hermanos en el último tramo de sus vidas. Según dicen sus biógrafos dejaron de tratarse a raíz de una fuerte discusión poco después de la Guerra. En lo que no se ponen de acuerdo es en el motivo que llevó a la ruptura. Unos dicen que por asuntos de política, algo que juzgo poco probable dado lo habituados que debían estar a ese tipo de discusiones. Otros dicen que por viejas cuentas pendientes relacionadas con la tahona o panadería que la familia había regentado en Madrid y cuya gerencia acabó como el Rosario de la Aurora. En cualquier caso, o mejor dicho, como suele ser el caso en estas discusiones familiares, lo más probable es que, cualquiera que fuese el motivo de la discusión, este llevó a airear viejas rencillas o incompatibilidades entre los hermanos que ya no tuvo marcha atrás. De resultas Pio no volvió a Itzea, la casa que él habría comprado y en la que Ricardo pasó los últimos años de su vida, hasta que murió su hermano.

Sorprendente y sumamente triste teniendo en cuenta que ambos hermanos habían estado siempre juntos por muy divergentes, que no opuestos, fueran sus caracteres, si bien en esto también debió haber mucho de estereotipo más o menos interesado, para lo de la construcción del personaje de cada cual, me refiero: ni Ricardo tenía tanto don de gentes y mundo, ni Pío eran tan huraño ni ermitaño como se le retrata; al revés, todos los biógrafos de don Pío, empezando por sus propios sobrinos, destacan la querencia del escritor por frecuentar la compañía de gente de todo pelaje, su gran sentido de humor, una tendencia a la risa casi que estentórea en comparación con la del resto de la familia, y en cuanto a lo de ermitaño, sus libros dan debida cuenta de la pasión de Pio por los viajes que llevó a cabo a lo largo de su vida.

Eran muy diferentes, chocaban en montón de cosas, se reprochaban no pocas, pero siempre habían estado juntos y a nadie se le escapa, a tenor de todo tipo de referencias biográficas, que se querían y en cierta manera también se complementaban, pues no otra cosa se puede decir del trabajo que hizo Ricardo para ilustrar buena parte de la obra de su hermano, para ponerle rostro a sus personajes y dar forma y color a sus escenarios. Pero, dejaron de hablarse, de tratarse, y ni siquiera sus sobrinos Julio o Pio aciertan a decir en ninguna de sus memorias el porqué. Luego ya también son sus sobrinos, en especial Julio Caro Baroja que estuvo con su tío hasta el final, quienes cuentan detalles verdaderamente entrañables, y también dolorosos, del anciano escritor en su casa de Madrid preguntándose por el paradero de Ricardo, así cómo de sus reacciones, siempre contenidas, ante la noticia de la muerte de su hermano. Pío Baroja sólo volvió a Itzea después de la muerte de su hermano Ricardo.

Reconozco que el episodio me ha tocado muy de cerca, porque algo parecido sucedió entre mi padre y su hermano pequeño, dos hermanos con personalidades tan diferentes y encontrados que, sin embargo, siempre estuvieron juntos, de hecho colaborando codo con codo en los asuntos del primero, y que, por lo que fuera y que, como los sobrinos de Baroja, yo tampoco llegué a saber muy bien la verdadera razón del enfado. No porque más allá de los motivos de uno y otro, de lo que contaban ellos o terceros, si en algo podría tildar de barojiano a mi padre es en esa inclinación, por otra parte tan de nuestras latitudes, de guardarse todo lo que afecta al alma para uno y procurar no transmitir emoción alguna al respecto bajo ninguna circunstancia, sobre todo las cosas que afectan a los sentimientos, las que duelen de verdad. Dejaron de hablarse y aunque mi tío intentó acercarse a él en varias ocasiones, él siempre hizo caso omiso. Y el caso es que conociendo el percal no podía ser de otra manera porque, sea cual fuera la verdadera razón del enfado, no era un asunto que atañera a nada concreto en lo material, sino más bien, y sin lugar a dudas, al corazón, a la sensación o convencimiento de haber sido traicionado, y esto siempre según él, por una de las pocas personas, si no la única, en la que había confiado a ciegas, siquiera ya sólo a la propia incapacidad de perdonar a las personas que más has querido por mero orgullo, demasiado orgullo, un orgullo de piedra, insoportablemente terrenal y venial. Y el caso es que cuando, ya en sus últimos años, me atrevía a hacer alguna referencia sobre el "asunto", siquiera ya sólo algún comentario indirecto en el que se mencionaba a su hermano por lo que fuera, él enseguida procuraba desviar el tema con la coña de rigor, porque el humor, la ironía, la sorna, siempre ha servido entre nosotros de dique para estas cosas, ya ni siquiera podía evitar que sus ojos enrojecieran como acostumbraban a hacerlo con tantas cosas que tenían que ver con su familia. Así que cómo no acongojarme cuando leía sobre el desencuentro entre los hermanos Baroja, sobre todo ahora que, a cierta edad y por determinadas circunstancias, todo parece afectarme sobremanera.

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