lunes, 15 de abril de 2019

EL NIÑO Y SU CRUZ


Anoche al bajar la basura -menos mal que ya llega el mayor de su semana en la pérfida Albión y lo primero que voy a hacer nada más que entre por la puerta de casa es ponerle una bolsa en la mano para que la baje...- me encuentro en el portal a una madre que le estaba echando una bronca de mil pares... tremenda arrechera que dirían en Venezuela, porque parece ser que había echado no sé qué líquido en la papelera de la comunidad, vamos, una cochinada. Luego ya de dejar las bolsas en cada contenedor -en Oviedo se recicla desde antes que mi señora me arrastrara aquí con sus artes brujeriles, y por si no fuera bastante con cuatro bolsas para cada cosa, negra, amarilla, azul y verde, ahora nos han puesto otra marrón para orgánicos, con lo que todavía le estoy dando vueltas al coco preguntándome a dónde cojones echaba yo entonces lo orgánico hasta ahora...- paso de nuevo al lado de la madre y el niño, a los que se les había unido el padre con una fregona y sobre todo a la regañina. Entonces, justo cuando estoy a punto de entrar en el ascensor, oigo a mis espaldas que el crío suelta un alarido: "¡Basta, no lo soporto más, es superior a mis fuerzas!" Y claro, me veo en el espejo del ascensor aguantándome la risa porque ya me dirán ustedes qué teatro le echó el angelote, si es que son esponjas que repiten lo que oyen a sus padres y de ahí que yo de crío también fuera muy de soltarle a mi madre cuando me regañaba, unas veinte veces al día o así, que o me dejaba en paz o me tiraba por la ventana y luego allá cuidados ella con su conciencia...

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