Ayer sábado a la tarde, tras echar un par de vinos por lo viejo con el insigne poeta euskaro Gerardo Markuleta, Nuria, sus niñas caninas y un colega muy majo al que no tenía el gusto de conocer -también estuve antes con María Belén Fernández, a la que no conocía y que también es muy maja (últimamente todo el mundo me lo parece cuando vuelvo al txoko y no sé yo si eso será bueno, no sé, como me descuide voy a dar en simpático, cordial o alguna mierda de esas todavía peor), llego a casa y me bajo, como todos los sábados, la cuña del relato radiofónico de ese otro insigne prócer de las letras hispánicas llamado Amado Gómez Ugarte, esto es, un señor de Llodio de edad provecta, viajero incansable y fina ironía que escribe cosas con mucha miga y también algo de mala uva. Pues, unas horicas más tarde, tras la siesta y ya hacia la hora de salir de cena a casa de unos colegas, oigo que la cuña de Amado se enciende sola en el móvil. La apago como puedo y a otra cosa. Bajamos a Vitoria, llueve, y de camino a casa de los amigos en la Zapa vuelve a aparecer por sorpresa la voz de Amado. Le digo a mi señora que no sé cómo eliminar el enlace y ella lo quita a la primera; una vez más la hago feliz.... Al rato, tras echar un pote debajo de la casa de los anfitriones con otros dos colegas invitados a la cena, subimos al piso de los primeros y de nuevo que resurge de la profundidad del averno telefónico el puto Amado. Quito el sonido porque estoy de cháchara y no quiero tirarme toda la cena mirando cómo eliminar el enlace. Luego, después de tropecientas croquetas de jamón deliciosas, un guacamole otro tanto y muy bien presentado, un confit de pato excepcional, tres cosecheros para los chicos y el rosado para ellas, y una vez vaciada entre seis la botella de orujo de café que pillamos hace unas semanas en Galicia, marchamos hacia casa. Entonces, ya dentro del coche, abro el móvil para ver las chorradas que huelga la gente a ver su hay alguna que ilumine mi existencia o por lo menos dibuje una sonrisa en mi ajado rostro de cincuentón... otra vez la voz de Amado. La contraria ya de morros, son las dos de la mañana y está de Amado hasta... Quito el sonido. Llegamos a casa de mi ama. Nos acostamos. Me levanto para ir al baño a vomitar porque el orujo no perdona. Me siento en el cagadero, y como suelo llevarme el móvil de linterna, una vez más la voz inconfundible del puto Amado. Me vuelvo loco intentando encontrar la manera definitiva de eliminar el enlace. Como sé que la noche va a ser movidica me voy a dormir solo a la habitación de los nenes; uno está fuera y el otro duerme abajo con su abuela. Dejó el móvil en la mesilla y... peor que la peste, una vez más y en mitad de la noche aparece cual voz de ultratumba el puto Amado. Ya no puedo más, desconecto el móvil del todo hasta el día siguiente. Amanezco, un día de perros, cielos borrascosos, enésima promesa de seguir bajando el pístón en esto de machacarse la salud a conciencia. Enciendo el móvil, me espero lo peor.... no, no está Amado, por fin, libre, libre, libre... Claro que, para qué negarlo, de repente siento un vacío en mi interior y hasta estoy tentando de llamar a Amado sólo para poder oír su voz. Luego ya desisto porque me imagino que Amado estará volando vete tú a saber hacia qué destino, y no es cuestión de que explote el avión por mi culpa o qué sé yo, que no sé nada.
martes, 9 de abril de 2019
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