jueves, 16 de junio de 2022

EL FAMADIHANA


 La de anoche sí que ha sido una pesadilla rara, terrorífica, siquiera ya solo macabra, como pocas. Resulta que mi señora y un servidor decíamos bajar de Vitoria al pueblo de mi viejo para participar en una comida familiar como colofón a una especie de exequias póstumas en recuerdo de mis abuelos, una de esas cosas que se les ocurren en los pueblos para reunirse alrededor de una mesa con el fin de ponerse hasta arriba de todo. Nosotros, como es preceptivo entre agnósticos practicantes, nos saltábamos la ceremonia religiosa en la iglesia y acudíamos directamente al caserón familiar donde nos esperaban todos en el patio, es decir, lo que en su tiempo debió ser el “larrein” o “larrain” de la casa, el cortinal o zona inmediata a la casa cercada para poner la huerta, un chamizo o lo que fuera, que no lo sé. Allí estaba el clan al completo, los tíos y primos del pueblo, los de Vitoria y alrededores, los de la costa, incluso mogollón de gente que no recordaba de nada, pero que también decía ser familia mía.

- ¿Y esos ataúdes en mitad del patio? – me pregunta mi señora esposa.
- Son los de mis abuelos, que los han sacado para que presidan la comida.
- ¿Cómo?
- Una tradición familiar, creo que somos los únicos en el pueblo que...
- ¿Me estás hablando en serio?
- Completamente. Creo que lo hacen una vez cada cinco años. Esta es la primera vez que vengo. Ya sabes, para que luego no digan que soy un descastado que paso de todos y toda la monserga al uso.
- No me puedo creer lo que me estás diciendo.
- Pues créetelo. Mira, levanta y acércate conmigo a saludar a mis abuelos; además, a mi abuela ya la conociste.
- ¿Pero tú estás loco? ¿Quieres que salude los esqueletos de tu abuela?
- Oye, tradiciones más raras se han visto…
- Claro que me levanto, para escapar de esta pesadilla lo antes posible…

Entonces, y tal y como acaba de amenazar, mi mujer se levanta de la mesa corredera donde estamos sentados toda la familia y que da la vuelta a todo el patio, sale a la calle y, lo siguiente que creo saber de ella, es que se ha montado en el coche que hemos aparcado detrás de la casa y ha salido pitando hacia Vitoria.
-¿Qué le pasa a tu mujer? –me pregunta la hija de una de mis tías que vive en el pueblo.
- Nada, que le ha impactado mucho la costumbre esta de sacar los muertos del cementerio para homenajearlos, como es tan fina, hija de médicos y así... Debe ser que como incineramos a mi padre y no tuvimos ocasión de…
- Yo no quise ir al funeral de tu padre –me corta mi prima del pueblo.
- Ya, ya lo sé, ya se lo dejaste bien claro a mi hermano en el funeral de la tía L.

En ese momento siento que se hincha la vena del cuello como cada vez que me enfrento ante lo que considero un gesto innecesario de hostilidad sin venir al cuento y rayando incluso la crueldad. Sin embargo, enseguida me doy cuenta de que ya estoy despierto y, tras recapacitar un rato, colijo que la pesadilla que acabo de tener debe estar relacionada con la mención que se hace en La carte et le territoire, la novela de Michel Houellebecq que estoy releyendo estos días, sobre la costumbre típica de Madagascar llamada Famadihana o retorno de los muertos, consistente en desenterrar a los muertos para organizarles un sarao con bailes, comida y toda la hostia. Un ritual del que recordaba haber leído largo y tendido en un libro sobre la historia y cultura del pueblo malgache, el cual, por supuesto, fui a buscar al instante en las estanterías de mi biblioteca, y tras el que, como también es de rigor, me metí en google a ver fotos y ya luego vídeos en youtube. Moraleja, demasiada información a nuestra disposición y luego pasa lo que pasa, que tienes pesadillas con los muertos, vivientes o no.

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