miércoles, 22 de junio de 2022

TIERRA DE FURTIVOS - ÓSCAR BELTRÁN DE OTÁLORA

 TIERRA DE FURTIVOS de Óscar Beltrán de Otálora, un veterano periodista que nos presenta una trama criminal ambientada en la Euskadi de después del cese de la actividad criminal de ETA, en escenarios que me son muy familiares: https://www.solonovelanegra.es/tierra-de-furtivos-de-oscar-beltran-de-otalora-por-txema-arinas/?fbclid=IwAR2ieipPYsFfTfet-z09gZkfZ0Be2kPdF6SfX3Bh8EWr496Pucaz25vn1I4



 

Tatiana y Mikel le relataron el resultado de sus pesquisas: le mostraron las fotografías de la galería subterránea saturada de marihuana y las grabaciones de vídeo de Pérez de Arrilucea y detallaron lo que sabían sobre aquella droga bautizada Aliento del Gudari, destinada a la compra de armas. Asimismo, Josu escuchó sus palabras sobre los planes de Marta y Hector para hacerse con la droga con la colaboración de Eneko. Tatiana le dijo que su amiga y su novio habían comprado dos pistolas, y las armas, efectivamente, habían sido halladas en la casa de la pareja. Todo cuadraba.

Tierra de furtivos – Óscar Beltrán de Otálora

 

Emprendo la lectura de Tierra de Furtivos (2022) de Óscar Beltrán de Otálora procurando hacer un ejercicio de distanciamiento respecto al escenario sobre el que se va a desarrollar la trama del libro. Lo hago porque sé que está ambientada en una ciudad mediana de provincias del norte de España que es la mía. De ese modo pretendo, no tanto averiguar porque eso se me antoja excesivamente pretencioso, sino ya solo entrever hasta qué punto la historia del libro merecería mi interés por sí misma y no por el paisaje y paisanaje que la protagoniza. Enseguida salgo de toda duda porque el comienzo del libro y su posterior desarrollo es tan poderoso literariamente, está tan bien escrito y con el ritmo justo para atrapar al aficionado del género, que es imposible escapar a la sensación de que uno se está aventurando en una historia que le va a reportar una lectura tan intensa como placentera. Con todo, la presentación que el autor hace de los escenarios donde se desarrolla la trama es tan detallada, así como la de los personajes y las circunstancias sociopolíticas que la rodean y que tienen que ver con el pasado y presente del País Vasco después de años de soportar la violencia terrorista etarra y todo lo que ello conllevó y conlleva, que no puedo sino maravillarme de lo bien y hasta dolorosamente presentado que está todo. Sé que no debería extrañarme porque Óscar Beltrán de Otálora (Vitoria, 1967) es un curtido y reconocido periodista en todo lo que tiene que ver con la información relacionado con el terrorismo, tanto el de ETA como el de los grupos yihadistas. Dicho de otra manera, alguien que conoce el percal de lo que habla porque no está haciendo turismo literario como es el caso de aquellos escritores a los que les gusta ambientar sus tramas en escenarios que no les son propios, en la convicción de que pueden resolver su falta de implicación con estos con la debida documentación a veces demasiado justa, cuando no echando mano de los clichés de rigor y poco más. En el caso de Beltrán de Otálora salta a la vista desde el primer momento que escribe sobre escenarios en los que ha vivido y que conoce al detalle –las descripciones sobre la zona de los pantanos alaveses, y en especial aquella más agreste y apartada de acceso al público, me resulta admirable como lector que también la conoce y hasta diría que me emociona al tratarse de parte de ese paisaje sentimental que todos llevamos dentro-. Otro tanto acerca de personajes probablemente inspirados en prototipos con los que ha tenido que bregar en más de una ocasión y que a mí como lector, una vez más, también me resultan en su inmensa mayoría fácil y hasta insoportablemente reconocibles. Sin embargo, y dejando a un lado el rigor y hasta el cariño con el que describe ese rincón del norte de la provincia de Álava, a decir verdad el triángulo formado por los dos pantanos, el de Ullivarri-Gamboa y el de Urrúnaga y sus proximidades, limítrofe con sus provincias hermanas -esto según la terminología de inspiración (pos)foralista tan al uso entre los nativos-, también me ha llamado poderosamente la atención cómo ha conseguido recrear en una pequeña o mediana –eso ya según el juicio de cada cual- capital de provincia como Vitoria-Gasteiz, un escenario tan atractivo, incluso propicio, para el desarrollo de dos tramas negras que acabarán confluyendo hacia el final del libro. Pero no lo hace porque considere como vitoriano que esa actividad criminal por parte doble esté fuera de lugar en una ciudad que los naturales tendemos a considerar tan plácida como aburrida, una Vetusta como cualquier otra en la que no suele pasar nada digno de ocupar los titulares de la prensa a cualquier escala. No, ni mucho menos, no me sorprende nada lo bien integradas que están ambas tramas en la realidad de una ciudad tan aparentemente tranquila y segura como Vitoria porque no comparto ese imaginario del vitorianico de a pie, que es como decir el de cualquier natural de una ciudad de tamaño medio de nuestra geografía, el cual consiste en ignorar, a consciencia o no, toda realidad que no tenga que ver directamente, sobre todo si la cuestiona, con la idea autocomplaciente que se tiene del lugar donde se vive y que por lo general suele corresponder a épocas anteriores e idealizadas sin el más mínimo rubor. No me sorprende solo porque hay que hacer un verdadero ejercicio de autoengaño para creerse que  una ciudad de más doscientos cincuenta mil habitantes puede estar exenta de la cuota de lumpen o criminalidad que le corresponde como a cualquier otra de su entorno, sino también porque la misma novela negra nos ha enseñado que cualquier rincón del planeta, hasta el más apartado, siempre que esté poblado por más de dos ejemplares de nuestra misma especie, es un lugar propicio para ambientar una historia negra, y ahí está la llamada novela negra rural para corroborarlo.

Así pues, cómo no celebrar la agudeza con la que Beltrán de Otálora describe los bajos fondos que toda ciudad tiene por mucho que les complazca a algunos pensar que eso es cosa de las grandes capitales e incluso de otras latitudes, nunca de estas tan económica y socioculturalmente autosatisfechas como en la que vivimos, aquí el insoportable ensimismamiento ombliguista de los naturales de las regiones ricas siempre presente. Unos bajos fondos que aquí como en todas partes son habitados por los más desfavorecidos de entre nosotros, la gente con menos recursos económicos que vive el día a día siempre sobre la cuerda floja y que, aunque no de forma exclusiva, suele coincidir con esos nuevos ciudadanos llegados de fuera para buscarse una nueva vida en condiciones siempre de precariedad y a merced de todo tipo de abusos, empezando por los de su propia gente. Un lumpen que siempre ha existido a la escala que tocara en cada momento, pero que en esta España del XXI y en una ciudad como la que nos ocupa, suele ser frecuentado por inmigrantes como Tatiana, la protagonista de la primera trama de la novela, la cual regenta una peluquería  después de haberse pasado años entre centros de menores, una superviviente de la mala vida a la que parecen condenadas algunas personas como ella por la razón que sea, aunque casi siempre tiene que ver por haber coincidido con las personas equivocadas. Tatiana descubre que una amiga suya ha muerto calcinada junto al novio de esta dentro de un coche abandonado junto al pantano de Ullibarri, así que, ante sus reticencias a acudir a la policía por esa desconfianza innata que la gente de su condición siente hacia los que en teoría deberían proteger a todos los ciudadanos sin importar su origen o clase social, decide investigar por su cuenta.

No obstante, el caso del asesinato de la amiga de Tatiana y su novio está en manos de un oficial de la Ertzaintza, Josu Aguirre, con sus pujos de detective joven y ambicioso que no duda en ir por su cuenta y hará que acabe enfrentado con sus mandos y compañeros. De ese modo, el autor nos introducirá en el pequeño mundo de los conflictos internos de la policía autonómica vasca, los cuales están intrínsecamente relacionados con los años de la lucha antiterrorista y las secuelas que esta ha dejado entre sus miembros. Por si fuera poco, hay que sumar un tercer protagonista a la historia, Mikel Arrizabalaga, un antiguo escolta en la época del terrorismo de ETA reconvertido en guarda forestal y cuya principal ocupación consiste en perseguir a los cazadores furtivos que se mueven en las inmediaciones de los pantanos. Mikel acabará colisionando con un compañero de trabajo cuyas actividades como guarda forestal son tan turbias como su propio pasado y a través del cual llegará hasta Iñaki Pérez de Arrilucea, responsable de un grupo de disidentes de la izquierda abertzale  descontentos con la decisión de ETA de dejar las armas. De cómo los caminos de los tres protagonistas, la peluquera Tatiana, el oficial de la Ertzaintza Josu Aguirre y el guarda forestal Mikel Arrizabalaga, acaban convergiendo alrededor de una trama mucho más complicada y sobre todo sorprendente de lo que podría parecer en un primer momento, es de lo que va Tierra de Furtivos.

En cualquier caso, y por muy atractivo que pueda resultar el argumento de Tierra de furtivos para aquellos que juzgan el valor de una novela negra por lo original, rebuscado o no, pero siempre sorprendente, de la trama en exclusiva, lo mejor del libro es precisamente aquello que justifica su adscripción al género negro con todas las de la ley, es decir, con la definición clásica que diferencia una novela negra de una exclusivamente policial. Una diferencia que suele hacerse siempre en función de que la resolución del crimen no sea tanto el objetivo principal o único de la novela como una mera excusa para hablarnos de un determinado contexto negro o criminal y, muy en especial, de las personas que lo habitan. De ese modo los personajes de las novelas negras suelen ser individuos con problemas de adaptación o integración, personajes marginales o a contracorriente, los cuales suelen cuestionar la clásica y maniquea división entre buenos y manos, pero que nos sirven de guías perfectos para adentrarnos en unas realidades que nos son desconocidas, o cuanto menos lejanas, por tener que ver siempre con lo más negro, peligroso, de nuestras sociedades, aquello de lo que procuramos mantenernos a distancia, pero cuyo atractivo, siquiera ya solo por mero morbo, es innegable.

En Tierra de furtivos no cabe duda alguna que su autor nos quiere hablar del presente del País Vasco tras décadas de terrorismo etarra y cómo muchas de sus secuelas todavía son perceptibles en individuos que en su momento se vieron implicados de lleno en la lucha antiterrorista como el ex escolta Mikel, o ámbitos como el de la propia policía autonómica, e incluso antiguos militantes o supuestos “combatientes” del lado de los terroristas que se niegan a aceptar la derrota y aquellos jóvenes fanáticos y hasta idiotizados por una más que dudosa, a decir verdad nociva, épica del pasado, jóvenes en manos de tarados manipuladores como el tal Iñaki Pérez de Arrilucea. Así pues, Óscar Beltrán de Otálora nos habla de un mundo oscuro de necesidad, siquiera de un lumpen con label propio como es todo lo que rodea al radicalismo filoetarra reacio al reciclaje democrático en el que está inmersa la izquierda abertzale oficial alrededor de Bildu, el cual, insisto, conoce a la perfección como periodista que ha cubierto las noticias relacionadas con el terrorismo etarra durante décadas. Y es precisamente en esa ambientación de la trama de Tierra de Furtivos en el, insisto, peculiar y peliagudo escenario sociológico vasco a los diez años de la tregua indefinida de ETA donde la novela de Beltrán de Otálora brilla en toda intensidad. Todavía más, se diría que el género negro le viene de perlas para hablarnos de las trastiendas de una sociedad traumatizada durante décadas por el terrorismo etarra. Unas trastiendas de las que ya nos han dejado su propia versión autores como Fernando Aramburu con su exitosa Patria (2016), Edurne Portela con Mejor la ausencia (2017), Ramón Saizarbitoria con Maturtene (2012), Iban Zaldua con Como si nada hubiera pasado (2018) y todos los que se quieran y/o se puedan sumar a la lista; pero, que en caso de Tierra de Furtivos y al presentarse bajo la forma de novela adquiere un interés especial por la forma como el autor desarrolla la trama alrededor de ese contexto de la Euskadi después de ETA. Una forma, por otra parte, que en este caso se me antoja muy lograda para hablarnos, siempre con el pretexto de la historia criminal que nos ocupa, sobre las entretelas de aquellos que estuvieron en primera línea del frente de la lucha antiterrorista y también al otro lado de la trinchera. Una forma también de hacer llegar esta versión del relato sobre lo sucedido en el País Vasco durante décadas a un público mucho más amplío del que lee la llamada novela literaria, o ya solo pura y dura, al estilo de los autores antes citados. Una forma además mucho más cercana y sobre todo fidedigna que la de cualquier otra novela negra que haya tratado anteriormente el tema y en las que, por lo general, repito que lo que abunda es el turismo literario y el cliché a mansalva –y aquí excuso en citar ejemplo alguno porque me tendría que remitir a las novelas negras, o exclusivamente policiacas, como las de un tal Gálvez en Euskadi del recientemente fallecido Jorge M. Reverte y no es cuestión de entrar en polémicas innecesarias-.

De ese modo, la novela está tan apegada al contexto sociopolítico vasco que hay momentos que me tengo que plantear hasta qué punto ciertos aspectos como la existencia de ese grupo de jóvenes disidentes que entrena el tal Pérez de Arrilucea en el monte puede resultar fuera de lugar, un exceso de imaginación, pura fantasía, para un lector ajeno a todo lo nuestro. Y no porque Beltrán de Otálora haya pecado precisamente de fantasioso forzando la realidad para hacer más atractiva la trama de su novela, sino más bien todo lo contrario. Porque la realidad, por lo general desconocida para la mayoría más allá del País Vasco y Navarra, es que no solo existen esos disidentes de la izquierda abertzale dispuestos a retomar las armas en cualquier momento, en realidad un prototipo de militante tan fanatizado como intratable que la mayoría de vascos hemos conocido a lo largo de nuestra vida, sino que además supera y con creces toda la literatura que se le pueda echar al asunto tal y como lo demuestran los hechos sucedidos hace apenas unos días de cuando escribo esta reseña. Me refiero a la guerra declarada a puñetazos y patadas en el Casco Viejo de San Sebastián por los jóvenes de la GKS (Gazte Koordinadora Sozialista) contra los miembros de las juventudes de la izquierda abertzale oficial a la que acusan de traidores por haberse rendido al Estado Español para convertirse en socialdemócratas renunciando a la lucha por la consecución de una Euskadi socialista e independiente. Así pues, insisto, poco o nada de fantasioso o gratuito puede haber en Tierra de Furtivos estando ambientada en un contexto como el vasco en el que la realidad parece empeñada en superar siempre la ficción por muy difícil de creer que pueda resultar para el de fuera. A decir verdad, un auténtico filón para el género que todavía no se ha explotado del todo, a menos no sin los reparos que durante décadas supuso para muchos autores acercarse a un terreno donde, lo quisieran o no, la política iba a acabar impregnando buena parte del texto.

Con todo, y una vez reconocido lo mucho que me ha satisfecho, reitero que por momentos incluso hasta deslumbrar, el retrato del contexto sociopolítico vasco que hace Beltrán de Otálora en Tierra de furtivos, así como la presentación de la mayoría de sus personajes –si bien tampoco puedo evitar pensar que la construcción de los de ciertos altos cargos de la Ertzaintza tienden en demasía hacia la caricatura-, también tengo que confesar algo que reconozco ser completamente subjetivo, puede que una de esas manías mías que se dan de bruces con lo que es el gusto mayoritario de los aficionados del género negro. Me refiero a lo que considero el habitual exceso de páginas de la mayoría de las novelas negras que publican las grandes editoriales. Algo así como si estuvieran convencidas de que el aficionado solo está dispuesto a pagar el precio de una novela negra a partir de las doscientas páginas. Incluso como si no mereciera la pena considerar una novela negra en serio por debajo de ese número de páginas. Lo digo porque soy un firme convencido de que lo bueno cuanto más breve mucho mejor, lo cual, trasladado a la novela, viene a significar que más allá de las doscientas páginas es muy difícil que la historia de una novela sea verdaderamente redonda de no tratarse de un folletón en toda regla o una obra genial al estilo de El Quijote de Cervantes o el Ulises de Joyce. Sin embargo, y por lo que respecta a la novela negra, todavía resulta más fragrante, pues no hay un género que esté más sujeto al trinomio clásico del inicio, nudo y desarrollo. Un trinomio cuya perfección reside casi siempre en el perfecto equilibrio entre sus tres partes. Y ese es precisamente el problema de la mayoría de las novelas negras de un tiempo a esta parte, que pecan de desequilibrio, por lo general en el desenlace, el cual parece alargarse como un chicle en la boca de su autor con el único fin de epatar al lector con las escenas de acción, o despistarlo alambicando todo lo posible el desenlace. Creo que algo de eso es lo que le pasa a Tierra de furtivos hacia el final de la novela, sobre todo si pienso en la huida… eterna de los protagonistas por los parajes que rodean los pantanos alaveses; puede que ellos, al estar en forma, no acusen el cansancio a través de no sé cuántas páginas de persecución; pero, yo he acabado extenuado.  Ahora bien, reitero que esto es una percepción subjetiva de alguien que parece estar siempre a la contra de lo que se estila ahora en el género negro, donde sospecho que impera dedicar buena parte del talento narrativo de los autores, y el de Beltrán de Otálora está mejor que bien acreditado en esta novela, a la narración de las escenas de acción, quién sabe si en la convicción de que la escritura tiene que competir de alguna manera con la preeminencia contemporánea en todos los aspectos de la imagen. En cualquier caso, una pejiguera que en nada desmerece el placer que me ha proporcionado la lectura Tierra de Furtivos por todo lo mencionado antes a lo largo de esta reseña.

Txema Arinas

Oviedo, 10/06/2022




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