miércoles, 1 de junio de 2022

MAGREDO Y LA FUENTE INTERNA - TXEMA ARINAS

 



Relato para la revista ELSAYÓN: https://www.elsayon.com/magredo-y-la-fuente-interna/?fbclid=IwAR1fKw_I-TbJn3orDzehSNyiAS9dh252g8-NpEHfaaitL-3msAAhQBLoOUM

El comisario Iñaki Magredo es consciente de que hace apenas unos pocos años antes estaría entusiasmado con el caso del asesino en serie que su equipo tiene entre manos. Sin embargo, hoy no puedo evitar una sensación de inmenso fastidio ante el revuelo que se ha montado alrededor de los cuatro hombres asesinados cuyas muertes se atribuyeron inicialmente a causas naturales. Podría pensarse que dicho fastidio se debe a que Magredo se encuentra a dos años de su jubilación y lo que menos le apetece ahora es complicarse la existencia con un caso cuya repercusión teme que sea sobre todo mediática. Su experiencia anterior en casos similares lo pone sobre aviso de lo impredecible de estos casos en los que la prensa parece hacer una investigación paralela a la de la policía. Por lo general no suelen faltar los encontronazos con una prensa ansiosa de novedades para alimentar el culebrón diario con el que mantienen entretenidos a su público. Siempre quieren saber más de lo que deberían y muchas veces incluso a riesgo de poner en peligro la investigación policial. Por eso hay que tener mucho cuidado con las filtraciones. Nunca se puede fiar uno de que alguien del equipo no se vaya de la lengua con la hiena de turno, así acostumbra Magredo a referirse a los periodistas, da igual si a cambio de una generosa recompensa por su chivatazo o por pura vanidad por parte del inspector chismoso. El caso es que el comisario no ha conocido un caso de los que enseguida despiertan el morbo de la gente, siempre ansiosa de detalles escabrosos de los asesinatos o de los presuntos culpables sobre los que verter todos sus prejuicios por la razón que sea, que no acabara provocándole verdaderos dolores de cabeza con sus superiores a cuenta de las quejas del director del periódico tal o de la radio o cadena televisiva cual, por haber dejado de suministrar de un día para otro los escuetos y muy dosificados comunicados con los que cumplir con su deber de mantener informada a la prensa. Otra cosa es que los casos de asesinatos, y todavía si estos eran en serie, despertaran en él ese instinto policial del que siempre ha presumido desde pequeño, no por nada fue un precoz lector de todo tipo de novelas negras y policiales, y por el que no dudó ni un instante en presentar su solicitud para entrar en la Academia de la Ertzaintza cuando se creó, hace ya la ventolera de cuarenta años, la policía autonómica vasca. De hecho, Magredo duda de que hubiera encaminado su futuro profesional hacia otro cuerpo policial que no fuera la Ertzaintza dada la muy peculiar y sobre todo conflictiva situación que vivía el País Vasco en aquellos años a causa de la actividad terrorista de ETA y el descredito casi generalizado de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado entre buena parte de la ciudadanía vasca que todavía los seguía viendo como los herederos del régimen anterior, es decir, justo lo que proclamaban a diario aquellos que justificaban la actividad armada de ETA y que determinadas acciones por parte de dichos cuerpos policiales, como los malos tratos y la tortura en las comisarias, no ayudaban precisamente a contrarrestar. Ya luego más tarde, con la retirada de las calles del País Vasco de la plana mayor de dichos cuerpos policiales del Estado, también la Ertzaintza tuvo que hacer frente a la actividad criminal de ETA, pagando incluso el precio de la vida de mucho de sus miembros. Fueron años muy duros en lo profesional y muy desagradables en lo personal. Por eso Magredo procuraba disfrutar a tope de cualquier caso que no tuviera nada que ver con la lucha antiterrorista, a ser posible un caso de asesinatos con el que poner a prueba el que seguía considerando su muy acusado instinto policial. Sin embargo, con el tiempo y sobre todo los encontronazos con la prensa y sus superiores antes mencionados, ni siquiera el placer de superar el reto de descubrir a un asesino, y poder así colgarse su propia medalla, porque de las otras ninguna, fue suficiente para evitar que acabara desencantado de una profesión a la que había dedicado toda su vida. Como que a estas alturas el único reto de verdad para Magredo era poder llegar a la jubilación lo antes posible y sin mayores contratiempos.  Contratiempos como los que para él suponía tener que enfrentarse a diario con la vomitiva arrogancia y la majadería innata de buena parte de los mandos que habían accedido a su puesto gracias a la posesión del correspondiente carné del Partido, y de los que apenas quedaba ya alguno de su promoción o de las inmediatas a esta. Por si fuera poco, Magredo también había comprobado que con el paso de los años cada vez tenía menos en común con los nuevos inspectores que le llegaban directamente de la academia de Arkaute. No se trataba solo de la inevitable brecha generacional que separaba a un comisario nostálgico de los métodos policiales de su época, cuando la investigación de un asesinato todavía parecía consistir en marear la perdiz hasta que al inspector de turno se le encendiera la bombilla por pura intuición y al más genuino estilo de las novelas policiacas que solía devorar de niño, de los niñatos excesivamente preparados y sobre todo presuntuosos que salían de la academia con la cabeza a rebosar de técnicas de laboratorio para descubrir al asesino con solo por el pelo de un sospechoso debajo de un microscopio. No, no se trataba solo de un vulgar conflicto generacional entre colegas, sino también de un rechazo hacia los miembros de las nuevas promociones de la policía autonómica vasca con su escaso o nulo interés por todo lo relacionado con el pasado del cuerpo al que acababan de llegar. Vamos, como si nada hubiera pasado antes del cese de la actividad armada de ETA, como si todos los años de lucha contra la banda criminal y el sacrificio que esto había supuesto para veteranos como Magredo, ya fuera por lo mucho que les había trastocado su día a día el saberse dianas de los terroristas o por el drama de los compañeros asesinados por estos, no hubiera tenido ninguna importancia. Claro que, para qué engañarnos, este reproche que Magredo solía hacer de vez en cuando a sus subordinados más jóvenes poco o nada tenía que ver la mayoría de las veces con la realidad, sino más bien con la arrogancia que el comisario creía entrever en los modos en que los agentes recién salidos de la academia parecían querer hacer tabla rasa con los métodos anteriores a la llamada revolución científica del trabajo  policial.

—Buenas noticias, comisario, el juzgado ya ha ordenado que se analicen las muestras de sangre congelada de los cuatro fallecidos que fueron localizados sin vida entre septiembre y octubre del 2021, dos de ellos cuando ya presentaban signos de descomposición por el paso de los días, en busca de posibles drogas de sumisión. Ya sabe, el famoso éxtasis líquido. Al menos varías de esas muestras también serán enviadas al Instituto Nacional de Toxicología en Madrid para su contraste y una mayor garantía.

—¿Muestras, qué muestras? –pregunta Magredo a la inspectora Morillo, la cual ha prorrumpido en su despacho sin llamar previamente a la puerta, también sin darle los buenos días al comisario y lanzando a bocajarro la noticia que tanto parece entusiasmarla.

—Comisario, recuerde que el informe forense de cada caso será determinante para que las cuatro muertes puedan ser consideradas como homicidios y por tanto pueda haber una imputación.

—Supongo que se refiere al caso de los homosexuales de la web de citas para homosexuales – Magredo procura regresar lo más rápido y disimuladamente posible del estado de ensimismamiento en el que se encontraba apenas unos segundos antes de la interrupción por sorpresa en su despacho de su subordinada.

—¿A qué otro caso me voy a referir? –cuestiona la inspectora Morillo asombrada por la pregunta de su superior- ¿Hay algún otro caso más importante que ese? Todo el mundo está hablando de él desde hace semanas. De hecho, tenemos a la prensa todo el rato detrás de nosotros.

—¡Hijos de puta!

—¿Perdón?

—Cuénteme, Morillo, de qué va el asunto ese de la sangre congelada; ya sabe que a mí la mayoría de estas cosas de la científica se me escapan por mucho que me esfuerce en estar siempre al día.

—Bueno, como ya sabe, comisario –la inspectora Morillo hace una pausa para cerciorarse observando el semblante de su superior que este está al tanto de verdad del asunto que se trae entre manos-, la investigación sobre los crímenes de la red de contactos  sigue avanzando. Hace solo dos días encontramos en el domicilio de una de las supuestas víctimas una huella dactilar que pertenecía al sospechoso Octavio Vallina Suárez, asturiano de 25 años, el cual permanece ingresado en la cárcel de Zaballa en régimen de prisión provisional. Según nos relató el denunciante el día de actos había quedado con este individuo mediante una web de citas en su casa, ubicada en el Casco Viejo. Cuando llegó, tomaron un café y se sentaron en el sofá. Entonces, el joven comenzó a besarle y de repente, por sorpresa, intentó estrangularlo, primero con el brazo y después con una mano. Él logró zafarse y forcejearon por todo el piso. El agresor le golpeó con una figura decorativa en la cabeza. Los gritos de auxilio de la víctima alertaron al vecindario y el sospechoso huyó de manera precipitada olvidando una mochila con su pasaporte.

—¿Es necesario que me dé todos los detalles? –pregunta Magredo visiblemente enfadado-. Le recuerdo, inspectora, que yo mismo estuve presente durante la detención del sospechoso.

—Disculpe, comisario, era por sí…

—Ya, por si ya me había olvidado del caso. ¿Cree que tengo problemas de memoria? ¿Tan viejo me ve?

—No es eso, comisario, es que…—Murillo no sabe dónde meterse.

—Es que como ha entrado en mi despacho sin llamar, ni dar los buenos días ni nada, soltando lo que llevaba encima a bocajarro como si no hubiera un mañana…

—Lo siento, comisario, no me he dado cuenta de ello. Estamos todos tan absortos en este caso, bajo tanta presión, que cualquier novedad nos hace perder las formas sin darnos cuenta.

—Pues tranquilícese, Murillo. Por mucho revuelo mediático que haya ahí fuera este no deja de ser un caso más a los que tendrá que hacer frente a lo largo de su carrera. Si te contara la de casos que he tenido yo a lo largo de la mía. Recuerdo el caso del asesino del anticuario de lo Viejo, el cual luego resultó que también había matado con un cuchillo a una profesora de inglés perteneciente a una de las familias más influyentes de la ciudad. Una muerte horrible. Luego partió el cuerpo en varios trozos, los metió en bolsas de basura y todavía tuvo el cuajo de bajarlas de una en una a la calle para echarlas al contenedor de orgánicos. Suerte que lo atrapamos gracias a las cámaras de vigilancia del Parlamento. Eso y que también pudimos resolver otros dos asesinatos después de…

—De cualquier modo —la inspectora Murillo decide interrumpir a su superior por miedo a que se le vaya la mañana escuchando sus historias de cuando todavía parecía que le interesaba su trabajo de comisario—, hallamos un dactilograma en una taza de la que supuestamente había bebido el joven cuando visitó a uno de los hombres con los que se había citado a través de una aplicación de contactos entre homosexuales. De modo que, una vez confirmado el intento de homicidio del denunciante tras habérsele suministrado GHB, o éxtasis líquido, por parte del sospechoso, ahora solo nos queda confirmar que hay restos en la sangre de las otras tres víctimas de la misma sustancia. De ese modo podríamos confirmar que las muertes de esas tres personas no fueron por causas naturales tal y como estableció el forense en un primer momento, sino el resultado de un envenenamiento propio al objeto de poder así robarles las tarjetas bancarias con las que más tarde sustraer distintas cantidades de sus cuentas, pudiendo ascender a unos 20.000 euros en cada caso. El problema es que se trata de una sustancia que metaboliza muy rápido y desaparece del organismo en cuestión de horas, por lo que sería necesario saber cuándo la ingirieron. Según advierten los expertos, el límite entre la dosis tóxica y la letal en el GHB es muy reducido.

—¿Y no se han encontrado otras huellas del sospechoso en los domicilios del resto de víctimas?

—Ni una, comisario. Sin embargo, hemos conseguido una lista de todas las personas con las que el sospechoso mantuvo contactos a través de la web de citas y podemos confirmar que las víctimas se encuentran entre ellas.

—¿Puedo ver esa lista?

—¿Es necesario?

—¿Cómo que si es necesario? No entiendo lo que me quiere decir, inspectora.

—En la lista no solo aparecen los nombres de las víctimas que estuvieron flirteando y concertando citas con el sospechoso, también los hay de personas a las que –Murillo carraspea antes de seguir hablando- deberíamos salvaguardar su intimidad –la inspectora vuelve a carraspear- a toda costa.

—¿A toda costa? –Magredo presiente que su subordinada está dándole a entender algo que no se atreve a decir a las claras-. Déjeme ver esa lista.

—Sé que deberíamos tomar declaración a esas personas por si nos pudieran revelar algún dato significativo sobre el modus operandi del sospechoso para captar a sus víctimas; pero…

—¿Pero?

—Pero puede que no sea necesario interrogar a todos los nombres de la lista.

—Ya veo —Magredo aparenta detener su mirada sobre uno de los nombres de la lista que ya tiene entre manos—, ya. Vaya, vaya, sorpresas te da la vida.

—A eso mismo me refería, comisario. Se trata de un compañero.

—No, se trata de un jefazo de la Consejería de Interior.

—Eso mismo, la mano derecha del consejero dentro del cuerpo.

—Pues ya no es lo mismo –afirma tajante Magredo.

—Creo que fue compañero suyo de promoción.

—Y tanto, menudo cabronazo trepa y chupapollas.

—Creo, comisario, que la vida sexual de un compañero no le tiene que importar a nadie.

—Lo de chupapollas era porque le he visto hacer la pelota toda la vida a los políticos de turno para ir subiendo peldaños pasito a pasito hasta donde ha llegado hoy: la mano derecha del consejero.

—En cualquier caso, comisario, la vida privada de cada cual…

—Eso lo tendrá que decidir el juez. ¿No le parece, Murillo?

—Por supuesto, por supuesto. Pero, piense usted en el perjuicio que supondría para nuestro…

—La mano derecha del consejero de interior.

—Podríamos causarle un daño irreparable.

—Me parece, Murillo, que ya deberíamos haber superado los tiempos en que la homosexualidad era un escándalo.

—No se trata de eso, comisario, y lo sabe –Murillo procura sosegarse un poco con el fin de no acabar teniendo un encontronazo con su superior más grave del que cree que ya está teniendo-. Por supuesto que no hay nada escandaloso en ser homosexual o lo que a uno le venga en gana, siempre y cuando no haga daño a terceros. No obstante, la persona en cuestión tiene una vida privada que podría verse afectada si llega a saberse que además tiene otra paralela como la que destapa esa web de citas.

—Tiene mujer y dos hijos desde hace más de treinta años. Una familia perfecta con la que no falta todos los años a la fiesta anual del Partido en unas conocidas campas a las afueras de la ciudad.

—Ya hay bastantes nombres en esa lista como para recabar toda la información que haga falta acerca del sospechoso.

—Eso lo debería decidir el juez. ¿No es así, Murillo?

—Lo que usted diga, comisario.

—Pues eso, que sea el juez quién decida a quién hay que tomar declaración o no. Ahora bien, no se preocupe, Murillo, que todo se hará con la descripción debida en estos casos; nadie tiene que enterarse de con quién le gusta acostarse al cabr… a nuestro compañero. Puede que ni siquiera su santa esposa.

—Así debería ser.

—Y será, Murillo, será —replica Magredo incapaz de ahorrarse una acerada mirada de fastidio sobre su subordinada—. Y ahora, por favor, coja la lista de marras y vuelva al trabajo; usted y sus compañeros deberían empezar a interrogar a todos esos nombres que aparecen ahí.

La inspectora Murillo abandona el despacho del comisario sin despedirse. En esta ocasión Magredo tiene claro que no se trata de un descuido como cuando irrumpió hace unos minutos en su despacho espoleada por la información que traía entre manos. No obstante, Magredo prefiere no darle la categoría de insubordinación a la despedida a la francesa de la inspectora. Ni Murillo le importa tanto como para montarle una escenita delante de sus compañeros en plan comisario de la vieja escuela y sobre todo cabronazo a más no poder -al fin y al cabo algo que, de tomárselo en serio, tendría que hacer a diario con cualquiera de los niñatos que le han tocado en suerte desde haces ya unos años a esta parte-, ni tiene tiempo para semejantes chiquilladas precisamente ahora que le está rondando por la cabeza un asunto mucho más importante que defender la poca autoridad que le queda de verdad delante de sus subordinados.

—Egunon! (Buenos días) ¿Estoy llamando al periódico Gara?

—Bai, zer nahi duzu? (Sí, ¿qué desea?)

—Mira, me gustaría hablar con el periodista que lleva el caso de los asesinatos de homosexuales.

—De parte de quién?

—Pues…, digamos que de una fuente anónima de dentro de la Ertzaintza.

—Entiendo.

 

  ©Txema Arinas.  Berrozti, 26/05/2022. Todos los derechos reservados 

 

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