jueves, 13 de marzo de 2025

EL CAPITÁN HADDOCK EN LAREDO


 

    Vuelvo a soñar que soy el capitán Haddock y estoy en una comida de cuadrilla y, como de costumbre, ellas a un lado y nosotros al otro. Hasta los cojones de la cosa atávica esta. Me rebelo y por eso también me levanto para sentarme entre las chicas. De repente indignación generalizada entre los miembros de la manada. Ellos que si "¿Estás loco? ¿Por qué te sientas con ellas, no quieres que hablemos de fútbol?". y ellas que si "¿Qué haces aquí, qué pretendes? ¡Fuera, fuera, no queremos fisgones, al redil, al redil!" Pero me emperro y al final, como son quince o más, así ya podrán, consiguen reducirme y ponerme de patitas en la calla al grito de: "¡Ornitorrinco, cercopiteco, esquizofrénico, anacoluto…”

Entonces me veo solo en mitad de la calle. Pero no en esa del centro de Vitoria en la que estaba el restaurante al que había ido a celebrar el quincuagésimo cumpleaños de una de la cuadrilla, sino al lado de la estación de autobuses de Laredo en mitad de la noche. Supongo que me toca esperar hasta las dos y media el trasbordo del autobús que me lleve de vuelta a Oviedo. Me aburro, también empiezo a acusar el fresco nocturno y temo por agravar todavía más un catarro que no me ha remitido del todo. Así que decido dar una vuelta por el pueblo. Ni un alma por las calles, todo cerrado. Conozco el pueblo de haberlo visitado con mis viejos de chico. También estuve dando una vuelta con mis amigos durante un finde de casa rural en el otoño del año pasado. Así que deambulo por un terreno más o menos conocido. Me digo, como buen babazorro y por supuesto que de coña, porque casi todo lo que escribo es de coña y sobre si todo se tratan de mis sueños -cómo estará últimamente el patio de ofendiditos varios que me siento obligado a recalcar esto-, que lo mejor de pasear de noche un lunes de principios de noviembre por Laredo es que, al menos, no hay bilbaínos. En ese momento oigo que llega hasta donde yo estoy un coche que al girarme distingo que es de la policía municipal. Miro quién va dentro y me encuentro, era de cajón, a Hernández y Fernández.
-¿Se puede saber, caballero, qué hace andando solo por las calles a estas horas de noche? -preguntan, cómo no, ambos al unísono.
-Estoy haciendo tiempo hasta las dos y media que tengo que coger el autobús que va a Oviedo.
-¿A Oviedo? ¿Qué se le ha perdido a usted en Oviedo?
- Eso me pregunto yo desde hace años. Pero es que allí me esperan mi mujer y mis hijos.
- Como me llamo Hernández que todavía tendrá que esperar un buen rato.
- Yo diría más. Tendrá que esperar un buen rato como me llamo Fernández.
Dios, y no digamos ya la Ley Mordaza, me libre de pensar que la policía es idiota por definición, siquiera de escribirlo...; pero, el caso es que dejo a Hernández y Fernández discutiendo dentro del coche patrulla y sigo mi paseo hasta la playa, donde decido andar sobre la arena en mitad de la noche al objeto de poder así mecer mis ideas con el ruido de las olas y llenar de "kresala" mi ánimo, que es algo que me trae muchos recuerdos de cuando chico y así. Entonces oigo que un desconocido me llama de entre las sombras.
-Chssss, tú, si tú, marinero.
-¿Yo?
-Sí claro, ¿hay alguien más? ¿Te apetece farlopa de la buena para pasar la noche?
-No gracias, no consumo.
-¿Y sexo barato con sabor a mar?
-Menos aun, qué pereza, marisco para cenar.
-¿Y un conjuro mágico? Mira, lo fabrica una amiga mía que es bruja, vamos, farmacéutica.
Entonces veo que la sombra avanza unos pasos hacia la luz que una de las farolas del paseo marítimo proyecta sobre la playa, y descubro que el quinqui camello y proxeneta no es otro que mi amigo Tintín.
-Deja que mi amiga te haga un hechizo –insiste él-, es una de las mejores de su gremio, lo mismo le puede echar un mal de ojo a tu suegra que alargarte todavía más la polla. ¿No te gustaría volver con tu familia volando?
Entonces se adelanta bajo luz de la farola la bruja de marras y yo me quedo helado del susto. Se trata, nada más y menos, que una de mis primas que vive en el pueblo de mi viejo.
-Hombre, Txema, ja, ja, ja, cuánto tiempo sin verte. Sí, porque yo no fui al funeral de tu padre, ja, ja, ja, ja, no, no fui, ja, ja, ja, ja.
Observo que se deleita recordándomelo, no solo lo que ya sabía, sino las mismas palabras que le soltó unos días antes a mi hermano en otro funeral. Así que ni siquiera me molesto en indignarme por la mala baba que destilan sus palabras, ese querer hacer daño hasta el último momento. Lo mejor que se me ocurre es salir de allí corriendo. No voy a esperar al autobús, me vuelvo andando hasta Oviedo, probablemente al trote. Al rato, cuando ya estoy a punto de dejar Laredo a mis espaldas, miro hacia atrás y reparo en una hoguera encendida sobre la playa. También puedo distinguir alrededor de la hoguera a Hernández y Fernández con los hábitos al uso de los sacerdotes de la Santa Inquisición. Pero todavía es más mi sorpresa, y no digamos ya satisfacción, cuando al mirar quién se está consumiendo entre las llamas de la hoguera descubro que no es otra que la bruja de mi prima.
En cualquier caso, son tantas las ganas de perder de vista Laredo, no digamos ya la estampa infernal de aquel acto de fe nocturno, puede que todo lo que queda a mis espaldas, que no dudo en imprimir a mi paso un ritmo tan frenético que al final pierdo la noción del tiempo. De modo que, cuando ya empiezan a despuntar los primeros rayos de luz del día, me sorprendo contemplado a lo lejos las torres de la catedral de Santiago; he debido pasarme de largo al recorrer el Camino de Santiago de la costa de una tacada y todo ello sin pócimas, hechizos, males de ojo ni demás mierdas del gremio. Claro que lo mejor de este sueño es la convicción de que el reconocido alcoholismo del capitán Haddock tampoco es óbice para que esté en plena forma como para recorrerme a pie la cornisa cantábrica casi que de una punta a otra en una sola noche.
All reactions:
Rosa Eguizabal Leniz, Josemari Velez de Mendizabal eta Beste 12

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