lunes, 12 de julio de 2010

FELICIDADES A LA ROJA


Se impone hablar del partido de ayer, final del Mundial 2010, España que lo gana por primera vez en su Historia y yo que me alegro, faltaría más, no me va a ser más cercano un tío de Albacete que otro de Rotterdam, uno de la Pobla de Segur que un asiduo al barrio rojo de Ansterdam.

El comienzo del partido amagaba bien para la selección estatal (si los del Constitucional establecen que Cataluña no puede llamarse nación a sí misma nadie me va obligar a mí a concebir España única y exclusivamente como un estado a secas, si bien lo que en realidad se me antoja es una nación de varias naciones...) que tuvieron sus quince minutos de juego propio, de lucimiento, mucho birbiloque con la pelota en medio campo y llegar lo justo para rematar mal, debe ser el estilo famoso. Luego los holandeses jugaron a argentinos o italianos, al patadón, la rabieta delante del árbitro y replegarse todo lo posible para luego en un descuido de España pasar la pelota a los calvos y que éstos salieran en tromba contra la portería de España; de hecho todavía no me explico cómo pudo fallar el Robben una de esas... En todo caso, estaba visto que los naranjitos habían renunciado a atacar desde antes de comenzar el partido, que a ellos lo de o jogo bonito debía sonarles algo así como una de las especialidades de las brasileiras del famoso barrio de Ansterdam al que me he referido antes, y sobre todo que de la Naranja Mecánica ya no quedaba ni las peladuras.

Así pues, no me pude resistir al salto del sofá con el gol de Iniesta, nunca más tarde ni más merecido. Ganaron y me alegré. Luego parece que tocaba celebrarlo, aunque insisto que me alegré, pero no me emocioné o acaso sólo lo justo, disfrutar de las imágenes pospartido con los jugadores en el campo, la alegría ajena siempre es reconfortante, y poco más. Ya se encargó medio Oviedo o más de celebrarlo a lo grande, incluso antes de comenzar el partido, que esto parecían las fallas, un petardo tras otro. Qué decir al final del partido, del bar de enfrente salieron media docena de cincuentones armados con tracas y allí estuvieron hasta las tantas, ellos y los que se les sumaron con más petardos, berridos y pitidos. Tuvimos que llevar al nene a la habitación interior para que pasara allí la noche con T, cerrar todas las puertas de las habitaciones que dan a la calle, bajar todas las persianas. Con todo, servidor y su hijo mayor dormimos con la puerta cerrada en la habitación de los papas, que dice él, y dormir es un eufemismo cuando estuvimos hasta la cinco de la mañana despiertos oyendo los petardos, pitidos y berridos, la sana y sonora manera de festejar la alegría del pueblo español y olé. Luego a eso de las cinco llegaron los munipas para intentar poner un poco de orden porque abajo se había formado una tangana de miedo entre los partidarios de soltar más tracas y los de irse retirando. Los munipas que aparecieron con la sirena a todo volumen para evitar que siguieran metiendo más ruido... En fin, todavía hoy a la mañana estaba trabajando, a veces lo hago, y se oía los petidos de algún resacoso al grito "español, español, soy español", pues mira qué bien, qué mérito, tú.

Más tarde repaso la prensa en papel e internet. A parte de la lógica euforia del casi total del territorio estatal, leo con atención las noticias del terruño. Parece ser que a diferencia de otras ocasiones la gente que quiso pudo salir rojigualda en mano a celebrar el triunfo de su equipo. El Correo Español le dedica una amplia cobertura como todo aquello que de una u otra manera pueda corroborar la indudable españolidad de las Vascongadas y olé. De ese modo habla de cientos de personas junto a la Fuente de Moyua en Bilbao, delante de la pantalla que puso Lazkoz en Vitoria o en Ermua, ciudad que como todo el mundo sabe es españolista a la fuerza, casi sólo hay españoles... Luego tocan los matices, que si no eran tantos los que estaban en un sitio u otro, que si poco más que a escondidas aquí o allí, que si también salieron los otros a berrear su antiespañolismo. Pues bien, lo mejor de todo es el titular no me acuerdo leído dónde y que decía Tierra de Contrastes. Sin ir más lejos los de la realidad del Pais Vasco, allí donde viven, o mejor dicho, conviven mal que bien, identidades de muy diverso y en muchos casos incompatible pelaje. Cómo no va a haber gente celebrando la victoria de España, bandera en mano incluso, si muchos vascos se sienten españoles y otros que venidos de fuera nunca se han tenido como vascos después de décadas viviendo en el P.V. Lo raro, ilógico, incluso perverso, es el clima de coacción del nacionalismo vasco durante décadas a todo aquel que no compartiendo sus supuestos quería manifestarse como español en el P.V, máxime cuando la violencia terrorista campaba a sus anchas, y no me refiero miedo sólo a las dos hostias bien dadas de los fanáticos de turno, sino incluso a lo que pudiera pasarle a uno más tarde una vez significado, que se decía entonces.

Ahora bien, que haya gente en las calles del P.V celebrando la victoria de España no significa en modo alguno, como algunos han querido insinuar desde algunos medios confundiendo sus deseos con la realidad, que de repente la inmensa mayoría haya visto la luz que les alumbra a ellos y que hayan renunciado a su peverso y garrulo nacionalismo vasco, que es lo que los nacionalistas siempre piensan del de los demás, siquiera al escepticismo identitario que compartimos muchos, para abrazar lo que esos mismo voceras de la España una, grande y libre no dudan en calificar como la última gesta de la nación española. Pues no, no había masas de ciudadanos berreando "soy español, español" en Bilbao, Donosti o Vitoria, apenas unas centenas orgullosas de serlo y con todo el derecho del mundo. Probablemente eran menos de los que les hubiera gustado celebrarlo, probablemente también la verdadera alegría por la victoria se circunscribió a la intimidad de los hogares como tantas otras cosas. No obstante, también hay que reconocer, recordar y sobre todo respetar, el hecho innegable de que también hubo muchos vascos que desearon la derrota de España, que la desean siempre, incluso que se reunieron con ikurriñas y banderas holandesas para ver su sueño cumplido.

A estos que ya antes del partido declaraban su desapego por la Roja, ya se han encargado de ponerlos a caldo desde todas las partes y por todos los lados. Y no precisamente con argumentos, si es que pudiera haber alguno a la hora de juzgar las lealtades del prójimo. Ha primado como de costumbre el insulto, no podía ser menos cuando hablamos de patriotismo, no ya balompédico, sino patriotismo a secas; el que no siente mis colores es que casi no tiene derecho a la vida. De ese modo, y no sólo en boca de los pelagatos vocingleros del bar de la esquina o el taxista de turno, sino sobre todo de conocidos personajes de la política, prensa y hasta de la cultura española, ha destacado el epíteto de "paleto" para referirse a los nacionalistas perífericos que osaban declarar su desapego por la Roja. Fino argumento intelectual del que sólo queda deducir que un tipo cubierto con la bandera española y berreando "español, español, soy español" a las tantas de la madrugada con una curda de campeonato es algo así como un fino cosmopolita. Claro que no se puede esperar mucho de las exaltaciones patrias, los colocones patrioteros de la masa, si les dejas te montan otra guerra civil en versión limpieza étnica o algo parecido. Y sobre todo de ese curioso juicio de los nacionalistas españoles, confesos y no (una de las características más risibles y significativas del nacionalista español es que nunca se tiene por tal, se ofende, eso es cosa de los otros, nunca de él, él todo lo más es constitucionalista y desprecia los nacionalismos perífericos porque tiene más amplitud de miras, es un demócrata de toda la vida y hasta ha leido a Proust, eso aunque luego corra a colocar su bandera al lado de las otras y monte campañas I need Spain...) poque el suyo es el único sentimiento nacional digno de ser tenido en cuenta, el único verdadero de acuerdo con Constitución en la mano, el único que no te convierte de inmediato en un troglodita o un amigo de los terroristas, puede que hasta en imputado de Garzón (y si no que se lo pregunten a los recién absueltos de todos sus cargos del Egunkaria...). El de los otros no, ese ya es pecado o ya directamente delito. No importa que estemos tratando de cuestiones que afectan casi en exclusiva a los sentimientos, siquiera de los que los tienen de tal calado. El problema es que según la manera de ver las cosas de algunos, de casi todos los que vociferan desde los media de la Corte y aledaños, los sentimientos de muchos vascos y catalanes no valen, están equivocados o no son legales, cuando no meras ganas de joder la fiesta, rojigualda, de llamar la atención, de dar la nota, hacer daño.

Y en eso estamos los que durante décadas aguantamos y renegamos del nacionalismo que nos había tocado en casa. En el caso del vasco siquiera sólo por el modo excluyente, fanático y violento de muchas de sus manifestaciones, su tibieza para con los asesinos, sus dudas ante éstos. Décadas de hegemonía nacionalista vasca en la que destaca esa tendencia a juzgar e imponer el sentir de uno al prójimo poco más que por las bravas; él otro nunca contaba si no era la de la tribu o casi que se merecía lo que le pudieran hacer esos en los que sólo veían unos chicos descarriados... Denunciamos un nacionalismo de miras cortas, que en vez de sumar restaba, que hacía más daño a la idea de un País Vasco libre y orgulloso de su lengua y su cultura que todo lo contrario, un nacionalismo que a fuerza de simplificar, tergiversar y ocultar la mayor parte de nuestra Historia ha educado a generaciones enteras de vascos en la ignorancia supina sobre lo propio, todo lo más consignas, verdades a medias o interpretaciones dignas de un tebeo, para consumo de necios que o mastican las cosas de un par de bocados o no les pasa, se atragantan, en particular la complejidad y pluralidad de Euskal Herria. Sobre todo que atentaba contra la concepción de un País Vasco plural, donde podíamos caber todos sin por ello tener que renunciar a nuestras ideas, sentimientos o a la falta de lo uno y lo otro. Estamos en que ahora nos vienen del otro lado, del nacionalismo que bebe de la idea imperial que impusieron a nuestros mayores durante cuarenta años o de ese otro tan letal para la diversidad de España y la buena convivencia entre sus diferentes pueblos, regiones o naciones, como es la versión sociata del jacobismo francés cuyos orígenes se remontan al intento de los liberales españoles por crear un estado centralista a imagen y semejanza del vecino gabacho.

Ya no hablamos del futbol, mera anécdota, aún y todo pasatiempo por mucho que les dé ahora en hacernos creer que con la copa en la mano casi que salimos de la crisis en un par de días, hablamos de la sentencia del Estatut y ese pasarse por el forro de los cojones la voluntad popular expresada en las Cortes y por referendo, ese querer poner cotas a las aspiraciones autonomistas de un pueblo que en principio sólo busca el acomodo en el conjunto de España, ese recordar que sólo cabe una idea de España, la de siempre, una grande y libre según le pete a juez de turno. Luego se echan las manos a la cabeza porque hay vascos y catalanes que no comulgan con esa idea de España, que abuchean sus símbolos, que desean que se vaya a la mierda este estado construido desde y para el centro, esta Castilla ampliada en la que el resto sólo es permitido, nunca compartido, en la que todo lo más se toleran las diferencias pero no se aplauden ni se hacen propias, ¡¡¡¡¡por Dios, otras culturas distintas de la castellana???, donde sólo se suma a regañadientes y se procura ocultar o minusvalorar todas esas indentidades que no comulgan con la oficial. Luego se rasgan las vestiduras porque algunos aspiran a tener sus propias selecciones, porque se sienten diferentes, no les siguen el juego, son unos paletos, les han lavado el cerebro en las ikastolas; a ellos no, insisto, comparten la misma devoción gregaria y excluyente por las banderitas, pero no, lo suyo está permitido, bien visto, es lo que hay.

A mí me trae sin cuidado el color de esta o la otra bandera, a mí me importan otras cosas que no tienen por qué coincidir con la idea al uso de las naciones. A mí me importa mucho más la libertad del individuo para blandir la bandera que le venga en gana, para hablar y cultivar la lengua o lenguas que desee, para emocionarse con los colores que se le antojen en cada momento, su derecho a ir dando tumbos o no dar ninguno. Por eso ni me escandalizo ni me extraño cuando leo que en mi Ciudad a pocos metros de donde se habían concentrado cientos de personas con sus banderitas españolas para ver el partido en la pantalla gigante que había instalado el ayuntamiento, otros cientos se habían concentrado a su vez en el casco viejo con camisetas naranjas de Euskaltel, ikurriñas y banderas holandesas, para animar a Holanda. Es lo que hay, al que no le guste esta dualidad que se aguante porque no va a cambiar en lo esencial durante mucho, pero mucho tiempo. Podrá llegar acaso un día en el que convivan identidades nacionales sobre el mismo territorio con los mismos derechos, esto es, vascos con derecho a animar una u otra selección, incluso a cambiar a su antojo de lealtades según les apetezca, y por supuesto que también a no tener ninguna. Sin embargo, dudo que eso sea así en esta vida, no son pocos tercos ni nada los nacionalismos en la negación del otro, de hecho de eso van y no de otra cosa. Claro que si hablamos todavía del partido también hay que destacar la mayoría que estaba en sus casas disfrutando del partido, la victoria y poco más, la mayoría que pasa de trascendencias patrias y para la que el apego a unos colores sólo sea cuestión de noventa minutos de juego y emoción, fuera de ahí ya está la vida con sus cosas, casi siempre más importante que las tonterías estas de las banderitas.

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