miércoles, 21 de julio de 2010

CHRONIQUES ALGÉRIENNES


Supongo que es mi personal manera de celebrar dicho aniversario, sobre todo teniendo en cuenta la influencia transcendental de Camus, no tano en mi obra, que es mucho decir, como en mi concepción de la literatura y sus contornos. No es que en esto, como en tantas otras cosas, peque de original, hablamos de un gurú de su época, siquiera de la generación de nuestros mayores en su versión más progre y afrancesada, y es que fue a través de la influencia, a saber cuánto de perniciosa, de éstos que me llegó el primer Camus a las manos, El Extranjero, para ser exactos. A partir de ese momento el deslumbre adolescente por el inquietante existencialismo que envolvía su escritura, la fascinación por el ambiente de escenarios mediterráneos, argelinos para más señas, y la ironía bondadosa -por llamar de alguna manera a la sutileza con la que Camus trataba ciertos temas o actitudes sin dejarse arrastrar nunca por el degüelle al adversario o similares- no ha cesado, aunque sí ha variado en su intensidad y hasta en las razones que lo animaban. El Camus de la adolescencia no era sólo el escritor, puede que incluso esto sólo lo fuera en un segundo plano, sino también o principalmente el hombre bueno, íntegro y valiente que precisamente por todo ello se había visto en la tesitura de denunciar a sus propios compañeros de viaje ideológico, provocando con ello que muchos de su entorno le dieran la espalda en su momento y hasta que lo tildaran de todo aquello contra lo que él siempre había luchado.

Las cronicas argelinas que acabo de leer fueron precisamente uno de los desencadenantes de esa animaversión entre sus antiguos compañeros de la izquiera cuadriculada. Camus era un pied noir, un francés de Argelia prototípico. Su madre, Catalina Elena Sintes, nacida en Birkadem (Argelia), y de familia originaria de Menorca, era analfabeta y casi totalmente sorda. Su padre, Lucien Camus trabajaba en una finca vitivinícola, cerca de Mondovi, para un comerciante de vinos de Argel, y era de origen alsaciano como otros muchos pieds-noirs que había huido tras la anexión de Alsacia por Alemania tras la Guerra Franco-Prusiana. Este origen fue determinante a la hora de posicionarse durante la llamada Guerra de Argelia, una guerra de tinte colonial en la que Francia se dejó gran parte de su crédito como nación civilizada, culta y en general todo de lo que había presumido siempre. La Guerra de Argelia fue una carnicería sin parangón en el conjunto de la mayoría de las guerras coloniales hasta entonces, sobre todo por la enconada y desproporcionada resistencia de la población de origen francés en connivencia con lo más reaccionario del estado francés a aceptar la independencia de Argelia. De ese modo los antentados indiscriminados y terriblemente crueles del FLN argelino sobre la población civil y la dura represión del ejército con sus cuerpos de elite al frente, la tristemente famosa OAS, ocasionaron un punto de no retorno en el que fue imposible cualquier solución intermedia, esto es, la posibilidad de que todo aquel pied noir que quisiera pudiera seguir viviendo en la tierra de sus ancestros más inmediatos. La cerrazón por ambas partes, pero en especial por la francesa que apenas concebía a Argelia como otra cosa que una provincia antes que como una colonia y por lo tanto sujeta a las resulociones descolonizadoras de la ONU, que aplicó todo tipo de medidas represivas, torturas y chantajes sobre la población autóctona en el inútil empeño de minar el apoyo que ésta prestaba al FLN, sólo obtuvo como resultado una Argelia independiente y casi exclusivamente árabe o bereber (sobre todo árabe si tenemos en cuenta la posterior historia represiva de la cultura y lengua cabileñas, en todas partes cuecen habas...).

Y en medio tanto del nacionalismo árabe y de la izquierda francesa que simpatizaba con ellos, como de la mayoría de sus paisanos pieds noirs, entre los cuales destacaba el rechazo no sólo a la independencia de Argelia por una cuestión de mera supervivencia, sino también un acendrado racismo hacia sus vecinos árabes, así como de la derecha francesa que los apoyó hasta el último momento cuando ya tuvieron que abandonar Argelia y de repente se los encontraron a las puertas de sus casas exigiendo el pago por tanto patriotismo inútil, se encontró Camus. Así pues, estas crónicas argelinas son el relato implícito del miedo y desconsuelo de un Camus que quiere encontrar por todos los medios un punto de encuentro entre ambos extremos, un Camus que glosa la impronta francesa de la Argelia de sus mayores a la vez que elogia y simpatiza con el árabe y/o bereber, un Camus que cree posible esa solución intermedia a la que me refería, pero que la cree siempre unida a Francia y he ahí su error histórico, su desacierto cuando ya todo era irreversible, cuando sólo cabía ya una solución escrita de antemano y todo lo demás era apostar por más de lo mismo y ya sólo en beneficio del bando que lo iba a perder con toda la razón del mundo, la del ocaso histórico del colonianismo.

Empero, en estos textos de repartir culpas a un lado y otro, de intentar buscar lugares comunes donde lo único común ya es el odio, de proponer medidas de mutuo acercamiento que hace tiempo que acaso podrían haber funcionado pero ya no, ya era imposible, ya no había vuelta atras con las espadas en ristre. Camus demuestra de nuevo su lado más humano antes que el político o intelectual. De lo contrario no se entiende esta perserveracion en lo irresoluble, la ceguera e ingenuidad de las que hace gala movido más por el corazón que por la razón: C´est la force infinie de la justice, et elle seule, qui doit nous aider à reconquérir l´Algérie et ses habitants.

Insisto en que le llovieron más palos de los merecidos, le tenían ganas sus antiguos camaradas de la izquierda fetén y doctrinaria por su denuncia del sistema soviético, en especial la falta de libertad que lo caracterizaba. Por eso aprovecharon su empeño postrero y desesparado en buscar una salida a sus compatriotas argelinos para señalar en él al colonialista a toda costa, el pied noir racista y chovinista, el hipócrita que hablaba, escribía, acerca de la libertad de los oprimidos y luego se negaba a admitir la de los árabes en su propia tierra. Exageraron, mintieron como lo hacen todos los sectarios, como bellacos, y sobre todo jamás hicieron el más mínimo esfuerzo de empatizar con las razones de Camus, el pied noir que temía por su pobre madre a merced de los acontecimientos de una guerra. No lo hicieron porque les convenía para intentar derribar el ídolo. Sin embargo, aún sonando a dicho hipermanido, la Historia pone a todos en su sitio y a Camus parece haberle reservado el de santón laico que siempre se dejó vencer por su lado humano antes que por las cadenas del intelecto, las cuales, en una época de ismos a tutiplé, de lealtades inquebrantables, de secta a prueba de individualidades, resultaban fatales. De ahí también lo todavía hoy en día sumamente apetecible, reconfortante e ilustrativo de su obra. No se puede decir lo mismo de muchos de los que le criticaron sin piedad y que, de haber tenido un poco de buena fe, podrían haber entendido sus razones sin compartirlas con sólo reparar en lo que dejó escrito en estas mismas crónicas argelinas: Après cela, on peut sans doute les juger naïfs, il est difficile de les traiter de souteneurs. Je résume ici l´histoire des hommes de ma famille qui, de surcroît, étant pauvres et sans haine, n´ont jamais exploité ni opprimé personne.

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