domingo, 27 de mayo de 2012

HIGHWAY TO HELL




Está bien eso de desmadrarse a los cuarenta y tantos, mucho. Claro que resulta un poco patético que después de la cena, que uno ya dice, ¡oh, no, de cubatas otra vez!, con lo bien que estaría ahora reposando en la cama, vaya la benjamina del grupo, mi señora para ser exactos, la chiguita que diría mi abuelo, y se empeñe en ir a bailar, cosa que está totalmente prohibida en mi cuadrilla desde que las navidades pasadas V casí se descalabra en uno de los pubes del centro (eso y que nosotros bailar, pues bueno, de más jóvenes sobre las mesas y berreando La Polla Records o así).  El caso es que va la chiquilla y nos arrastra a los cinco adultos hasta el Molly Malone de San Prudencio. Creo que celebraban la noche hortera o algo por el estilo. Pues ahí estábamos, amagando mover el esqueleto a ritmo de cubata, bostezando a espaldas de la chavala para que no se sintiera mal, que no creyera que estaba con carcamales. Y en una de esas, tócate los huevos, cuando ya estábamos más que hasta los cojones de tanta pachanga latina o flamenca, van y ponen la banda sonora de Shrek y, como se nota la paternidad, y cómo, que nos decimos, ¡coño, una canción conocida! A partir de ahi el despelote, como que hasta estuvimos meneando la melenas inexistentes al son del Highway to Hell de los AC&DC. Y así unas horicas de pegar brincos, dar volteretas, empujar a la peña, vamos, que hoy tengo huesos que no puedo localizar. 

Así que no sé, no sé, por un lado lo pasas genial con los colegas y tal, te desmelenas, es un decir, claro, y además en su punto justo, sin tener que ir derecho a ponerte de rodillas delante del inodoro, sin mayores convulsiones gastrointestinales, que encima has descubierto un coqueto restaurante en lo viejo de comida tan profesional como tradicional, no hay vanguardia sin tradición dice la publi, de mantel de tela para entendernos, deliciosas croquetas, el revuelto de hongos una gozada, la ensalada de perdiz riquísima, el foi en su punto, un Idiazabal genuino, el sorbete y el goxua decían que también, y como sólo era picoteo pues que no probamos los platos fuertes del terruño, ni merluzas en salsas verdes, bacalaos con tomate y pimientos, chuletillas de cordero o corderos asados y guisados con alcachofas, chipirones en salsa negras, chuletón, o litiruelas, ya caerán, ya. Además, la carta de vino de la tierra mejor que la media. Tomamos un vino del año, Besagain, porque en época de crisis y con lo que trincamos mejor hacer economías, eso y que los dos vinos del año no eran precisamente los cosecheros rasposos que se toman en muchos sitios de la ciudad, el que tomamos estaba delicioso; y encima no nos costó convencer al pegas, a Ptx, de que en siendo bueno un cosechero, distinto, pero igual de bueno que sus Valserranos o cualquier otro crianza. El restaurante, por cierto, es el Ballarín de la Zapa. Estábamos solos, con excepción de una pareja que llegó más tarde y se escondió en un rincón, me temo que les dimos la noche, porque, con eso de que parecía que estábamos en un txoko, el cachondeo a grito pelado y las burradas por doquier les debieron joder la velada romántica o lo que fuera que tenían pensado los tortolitos. Sería la crisis, porque el local está pero que muy bien, no es una taberna al uso de lo viejo, de esas de estar apelotonados en una mesa escuchando la conversación del vecino y moviendo la silla todo el rato para que pase el personal, que también tiene la cosa, sino un restaurante pequeño, coqueto, sobrio, de cocina profesional y a muy buen precio.

Pues nada, una noche de jamada y jarana que merece la pena bloguear para lo de recordar más tarde, mejor hacerlo de una farra con amigos y bailables, de su flamante intrascendencia, que lo habitual de despotricar contra esto o aquello porque no hay día que no haya una noticia de esas para deprimirse todavía un poco más,  deja mejor cuerpo.

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