sábado, 25 de agosto de 2012

MAÑANA EN RODILES

Hay días que es mejor no salir de casa, hoy parecía ser uno de ellos. Hacemos planes porque mi señora madre nos jodió el de acercarnos hasta el terruño, que mejor la semana que viene, que estará toda la parentela transatlántica, decía que arden en deseos de vernos, en especial a los niños. Así que ayer viernes nos decantamos por una excursión a la Ruta del Bajo Dobra que me recomienda por chat mi primo Julio desde el camping de Rivadesella donde está de vacatas con su familia, descansando digo yo de la ingesta en común de sidra y quesos del martes en Oviedo y el sábado en Miyares, que ya tiene huevos que lo tenga que hacer uno de mis parientes de Vitoria en lugar de mi pareja asturiana, en fin. Pero claro, al día siguiente un sol de espanto, que si el reloj biológico de la nena, que si no será demasiado para el pequeño, recuerdo este verano subiendo a San Gines, el sol abrasaba y tu con el puto enano a harrikotes (a cuello). Lo que tu quieras, bonita, pues vamos a la playa, ¿a cuál?, a Rodiles, que nos pilla cerca de Miyares ya que hay pasar a recoger a los nenes en las garras de tus padres y además es larga y hay mesas para zamparnos los bocadillos que preparo siempre que salimos de la madriguera.

Llegamos a la casa de los padres de T en Miyares. El cabrón del mayor que es oír la palabra playa y ponerse a berrear, que la odia, que quiere quedarse con sus yayos. Me cabreo, me tienen hasta los mismísimos, cada vez que planeamos ir a cualquier sitio nos la monta como si lo estuvieran degollando, cualquier día me voy a poner yo con él en serio cuchillo en mano, a lo Aid el Kebir o fiesta del cordero musulmán. Sea como fuere, mejor no insistir mucho, no vaya a ser que mi querida mother-out-law le dé por meter baza, bastante tengo con salir temprano, con cruzar los dedos para que a la señora no se le ocurre, ahora que tenemos prisa y planes para pasar el día, pedirle a su hija que le haga un favor, algo así como subir hasta la cima del Suave a ver si han salido crisantemos, vamos, ese tipo de cosas que... Nos largamos con el enano, que es oír la palabra playa y pedir a gritos el cubo, la pala y el rastrillo. Y hacia Rodiles vamos, por el camino más largo que se le podía ocurrir a la señora, atravesando Villaviciosa en fiestas con el atasco pertinente, procurando que el crío mire todo el rato para que no nos obsequie con la inevitable vomitona, que bastante suerte tuvimos ya el jueves cuando fuimos a Aviles, que fue visto y no visto, de repente oigo a mis espaldas el inconfundible rugido de una versión de dos años y pico de Shreck. ¡Ya está!, me digo, la jodimos, toda la tarde limpiando el coche. Pero no, esta vez el enano había tenido el reflejo de coger el cubo de la playa para verter todo su vómito dentro.

No cabíamos de gozo; pero, como la alegría apenas dura un telediario en la casa del pobre, pues hubo segunda vez. Todo el trayecto desde Miyares a Rodiles en coche pendiente del vómito del crío, que por lo que se ve le debe pesar demasiado la cabeza, o vete a saber qué, y es montarse al coche, arrancar y entrarle ganas de vaciarse los intestinos, para nada. Justo llegamos al aparcamiento de la playa, nada más aparcar, y sin ni siquiera tener opción a darme la vuelta para coger y colarle el cubo debajo de la boca, el puto diablo de Tasmania que tengo por hijo menor va y echa la vomitona del siglo. Una cosa alucinante, sobre todo porque sólo había tomado un biberón por la mañana, pero, a tenor de la cantidad, el color y hasta la consistencia, cualquiera hubiera pensado que se había resquebrajado una hormigonera o cualquier otra cosa por el estilo. Así que a reparar los daños lo mejor y lo más rápido posible. Increíble hasta dónde puede filtrarse el menjunje ese, no había agujero o pliegue de la parte trasera del coche que se hubiera llevado su buena porción.

Pero habíamos ido hasta la playa y era cuestión de aprovechar el día. Cosa que en seguida empezamos a sospechar harto difícil dado que mientras que nosotros nos dirigíamos hacia la arena , la peña parecía abandonarla en masa con todos sus bártulos debajo del brazo, y más de uno también con una mano en la cabeza para evitar que el viento se llevara volando su gorro, pamela, pañuelo o lo que se hubiera puesto encima. Porque corría un viento encabritado como pocos, un viento que no anunciaba nada bueno, un amago de huracán en pleno Cantábrico. Y, en efecto, bandera roja por todas partes. No hay baño que valga, a tumbarnos sobre las toallas a mirar hacia la línea en la que el mar y el cielo se hacen uno, a hacer castillos de arena. Y así hasta cerca de la una, que ya no podíamos más, que ya me había pateado la orilla un buen rato, que ya tenía arena hasta detrás de las orejas, y nos decidimos a zamparnos los bocadillos sentados alrededor de una de las mesas de madera que hay en el bosque de eucaliptos entre el aparcamiento y la playa. Un día que había amanecido en Oviedo con un sol refulgente en lo más alto allí en Rodiles se había ocultado tras unos nubarrones tan negros como el alma de la gabacha esa que preside el FMI y que no anunciaban nada bueno. De repente el otoño de golpe y porrazo, el viento que sopla y el enano que tirita de frío. Pero papa, papa le hinca ansioso el diente a su bocadillo de bacon con tomate, le pega un tiento a su Mahou y no puede evitar pensar que está hecho un bicho raro de cojones. Porque me gusta más la playa de ese modo, vacía como si estuviéramos en otoño o en invierno, que a rebosar de bañistas de todas partes, ya vendremos más adelante, no me resulta poco bonito ni nada pasear en otoño por las playas vacías y el fragor de las olas rompiendo sobre la arena como único ruido a mi alrededor; lo dicho, cuanto más viejo más raro. 

Así que mientras que el día parecía haberse jodido para mi señora y el canijo, a mí casi que me ha sabido a gloria. Dónde vas a parar, y qué pena no haberme podido meter un rato hasta el ombligo, jugar con las olas, pegar unas brazadas sobre el agua helada, te deja hecho un león marino. Lo malo cuando nos hemos metido en el coche para emprender la vuelta, que ha sido dejar Rodiles atrás y empezar a brillar el sol de nuevo en el cielo, a darnos de morros con el verano. Y así estamos, de vuelta en Oviedo con el sol invitando a salir a dar un voltio por ahí, amenazando con una de esas noches que hemos pasado esta semana rebozándonos en nuestro propio sudor sobre la cama. Menos mal que pronto llega el otoño.


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