viernes, 17 de agosto de 2012

TOXICIDADES



Estaba cagando (porque yo soy un chico normal, de ciudad, de barrio o casi -crecí en la avenida principal de mi ciudad y sus alrededores-, y no defeco, hago de vientre, deposito o cualquier otra cursilada al uso, yo siempre cago y en casos hasta me voy por la pata abajo...) en uno de los baños de la casa de campo de mis semisuegros, my fathers out law, y como no tenía otra cosa que llevarme a la mano para hacer más placentera y llevadera la actividad física que me ocupaba, pues que le eché mano a una de esos sumplementos femeninos que coloca mi suegra en una mesita frente al cagadero. 

No las soporto, lo mismo que te ofrecen una receta para ensalada mezclando la lechuga de toda la vida con el chosco asturiano te aconsejan que dejes a tu pareja si le huelen los pies o, cuanto menos, que lo lleves a terapia. Me parecen el summun de la frívola insustancialidad sexista elevada al cubo y en papel cuché, el boletín oficial de la bobería de género, la biblia de los lugares comunes para consumo de mentes de las que como poco, si se toman en serio algo de lo ahí escrito, se pueden decir que son romas, vulgo, tontas del culo. Pero, insisto, no había otra cosa a mano, no sólo sufro de eso que Kundera denominaba grafomanía, la pulsión de escribir todo tipo de pijadas y a todas horas, sino que también lo hago a la inversa, vamos, que me leo desde el Mahabhárata en lengua original y sin entender nada -de qué voy a saber yo sánscrito, podría, pero de momento paso...- al prospecto de un medicamento para las almorranas, lo que sea con tal de tener algo entre las manos con lo que rellenar el tiempo. 

De ese modo di con un artículo que no tenía desperdicio, todo él lo era. Un artículo sobre los tipos de hombres tóxicos que hay por ahí y de los que las lectoras del suplemento deberían huir como de la peste. A saber, estaba el contenido, el que aguanta lo que le echen hasta que un día revienta y se monta la de Dios es Cristo y éste al mismo tiempo una palomica blanca que se eleva hacia el cielo después de haber preñado a una señora judía, el obsesivo controlador que cree que el mundo no funciona bien si no está él al pie del cañón, el pusilánime ensimismado que no daría la cara ni por su madre así la estuviera violando una banda de sociópatas, vulgo, quinquis de mierda, el tirano condescendiente que piensa que es el único adulto sobre la faz de la tierra y de ahí que crea que al resto de sus congéneres haya que llevarlo más derecho que un palo para que no se le desmadre, putos críos, y por último el autodestructivo, supongo que no hace falta extenderse con éste, a ver quién no ha querido saltar desde un quinto piso puesto hasta el culo de vodka y cocaína, yo todavía no.

No recuerdo si mencionaba otro prototipo de hombre tóxico, de esos que según la revista estaban en este mundo para hacer la vida imposible a las pobres y sufridas víctimas que, por lo que fuera, acaban cayendo en sus garras, se supone que de puro buenas, ingenuas, la cosa esa de si no redimo a un cabrón no me puedo llamar mujer con todas las letras. Los malos, ya se sabe, siempre son ellos, pero malos, malos, malísimos y con ganas. Y no digo que no existan esos modelos de toxicidad a los que se refería el texto, tipos que si destacan por algo es por sus manías o ya directamente cabronadas, que los caracterizan, tarados al fin y al cabo. Lo curioso era que la revista, en lugar de aconsejar a sus lectoras simple y llanamente que saliesen corriendo por patas de semejantes relaciones condenadas al drama, se descolgaba con una serie de consejos para contrarrestar esas manías y cabronadas, por lo general poniéndose a su altura, cuando no incluso superándoles en cuanto a maniáticos y cabrones.

Sin embargo, lo que realmente me desconcertó del retrato que hacia de cada modelo de capullo masculino, es que yo podía reconocerme en más de uno. No es para menos, cuándo no he sido una bomba de relojería que aguanta todo lo que le echen hasta que se me acaba cruzando el cable y acabo cagándome en todo lo cagable a voz en grito en todo y emprendiéndola a puñetazos y patadas con la primera puerta a mano, cuándo no me he propuesto controlar algo pensando que si no lo hacía yo no lo iba a hacer otro, es que si no lo hago hay sábados por la mañana que a veces ni salimos de casa, cuándo no me he ensimismado a conciencia para pasar de lo que ocurría a mi alrededor porque juzgaba que ni me iba ni me venía,que le cambie el pañal al niño su madre, cuándo no he caído en la tentación de echar mano de mi ración de soberbia convencido de que todos los que me rodeaban en ese momento eran una banda de verdaderos gilipollas excepto yo, y mejor no hablar de mi vicios más o menos autodestructivos, malditos libros de cocina. Pues para qué engañarnos, seguro que más de una vez. Así pues, tendría que deducir que eso me convierte, como poco, en un capullo quíntuple, un psicópata en grado sumo, vamos, un típo tóxico de cojones. 

Pues ni mucho menos, señoras, porque sé que de la misma manera que en ocasiones puedo actuar de cualquiera de las cuatro maneras antes descritas, también lo puedo hacer de un modo completamente opuesto. Puedo y suelo ser un tipo que no se calla las cosas y prefiere tenerlas claras en su momento, puedo ser y soy un tipo que confía plenamente en el prójimo en la convicción de no ser precisamente el más listo del pueblo, puedo y soy todo lo resoluto que requiere el momento y nunca, pero nunca, tiranizo a nadie que no sea mi próstata, y seguro, seguro, que tengo tantas virtudes como vicios, puede que hasta más, qué coño. 

Ahora bien, si unas veces lo uno y otras su contrario, ¿en qué casilla me coloco? ¿En todas o ninguna? Hombre, es obvio que la revista traza unas pautas que caracterizan a unos tipos que siempre son o tienen algo más de lo que allí se describe, que si no de qué habrían engatusado a sus víctimas, cómo se las habrían llevado al huerto, ¿los unos por pena y los otros a voces? Por lo que se supone que lo que los define como candidatos a la cuarentena social no es otra cosa que su grado de toxicidad, o lo que es lo mismo, la frecuencia con la que se comportan como los psicópatas descritos en el suplemento, cuándo rebasan el límite de lo que son simples actitudes de la psique de todo ser humano que se precie de tal y se convierten en la pauta que rige el comportamiento, y hasta el destino, del individuo.  Yo no sé mi caso, no soy objetivo más bien. Como cualquier bicho viviente tiendo a verme como lo de lo mejorcito que hay por ahí, un verdadero pan y modelo a seguir en todo. Por eso me convendría consultárselo a mi pareja, preguntarle cómo me ve, qué grado de toxicidad ve en mí. Pero, luego, en realidad ha sido en seguida, me he dicho: ¿y por qué no se lo pregunta primero ella? ¡No te jode, a ver si voy a ser yo el único humano con defectos!


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