lunes, 5 de marzo de 2018

PUTINISMO


"Rusia ha sido y sigue siendo una potencia nuclear. Nadie quería escucharnos. Ahora pueden hacerlo"
Putín presume de poseer el mayor y mejor armamento del mundo, se entiende que sobre todo nuclear en lo que viene a ser la confirmación de que todos los pactos firmados en su momento para reducir ese tipo de armas se los pasa por el forro de sus eslavos testículos y con ello reedita la política de disensión nuclear de la Guerra Fría. Y al resto sólo nos queda convenir que lo que hay en Rusia hoy en día no es sino una especie de stalinismo sin comunismo o un zarismo de ex miembros de la KGB o una oligarquía ultranacionalista en diferentes grados de connivencia con las mafias resultantes del desguace/pillaje del antiguo estado soviético. Todo ello, faltaría más, bajo la forma de una democracia de apariencias en las que todo se decide de antemano en el Kremlin y cualquier intento de hacerla efectiva por parte de grupos opositores es abortado de inmediato al más genuino estilo de cualquier estado autoritario que se precie. Y entretanto el ruso de a pie disfrutando de lo que le toque en suerte de esa economía de mercado a la rusa, esto es, pervertida de raíz por los intereses del poder, casi que como en cualquier parte de Occidente, sí, pero puede que de un modo más evidente, brutal, que en ninguna otra parte; allí el polonio 210 corre que da gusto, Alexander Litvinenko, entre otras cosas, como los asesinatos de periodistas, Anna Politkovskaya, el encarcelamiento y/o exilio de, ya no sólo de opositores a lo Kasparov, sino de antiguos colaboradores caídos en desgracia a lo Mijail Jodorkovski y otros magnates (¿mangantes?).

Pero lo más curioso de todo es la constancia, más que evidente con los sucesos de Ucrania y de Crimea en particular, es la existencia todavía de una corriente en Occidente, no precisamente testimonial, que ve en Rusia la heredera de la antigua Unión Soviética cuyo modelo acostumbraba a contraponer al occidental con su economía de mercado y su democracia liberal. Uno puede entender desde la distancia ideológica, y casi también que histórica, la necesidad de los antiguos comunistas de un modelo como el soviético para enfrentar a ese otro capitalista fuente según ellos de todos los males que aqueja a la humanidad.
Puedo entenderlo en gente como mi abuelo materno, un comunista de carné durante toda su vida, y el único de tres hermanos condenados a muerte durante la Guerra Civil que salvó la vida gracias a la mediación de un mando carlista pariente de su mujer -no estoy seguro si un cuñado o un primo de mi abuela- el cual, acostumbra a contarme mi madre, sólo le puso la mano encima una vez en toda su vida, dice ella que una hostia de las buenas en todos los morros, y eso fue precisamente el día que mi madre, a la vuelta de su estancia en Venezuela, le espetó a la cara, vete a saber el motivo, que en la Unión Soviética la gente también moría de hambre y que además no era libre ni para opinar ni para decidir qué hacer con su vida, que eso se lo habían contado las exiliadas rusas con las que había trabajado en un taller de costura de Caracas. Es evidente que el hombre que había militado toda su vida a favor de la utopía comunista no pudo soportar el descaro de mi madre, la afrenta no solo a todo aquello en lo que había creído, sino sobre todo a su esperanza de un mundo mejor al que conocía y que no era otro que la España de Franco y, por si fuera poco, además en la carne de un perdedor de la Guerra. Y también entiendo a la perfección el hartazgo de mi madre ante la ceguera dogmática de un padre por el que sentía verdadera devoción. Así que puedo entender a través de mi abuelo el desengaño de toda una generación de utópicos, cada cual con su cota de mayor o menor dogmatismo, a los que en realidad no animaba ningún deseo de riqueza o poder, sino más bien el sueño ingenuo de instaurar sobre la tierra el paraíso del que hablaban los curas en el púlpito; para mí, como para tantos otros, el comunismo del XIX no ha sido otra cosa que la puesta a punto desde presupuestos laicos del mesianismo cristiano tal y como viene a sugerirlo Curzio Malaparte en su "Il ballo al Kremlino".

¿Qué sentido tiene entonces esa querencia o admiración por el "putinismo" por parte de cierto discurso anticapitalista en la convicción de que la Rusia contemporánea es la heredera de la antigua Unión Soviética, un modelo que en realidad fueron los propios rusos quienes se encargaron de derribar y condenar al basurero de la Historia? ¿Cuál es la alternativa a la economía de mercado y la democracia liberal que propone esa curiosa izquierda prorrusa, acaso la Rusia autocrática y patriotera de Putín con su economía de magnates/mangantes? ¿Se trata de simple y pura nostalgia al estilo de la de los que celebran el 18 de Julio sacando a pasear la rojigualda con el aguilucho brazo en alto?

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