jueves, 1 de agosto de 2019

UCRONÍA PORTUGUESA




Monasterio de Batalha construido para agradecer a la Virgen María la victoria de las tropas de Portugal sobre las de Castilla en la batalla de Aljubarrota en 1385. Aunque no fue la última batalla para rubricar la independencia de Portugal del reino de Castilla (el último y definitivo intento de reafirmar la independencia de Portugal frente a la Monarquía Hispánica se produjo el 1 de diciembre de 1640 mediante la entronización de Juan IV de Portugal de la Casa de Braganza, nueva dinastía reinante en el reino de Portugal en detrimento de la Casa de Austria en el trono tras la "Unión" bajo el reinado de Felipe II), sí es el más importante.

Con todo es el monumento más significativo del deseo de los portugueses de regir su propio destino frente al ansia expansionista de sus vecinos. Y aunque hay que reconocer que en todo este tipo de exaltación de los orgullos patrios hay siempre cierto grado de ridículo por lo que tienen de exhibición del ombligo propio frente a terceros, no puedo evitar darme a la ficción histórica, en concreto a la ucronía pura y dura, para imaginarme un Portugal del gusto de la "inteligentsia" española al uso, esto es, un Portugal que hubiera permanecido bajo el yugo de la monarquía hispánica y hubiera devenido con el paso de los tiempos en una "región" más de una España convertida en unidad de destino en lo universal. Para empezar, está claro que, si en un principio hubiera conservado sus instituciones como reino de acuerdo al tratado firmado con Felipe II, no habría tratado en experimentar el pujo centralizador castellano en la figura del Conde-Duque de Olivares y su "Unión de Armas", la cual finalizó precisamente con la independencia definitiva de Portugal. Pero, como en mi ucronía Portugal permanece en "España", tampoco habría tardado mucho más en sufrir las consecuencias de la llamada "Guerra de Sucesión", donde puede que al final hubiera seguido la misma suerte que los reinos de la corona de Aragón perdiendo sus fueros e instituciones, y con ellas la imposición de la lengua de la metrópoli en la administración y la enseñanza en detrimento de la vernácula, o al revés, que los hubiera conservado al igual que el país vasco-navarro (lo cual, por cierto, no supuso tampoco el reconocimiento de la lengua y cultura vernácula de esos territorios por decisión de las propias élites dirigentes debidamente asimiladas a la cultura "metropolitana"), hasta siglos más tarde en los que los que el liberalismo jacobino español se los hubiera arrebatado a la fuerza ya para los restos.

Entretanto, y de acuerdo con lo que ha sido el devenir histórico del resto de pueblos del Reino de España, o del resto de los estados europeos a semejanza del nuestro, habría sufrido el lento pero implacable proceso de asimilación que el occitano Robert Lafont denominó "colonización interna", esto es, la sustitución más o menos paulatina de la lengua y cultura propias en pro de esas otras de la "metrópoli". De hecho, está más que documentado que incluso en la época de la Unión con Felipe II la nobleza portuguesa gustaba de utilizar el castellano en la corte portuguesa como deferencia hacia sus señores castellanos, costumbre que, como suele ser habitual, se habría extendido enseguida hacia las capas más populares y sobre todo urbanas o burguesas. De ese modo, no habría hecho falta esperar a los embates asimilacionistas de las escuela jacobina del XIX para esperar el descrédito y arrinconamiento de la lengua portuguesa en Portugal. Simplemente habría sufrido el mismo proceso de ostracismo institucional y cultural que su vecina y hermana Galicia, donde el gallego ha sido hasta no hace mucho la lengua natural del campo o de las clases populares de la ciudad, si bien en la actualidad, y por mucho que desde las instituciones gallegas actuales quieran aparentar lo contrario, las grandes ciudades gallegas son ya mayoritariamente castellanoparlantes porque sus habitantes asumieron en su momento lo que les decían en la escuela y en general desde todas partes, que la lengua de sus antepasados no era de buen tono para la cosa del mundo moderno, esto es, que no les valía para representar el papel del ciudadanos del mundo por el que pretenden pasar los monolingües castellanos, a lo sumo con inglés básico o de mentirijillas para rellenar curricula, que cuando van a Galicia y ven que muchos letreros están rotulados sólo en gallego ponen el grito en el cielo porque es sabido el esfuerzo titánico que los castellanoparlantes tenemos que hacer para entender un idioma que escrito nos resulta tan inextricable como si fuera ruso, chino o el panocho murciano.

Así pues, también es de esperar que con el tiempo, esto es, ya en épocas más cercanas, hubieran surgido movimientos reivindicativos portugueses tanto en lo cultural como en lo político. Dicho de otro modo, un movimiento nacionalista que reivindicara tanto la defensa y promoción de la lengua portuguesa como la restauración de la soberanía perdida al igual que en otros territorios del "Reino de España". Momento en el que tanto la "inteligentsia" española como una muy buena parte de la gente del común, lo que denominaremos los españoles y muy españoles, y aquí da igual que sean los naturales de ese centro castellano que va más allá de los límites de las dos Castillas, como portugueses asimilados desde incluso hace siglos a la lengua y cultura españolas/castellanas, no podrían evitar mirar todo lo "portugués", lengua y cultura, con evidente desprecio y hasta temor por considerarlo cosa de gente del campo, o cuanto menos de bajo extracto, cuando no de subversivos urbanitas empeñados en dar la matraca con la lengua y cultura para ellos ya solo supuestamente autóctona. Por lo que a partir de ese momento no haría falta entrar en demasiados detalles de la ucronía que nos ocupa. Es más que probable que miles, puede que millones, de portugueses, se habrían convertido de la noche a la mañana, y todo ello bajo el prisma de los "españoles y muy españoles", los que tras varios siglos educación uninacional y esencialmente pancastellana solo serían capaces de concebir España en esos términos, en odiados supremacistas y paletos por querer recuperar, ya sea la preeminencia de su lengua y cultura en su propio país, e incluso, por qué no, la soberanía que les fue arrebatada. El resto sería presente, en concreto un estado que, al contrario de otros con una Historia imperial parecida, jamás aceptaría negociar nada, absolutamente nada, con esa supuesta mayoría secesionista, en la convicción de que su idea de España es simple y llanamente indiscutible por cuasi sagrada. Y en consecuencia también hubiera habido una respuesta de la otra parte, la cual a saber en qué habría devenido, si en una acción armada y totalitaria de trágicas consecuencias o en un movimiento pro referendo de autodeterminación que, "perfomances" más o menos ridículas o inútiles a un lado, habría sido prohibido, perseguido y sobre todo estigmatizado como propio de criminales y hasta de tarados mentales porque, faltaría más, en España los únicos nacionalistas esencialistas que quieren imponer su idea de nación a los demás siempre son los periféricos, los otros ni siquiera existen, sencillamente son la mayoría de la gente de bien y sobre todo de orden.

En cualquier caso, en nuestra ucronía Portugal jamás habría sido el Portugal que realmente fue con todas sus glorias y también, también, más de una rémora. Por eso allí en Batalha me resultaba casi imposible contener entre los labios un:

"Grândola, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade..."

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