LO DE LA CUARENTENA


Hace dos días, durante mi paseo matutino desde que por fin se puede salir a estirar las patas, iba por una acera de unos cuatro metros de anchura. Delante de mí venía una señora mayor que fue verme y empezar a torcer su rumbo hacia mí. No me lo podía creer, que se me echa encima la vieja. ¿Tan atractivo estoy en chándal? No era eso, por supuesto, era que la señora quería cruzar la carretera y su subconsciente o lo que fuera le había dictado que solo lo podía hacer pasando delante de mis narices a pesar de todo el espacio libre que tenía a su alrededor.


Pues lo de hoy a la mañana todavía ha sido peor. Salgo de casa y, en lugar de dejarme bajar solo porque yo ya estaba dentro, se mete una señora conmigo en el ascensor. Ya en la calle la tengo pegada todo el rato a mi lado. Acelero. En vano, al rato vuelve a ponerse a mi vera a lo largo de la acera. Entonces intento la maniobra contraria. Funciona durante unos pocos minutos hasta que ella parece darse cuenta y ralentiza su paso para que pueda alcanzarlo. Yo voy escuchando música por la radio y solo me doy cuenta de que vuelvo a tenerla a mi altura, casi pegada a mi hombro, cuando inicio el ascenso por la cuesta que lleva al parque de al lado de casa. Es el momento para aprovechar mi superioridad física y dejarla atrás definitivamente. Lo consigo hasta llegar a la entrada del parque. Luego ya, como he llegado "afogado", que dicen en Asturias, soy yo quien reduce la marcha y ella, doña Lapa de los cojones, no tarda en darme alcance. Joder, joder, que no hay otro recorrido o qué, que no hay más parques para la caminata matutina. Pues va a ser que no porque ese en el que me encontraba estaba abarrotado. Y así hasta acabar el perímetro del parque y descender de nuevo al barrio con la loca del barrio ya a dos pasos por detrás. Empiezo a pensar que se trata de acoso, qué si no. Pero, así y todo, me propongo no emparanoyarme porque sé que sí me doy la vuelta y la interpelo corro el riesgo de acabar ser yo el agresor dado lo exaltado, por lo general, de mi tono de voz y no digamos ya de mi vocabulario. Así hasta llegar de vuelta al portal, que es cuando, al ver que también ella se dispone a entrar, me pregunto a ver si la conozco de algo, aunque yo los vecinos cuatro y poco más, no soy mucho de fijarme. Vaya que sí la conozco, como que se trata de mi mujer que anoche me dijo que iba a venir conmigo a andar, que la esperara nada más levantarme. La culpa, si eso, de los cascos inalámbricos...




La revista hispanoamericana Letralia publicará el 20 de Mayo un libro conmerorativo de título "Papeles de la pandemia" en PDF y acceso gratuito. Participan autores de varios países a ambos lados del Atlántico, entre ellos este humilde servidor con un texto -me resisto a llamar artículo a todo aquel de más de diez páginas y tampoco sé exactamente cómo hacerlo- en el que comparo tres clásicos de la literatura universal sobre epidemias: A Journal of the Plague Year (Diario del Año de la Peste) de Daniel Defoe, La Peste de Albert Camus y Ensaio sobre a cegueira (Ensayo sobre la ceguera) de José Saramago. Amén, claro está, de citar también Promessi Sposi (Los Novios) de A. Manzoni y otros textos clásicos literarios que, de alguna u otra manera, trataron el tema de las plagas: https://letralia.com/agenda/2020/05/06/papeles-de-la-pandemia-20-de-mayo/?fbclid=IwAR3rCMU225YMxi0ogoxrQpe_kuU2dIqeH7mRfQgyExxqnUi1TqyeKXOKMcg



No siento ninguna simpatía por Inés Arrimadas, más bien todo lo contrario. Tampoco coincido con su partido en prácticamente nada; más aun, su jacobinismo recalcitrante me resulta tan repugnante como peligroso para la convivencia. No obstante, no solo celebro el cambio de rumbo de su partido desde el no por sistema a todo lo que viniera de la izquierda y en especial del actual ejecutivo, sino que además opino que ha sido la decisión más inteligente por parte de la líder de un partido condenado en la práctica a la extinción, un giro que incluso puede asegurarle la supervivencia en unas próximas elecciones, pues ha demostrado capacidad para salirse del círculo vicioso de la confrontación gratuita y por sistema con el ejecutivo en tiempos de crisis. Ciudadanos seguirá siendo crítico con el gobierno, faltaría más, para eso está la oposición; pero, con su apoyo a la última declaración del estado de alarma cuando todavía no se ha erradicado la pandemia, cuando todavía las cifras de muertos diarios, aun en descenso, son inaceptables, demuestra una capacidad para separar el grano de la paja que, digamos, homologa al partido con esos otros de derecha, conservadores o liberales, qué más da, de nuestro entorno europeo inmediato, en concreto con aquellos que, como en Portugal, han dado su apoyo al ejecutivo de izquierdas sin renunciar a la crítica porque cada cosa a su momento. Y si no sabes el momento en el que vives, o peor aun, si sabiéndolo todavía te empeñas en sacar provecho de ello, pues que cada cual saque sus propias conclusiones.


Digo que Ciudadanos probablemente se haya asegurado de alguna manera su supervivencia como partido con este gesto, pues es de esperar que parte del electorado de derechas, el que es moderado por principio y asiste con espanto al espectáculo de la política de intentar hundir la barca a toda costa en tiempos de remar todos unidos, y ya más en concreto al bochorno diario al que son sometidos por esa eminencia política, académica y así un poco de todo de nombre Pablo Casado, sepan recompensárselo.



Un gesto que ya no deja dudas de lo acertado que está el amigo Amado Gómez Ugarte cuando afirma que en España no existe, o existía, una derecha homologable a las del resto de Europa, dado que aquí todo es en esencia ultraderecha, que el PP y Vox solo son equiparables a la Liga del Norte del ultra Salvini, al Front Nacional del la señora Le Pen, los ultramontanos polacos y a otros que tal bailan. Eso y que entre el PP actual y Vox solo hay un ligero matiz de oportunismo y vehemencia, y en todo lo demás, en cambio, coincidencia y complicidad a casi el 100%.



Pues eso, de vez en cuando merece la pena, hasta resulta obligado, aplaudir los gestos del adversario y muy adversario.




Es curioso, al principio de toda esta pesadilla, y como lógica consecuencia de mi ignorancia, apenas tenía miedo, más bien era perplejidad por todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Miedo sí, por la salud de los míos, claro está; pero, en lo que respecta al conjunto, confiaba en el buen hacer de los responsables políticos y técnicos que tenían que hacer frente a la pandemia. Simplemente me limitaba, como procuro hacer siempre, a acatar el argumento aristotélico de autoridad por el que hay que escuchar a los que más saben según en qué disciplina, en este caso al equipo de epidemiologos y otros cuyas instrucciones, se supone, se ha de suponer, siguen los responsables políticos al tiempo que calibran otros aspectos. La idea de algunos de que los que nos gobiernan lo hacen para causarnos daño con el fin de llevar a cabo vete a saber qué distopía que solo existe en la cabeza del tonto del pueblo en su versión actualizada de dirigente de Vox y otros, me resulta simplemente demencial. Y casi mejor me callo mi opinión sobre los que juzgan criterios exclusivamente científicos, y en especial a científicos en concreto, sin tener ni pajolera idea de nada que tenga que ver con la ciencia. Todavía confío en los que, como ciudadano, no me queda otra que confiar a pesar de todos los errores, improvisaciones y lo que sea que estoy seguro que seguirá ocurriendo, porque no hay nada más absurdo que esperar que los seres humanos sean perfectos en cualquiera de sus ocupaciones; el que exige a otros que no se equivoquen nunca y en nada es un mentecato. En general no creo haberme equivocado porque solo hay que ver dónde y cómo estábamos antes, y dónde y cómo estamos ahora, para establecer que si el objetivo principal en la lucha contra el Covid19 era doblegar la curva de contagios y no digamos ya de muertos, ese se ha conseguido gracias a las medidas adoptadas por los máximos responsables y más en concreto en lo que se refiere al confinamiento. Es evidente que el precio a pagar va a ser muy alto, una crisis económica como nunca antes, siquiera a corto plazo. También habría sido ingenuo pensar que no iba a ocurrir algo parecido. Cuándo no ha sucedido a lo largo de la Historia una crisis parecida, esto es, el paisaje de desolación de después de la batalla, como consecuencia de una epidemia del calibre de la que estamos padeciendo. Con todo, nada que ver con las consecuencias de las anteriores, pues por muy duras que sean las que afrontamos, nuestras sociedades, siquiera ya solo las occidentales, han alcanzado tal grado de desarrollo que nadie puede prever -al menos nadie sensato, lo cual descarta de inmediato a miles de ciudadanos que siguen las consignas de determinados grupos políticos- un escenario de legiones mendicantes arrastrándose por los caminos muertos de hambre, villas y ciudades enteras arrasadas y, así a grosso modo, todo lo que podemos ver en los cuadros de Brueguel, Pussin, Goya y otros. Sin embargo, es ahora, con la llamada desescalada, que empiezo a sentir verdadero miedo. Miedo de que, después del enorme sacrificio que ha hecho el conjunto de la ciudadanía, qué hermosa palabra a pesar de todos los Alvise Pérez y demás calaña de propagadores de bulos y memes infames, todo se pueda ir al garete por la irresponsabilidad de unos pocos, e incluso la mala fe de algunos mal nacidos movidos en exclusiva por intereses espurios. Empero, miedo sobre todo de muchos de mis conciudadanos, los mismos que puede que al principio me provocaran simple rechazo o lástima porque intuía en su actitud de protesta continua y gratuita simple sectarismo político e/o incapacidad para saber situarse en el momento histórico en el que habíamos caido de sopetón, sobre todo acostumbrados como estábamos a que nunca hubiera ocurrido, o pudiera ocurrir, ningún acontecimiento del calado de una pandemia, algo en principio impredecible en sus consecuencias por muchas prevenciones que se tomen, algo que no había ocurrido desde la llamada gripe española de principios del siglo pasado, como mucho a nuestros abuelos o bisabuelos. Por no hablar del egoísmo, tan consustancial al ser humano como verdadero leitmotiv de nuestra época en razón del fin ultimo del capitalismo que es crear necesidades innecesarias para individuos cuyo objetivo único en la vida parece ser satisfacerlas en la convicción de que esa es la clave de la felicidad y no otra, una sociedad de consumidores antes que de ciudadanos, de niños grandes que exigen y se quejan de continuo de todo y de todos en la convicción de que su vida tiene que ser perfecta a cualquier precio y si no la culpa es siempre de los demás. En cualquier caso, siento miedo de la impredecible capacidad de destruir todo lo que aparenta ser sólido por parte de individuos que, incapaces de mirar más allá de su ombligo, de pensar en las prioridades del conjunto y no solo en las propias, hacen de su capa un sayo y se saltan las recomendaciones y normas a la torera e incluso alientan rebeliones, personales y no, contra supuestos complotes contra la libertad individual que no pasan de ser estrategias de malos perdedores para derribar al gobierno de turno En fin, suerte que también, como consecuencia de mi ignorancia sobre la mayoría de las cosas, sigo confiando instintivamente en que aquellos que nos advierten de los riesgos al mismo tiempo que nos permiten asumirlos, en realidad lo hacen curándose siempre en salud, esto es, contando siempre de antemano con el porcentaje de daño que podemos permitirnos teniendo en cuenta la estupidez innata de una parte muy considerable de nuestros semejantes.


* "Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires", del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes.




-Que sepa el bicho que en esta casa somos españoles y muy españoles. De hecho más españoles que nadie, el copón de españoles.


-¿Y usted cree que al coronavirus le importa una mierda de dónde sea usted o nadie?



-Qué coronavirus, ni qué ocho cuartos. Estoy hablando de Pedro Sánchez, o de ese otro bicharraco del Iglesias.



-Pufff. Y pensar que para lo vuestro sí que no hay vacuna...



-¿Y tú qué haces en la calle tan temprano?



-Tengo permiso como cualquiera que esté en mi franja de edad.



-¿Permiso? Ya, como el Iñarritu ese de la ETA.



-En serio, para peste la de la España de los balcones.




Es acabar la limpieza de la casa y desplomarme derrengado sobre el sillón con una botellica verde de Alhambra (sí, qué pasa, publicidad gratuita, qué menos por tanto gozo a cambio de cuatro perras). Eso y ponerme a escuchar por enésima vez "Poema de Amor" de Serrat con pelos como escarpias, seguido de "Paraules de Amor", "Mediterráneo" y otras tantas. Qué perra me ha entrado con el Serrat, sí. Me digo que serán cosas de confinamiento, de esas que te pasan por la cabeza sin saber muy bien a qué responden. Y sobre todo por qué ahora, ya que lo otro lo tengo claro. Yo ya sé que el Serrat está ahí muy metido en mi subconsciente como resultas de haber exprimido a conciencia aquel casete con una recopilación de sus canciones durante mi menos tierna infancia. Exprimirlo, sí, hasta el hartazgo durante aquellos viajes en el Renault 8 de mis padres adonde fuera, en aquel radiocasete de teclas que saltaban a poco que las pulsaras con la pasión con la que yo pulso todo, o más bien lo jodo. Al fin de cuentas, era a mí a quien encargaban de poner la música en el coche, supongo que me lo pasaba mi madre por pesado tras el recital de cantantes melódicos al estilo de Dyango, José Velez, Mari Trini y otros con los que nos torturaba la señora, aunque también andaban por allí el Urko, Knörr, Benito y otros, así que... En todo caso, Serrat sobre todo era su música, la que ellos tarareaban emocionados en lo que para mí es el recuerdo más emocionante de toda mi infancia: mis padres berreando felices dentro del coche, ya fueran las de Serrat o las de cualquier otro, así como las rancheras, jotas, bilbainadas, habaneras o lo que tocara que mi padre canturreaba a plena voz mientras yo contaba los coches que iba adelantando pasándose el límite de velocidad de entonces por sus santos cojones, todo eso cuando la vida todavía parecía tener algún sentido. No voy a decir que lo recuerde como el momento más feliz de mi vida, no podría, yo soy inmensamente feliz hoy en día con mi mujer y mis hijos; pero, no sé por qué me viene ese recuerdo de continuo en los últimos tiempos. Sí sé, en cambio, que me hace también inmensamente feliz. Luego ya sé que aburro con estas cosas, que algunos amigos me lo reprochan medio en broma, medio en veras, pero siempre con buena intención. Otros parece que no tanto, a decir verdad nadie por este medio, tampoco nadie cercano de veras, más bien esa gente que simplemente le molesta todo lo que tenga que ver con uno porque su relación contigo es de hace cuatro días y exclusivamente casual o circunstancial. Gente a la que los recuerdos ajenos, todo lo que tenga con ver con cualquiera que no sean ellos mismos, le incomoda por principio. Bueno, a decir verdad hay gente a la que molesta cualquier cosa que hagas o digas porque lo que les molesta de verdad eres tú; ya ves tú qué penica. Y, oye, tampoco se lo vas a reprochar, en el trato con el prójimo siempre hay que andar con pies de plomo por si acaso, quién sabe cómo ha sido la infancia de cada cual, si la pasaron en un internado de curas de bragueta fácil o vete a saber dónde, cómo y con quién.




Ahí estaba él como cuando salía a pasear por las tardes antes del confinamiento, en su rincón del parque, de donde apenas parece moverse como si ese territorio le perteneciera en exclusiva y los humanos fuéramos siempre intrusos. Ahí estaba él impasible como cada tarde, indiferente a cualquier hecatombe a su alrededor a escala mundial. Una especie hecha para sobrevivir a guerras, pandemias, cambios climáticos, conciertos de Bunbury y otras desgracias. Los verdaderos herederos de este mundo cuando ya nos hayamos destruido los unos a los otros.

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