TIEMPO DE PANDEMIA



Ayer lo explicaba muy bien mi suegro con un símil que yo imaginaba incluso berlanguiano: La derecha española es como si fueras en un barco a la deriva en mitad de una tempestad y parte del pasaje se dedicara a insultar al capitán, a lanzar objetos a la cabina de mando, a quejarse porque de vez en cuando entra agua en cubierta, porque tienen que permanecer encerrados a la fuerza en sus camarotes y además, como el barco se mueve mucho, se les caen las cosas, se marean y vomitan, en realidad porque ellos esperaban una plácida travesía y, como no ha sido así, la culpa, nunca de los elementos, de la mera fatalidad, no, claro que no, sino del capitán y solo de él, faltaría más. Un pasaje que en mitad de la tormenta exige la dimisión del capitán simple y llanamente porque no es de su gusto, no es de su cuerda. De hecho, lo aborrecen tanto que prefieren que suelte el timón y el barco se vaya a pique con ellos a sabiendas de que no hay tiempo ni posibilidad de poner otro al mando. Ya lo dijo uno de sus preclaros ministros: "¡Que se hunda España, que nosotros la levantaremos!" Nada que ver esa otra derecha de nuestros vecinos ibéricos, la del líder que pronuncia en el parlamento estas hermosas palabras: "Para mí, en este combate, éste no es un Gobierno de un partido adversario, sino el Gobierno de Portugal, al que todos tenemos que ayudar en este momento. Señor primer ministro, cuente con la colaboración del PSD. En todo lo que podamos, le ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte, porque su suerte es nuestra suerte". No, claro que no, la derecha española es otra cosa muy diferente, antagónica. Es una derecha esencialmente miserable, eternamente guerracivilista, ultramontana, sólo homologable con lo peor de Europa, Salvini, Le Pen, los meapilas polacos y el húngaro Orbán.
Han pedido la dimisión del Gobierno rojo desde el primer momento a espaldas de toda lógica teniendo en cuenta la magnitud de la crisis en la que estamos sumidos. No han dado tregua en mitad de la tempestad porque, en realidad, esta les ha venido que ni al pelo para intentar derrocar un gobierno que ellos habían previamente tachado de ilegal porque según su muy especial concepción de la democracia nunca puede serlo si recibe los votos de aquellos que ellos consideraban indeseables por principio, aquellos a los que se refieren de manera harta retorcida e interesada como bolivarianos, indepes o etarras solo para deslegitimarlos para los restos. No, porque en realidad están convencidos de que España les pertenece por herencia de sus mayores, los que ganaron la Guerra, que la democracia solo fue un apaño para adaptar el Estado a los tiempos con la connivencia de una oposición democrática que nunca tuvo la fuerza necesaria para hacerlos a un lado y romper de verdad y para siempre con el régimen de la larga noche de piedra de cuarenta años. Por eso pactaron un cambio de cromos en el que los suyos conservaban en lo esencial todo el poder económico al tiempo que toleraban los cambios de una izquierda debidamente adocenada y timorata para no provocar a los llamados poderes fácticos que habían sostenido todo el tinglado resultante de la victoria franquista.
Y por eso mismo también salen a las calles, cuando todavía estamos en plena pandemia, cuando todavía el riesgo de contagio sigue siendo el que es y sigue muriendo gente en los hospitales, a exigir la dimisión del gobierno al grito de "¡Fuera los comunistas!" Ya no hay comunistas, ni siquiera su odiado Podemos se reconoce como tales aunque muchos de sus miembros flirtearan con el comunismo y otros ismos en el extremo de la izquierda cuando todavía eran unos chavales. Podemos es todo lo más una socialdemocracia más o menos atrevida como resultado de poner los pies en la tierra y asumir la realpolitik como la única alternativa para intentar cambiar siquiera algo dentro del sistema. Sin embargo, a ellos, a los patriotas de la rojigualda hasta en la ropa interior, los dueños putativos de España, les conviene creer, y sobre todo hacer creer al resto, que todavía hay comunistas como los de antes de la caída del Muro para poder así sacar a pasear sus demonios particulares como coartada para lo que en esencia es puro y duro golpismo.
No protestaron contra el rescate a los bancos a fondo perdido, ni contra la corrupción del PP, ni contra los recortes y privatizaciones de la sanidad pública a cuyos trabajadores puede que hayan estado aplaudiendo a regañadientes, siquiera hasta que les han dicho que dejen de hacerlo porque les estropean el discurso. Tampoco protestarán contra el desastre de la gestión sanitaria de la crisis en manos de los gobiernos autonómicos de los suyos como Madrid, la comunidad que se lleva la palma en muertos e improvisación y que con más saña se aplicó a desmontar la sanidad pública. No, ni siquiera permitirán que los datos les desmientan el discurso de la gestión caótica y fracasada del Gobierno (939 muertos el 31 de Marzo, 184 el 13 de Mayo). Una gestión con todos sus errores, improvisaciones y todo lo que se quiera, se pueda y se deba reprochar al Gobierno cuando llegue el momento de pedir cuentas; pero, no en mitad de la tempestad, cuando todavía estamos a merced del virus, si es que de verdad les preocupa el virus y no solo su ansias de derribar a un gobierno, pese a quien pese, legalmente constituido. No les preocupa la gente del común, la cual, una vez más, apechugará con todo lo malo de la crisis que sucederá inexorablemente a la pandemia, tal y como ha ocurrido siempre, pero siempre, después todas y cada una de las pandemias habidas a lo largo de la Historia. No, porque ellos no son del común, son los vástagos de las élites económicas que viven en los barrios del centro de Madrid que ayer llenaron sus calles de rojigualdas, jersey al cuello, zapatos castellanos y gomina para pedir la dimisión de un gobierno que nunca reconocieron porque ellos solo reconocen la legitimidad de los suyos para gobernar España y los otros, y como mucho, solo en condición de inquilinos y bajo condiciones.
Sin embargo, y por eso mismo, porque los que ayer se saltaron a la torera todas las normas de prevención para vociferar su descontento de clase, los que gritaban libertad porque han visto coartada su libertad de movimiento como todos nosotros durante la cuarentena, la cual muchos de ellos califican con la mayor de las desvergüenzas de ensayo para instaurar un régimen totalitario sin ser capaces de explicar por qué o para qué, olvidando incluso y a propósito que el confinamiento se ha aplicado en la práctica totalidad de los países de nuestro entorno inmediato, solo llenaron las calles del mismo Madrid que, casualidades de pega de la vida, una más, los aviones del bando nacional procuraban evitar en sus continuos bombardeos sobre la población civil durante la Guerra Civil, porque solo se representan a ellos mismos, no podemos olvidar que también hay otro Madrid, y este de verdad mayoritario. Como el de Aluche que aparece en una de los dos fotos que he robado a la amiga Miriam Miriam. El Madrid de la verdadera gente del común, aquella que sostiene de verdad el país y que sobre todo lo padece, que va a volver a hacerlo una vez más con toda su crudeza como consecuencia de la endémica fragilidad de su andamiaje socio-económico, el mismo del que solo se benefician las clases pudientes a las que pertenecen la mayoría de los que salen a la calle con sus banderitas y sus consignas golpistas, los españoles y más españoles que nadie, la hostia de españoles, asquerosamente españoles. Y de ahí también, o sobre todo, la visceralidad, la rabia, el odio, con los que responden cuando alguien cuestiona ese estado de las cosas que nunca quisieron revertir de verdad en previsión de otra crisis como la anterior porque nunca tuvieron la necesidad de hacerlo, no iba con ellos.



Recuerda Brendan Behan en su "Confessions of an Irish Rebel", que el insigne abogado y juez Lord Carson, antiguo compañero de pupitre de Oscar Wilde en el colegio dublinés donde ambos se educaron, destacó durante el famoso juicio por sodomía al escritor irlandés como el más encarnizado de sus acusadores. El propio Wilde lo remarcó diciendo que le había acusado "...with the added bitterness of an old friend".




-¿Tres médicos rusos críticos con la gestión sanitaria del Covid19 se suicidan precipitándose por la ventana?

-Pues sí, es triste, pero hay gente que no aguanta la presión y...

-Eso mismo solía decir el camarada Beria.

-Bueno, ya sabe, somos un pueblo amante de sus tradiciones...

-¿Quiénes, los rusos o los georgianos?

-Usted acérquese aquí junto a la ventana, mejor si se lo digo al oído.



¿Discutir entre diferentes? Pero qué vas a discutir con alguien que te dice que el estado de alarma, el confinamiento de la población en sus casas, forma parte de un plan del Gobierno, y más en concreto de Podemos, para instaurar un régimen dictatorial como el de Venezuela. Como mucho, y poco más que para echar unas risas, preguntarle cómo ha conseguido Pablo Iglesias convencer a Macron, Boris Jonshon, Merkel, Conte y otros para sumar sus países a su plan boliviariano. Eso, claro está, para inmediatamente después mantener una distancia de seguridad respecto a esa persona cien o mil veces mayor que esa otra para lo del coronavirus.



Por si alguien podría pensar, entre otros yo que hacía tiempo que no lo leía hasta hoy por indicación de mi mujer, que en tiempos del coronavirus Savater pondría su saber filosófico a intentar desentrañar los pormenores de la nueva época en la que hemos entrado prácticamente de cabeza, yo ya les aviso que no. El artículo de ayer también, también iba de ETA, como bien ilustra la foto que acompañaba el artículo de ayer y de paso también esta entrada. Y no se trata de que Savater esté equivocado en muchas cosas que dice, que por lo general no lo está, así como también desbarra en muchas otras, es que lleva ya años escribiendo el mismo artículo y en un momento como el que vivimos, ya no solo aburre, sino que incluso provoca vergüenza ajena, puede que hasta lástima. Se diría que chochea como esos viejos que, cuarenta años después y ante un incendio, una inundación o cualquier otra cosa por el estilo, le sueltan al que tienen al lado: "La batalla de Belchite, esa sí que fue dura..."




Los encierros con cachopo son menos, y si te lo hace tu asturiana todavía mejor, exquisito. Y sí encima lo acompañas con un reserva Murua del 2013, el que había en el súper de aquí a lado, pues ya el copón bendito y toda la hostia, que se dice.

En conjunto una comida muy asturiana, como que el Murua, siendo como es una conocidísima bodega de Elciego, Rioja Alavesa, hace ya tiempo que forma parte del grupo bodeguero de los Masaveu, uno de esos linajes de origen catalán trasplantado a Asturias que han tenido y sido de todo en la región.

Claro que ya con el con vino en la boca yo no podía dejar de pensar en mi profesora de latín del instituto. Adela Murua, no recuerdo qué parentesco tenía con la bodega homónima, pero siendo ella de Elciego, no había dudas. Y en cualquier caso, uno de esos profesores que dejan huella, vaya que sí. Pues no era poco facha ni nada la muy hija de puta. Todo era ranciedad de ella, desde su cardado hasta el más inocente de sus comentarios. No sabría decir, qué cojones iba a saberlo con dieciséis tacos, si apestaba más a Sección Femenina de la Falange o ya solo, y más que nada por la cosa terruñal, a "margarita" txapelgorri; una señora que te la imaginabas ya de niña con la boina roja y el brazo en alto. El caso es que era abrir la boca y entrarte unas ganas irreprimibles de apuntarte a un comando o montar el tuyo propio. En ella todo era rechazo, asco, odio, hacia el mundo a partir de la muerte de su caudillo. Una manera de ver el mundo que entonces se daba de hostias a cada paso con todo lo que le rodeaba. Para empezar el instituto público donde impartía clase y en el que pretendía que todo permaneciera intacto como desde la "victoria" de los suyos. Y, en esa resistencia a los nuevos tiempos, la batalla del crucifijo, bien que nimia y ridícula de necesidad, consistente en rescatarlo al comienzo de cada clase de la papelera como protesta por su negativa a retirarlo en cumplimiento de la laicizad que nosotros le exigíamos y que al final acabó en un tira y afloja con el muñequito vestido un día de jugador del Alavés o el otro de rastafari con un cigarro entre las piernas: "etarras, que sois todos unos etarras..."

Y al inicio de cada clase a cantar todos el "Salve, Regina, Mater misericordiae/vita, dulcedo, et spes nostra, salve/Ad te clamamus..." Todos menos los irreductibles galos que no estábamos dispuestos a someternos al numantismo integrista de la señora y saboteábamos tan emotivo acto de compunción nacional-católica por haber devuelto España a manos de los rojos y separatistas tarareando mejor que bien la Internacional, el Eusko Gudariak o el Lepoan Hartu eta segi aurrera" o, ya en plan más festivo, el "Si Adelita se fuera del insti..."

Todo muy cachondo, sí. Hasta que, entre una cosa y otra, digamos que por lo de la "acción-represión" a nuestra pequeña y ridícula escala, la cosa empezó ya a tomar un cariz menos simpático y sí más acorde a los tiempos desquiciados que vivíamos entonces. Tiempos de injurias y amenazas en las paredes, ruedas pinchadas, encapuchados irrumpiendo en clase con... En fin, nada de lo que sentirse orgulloso, tampoco nada con lo que estuviera de acuerdo del todo el puto sordo de mierda que era un servidor en aquel entonces, nada que se pudiera controlar una vez metidos algunos en aquella dinámica del odio a muerte al adversario, de la deshumanización por principio de todo aquel tildado ya directamente como enemigo. Para muchos, en realidad, los pinitos de una futura insurgencia de pacotilla, chiquilladas o no que años más tarde derivaron a según quién por sendas que por suerte otros jamás quisimos recorrer.

En fin, para lo que da una botellica de vino; casi se me avinagra en en la memoria.

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