Reseñica de Zarabanda de MSO para la revista Solo Novela Negra: https://www.solonovelanegra.es/zarabanda-de-miguel-sanchez-ostiz-por-txema-arinas/?fbclid=IwAR3U856zWGIfXvLp9HuYJXXXoRpm1zXBN-bJJfUQw6riy7X09D2ru1cd-tY
Ya el título de lo último de Miguel Sánchez-Ostiz, ZARABANDA, promete, puedes estar seguro de que te vas a encontrar lo que desde hace unas cuentas novelas atrás el autor ofrece en grande dosis; jarana, enredos, bulla, comedia bufa. Y es eso lo que encontramos en estas páginas aunque en la presentación se nos hable de la aparición del cadáver de una persona no identificada en una vieja calera de la tranquila localidad de Humberri (la Umbría rural y atlántica del autor), lo que parecería que nos lleva de cabeza a una trama negra, policial.
Pero no, el cadáver de marras es apenas una excusa, ni siquiera un hilo conductor, para que los verdaderos protagonistas de la novela, la particular cuadrilla de amigos, se supone, que se reúne en el bar Jai-Alai para darle al vino y al palique, dé rienda suelta a la imaginación con la que procuran llenar sus, por lo que se lee, largas horas de holganza.
Una manera como otra cualquiera, de hecho la que tienen más a mano porque allí en Humberri, como en cualquier otro rincón pequeño, apretado, del globo terráqueo, cualquier episodio más o menos extraño, que rompe el tedio de la rutina de cada cual, da para mucho más de un comentario periódico en mano, da para toda una novela en la que los que al final se ponen en escena son ellos mismos y no el cadáver con su historia a cuestas o los pormenores de la investigación que siguen a su hallazgo.
De ese modo, he aquí lo que me atrevería calificar de una novela de cuadrilla. Las hay de familias, de gremio, de grupo étnico o minoría religiosa incluso, así que por qué no de cuadrilla. Y es a través de esa cuadrilla, entre un chato y otro, al calor del roce humano con sus más y sus menos (Se zaherían sin otro motivo que echarle picante a un trato ya muy desgastado -pag.200.), cada uno con su biografía en el zurrón y alguna que otra tara existencial, ejerciendo de observadores de su entorno y sus gentes desde la barrera del Jai-Alai, jugando a cronistas del crimen en cuestión, siquiera solo aplicándose al innoble arte del chisme, que el autor, con su habitual maestría en el trazo de personajes, las dosis justas de vitriolo para no convertir la cosa en un simple y cruel desuello de tipos o prototipos, y más ternura y compresión hacia sus propias criaturas de la que podría suponerse por el tono indubitablemente bufo de la historia, nos presenta su particular visión de un mundo y sus gentes que si algunos nos resultan cercanos lo es única y exclusivamente por una mera cuestión geográfica, puede que hasta demasiado (“A ti habrá que darte dos hostias” le habían dicho en más de una ocasión a Potzolo por beber donde no debía, junto a quien no debía y por provocar con comentarios que resultaban chocantes con ocasión de algún atentado.
Lo consideraban antivasquista, sin más, algo que Potzolo no era.), todo lo demás es tan común al género humano que lo mejor es dejarse llevar por la escritura de MSO y reír o sonreír un rato largo. Que luego ya, cuando de tanto sonreír toque parar un rato, y nos dé por levantar la cabeza del texto para tomar aire antes de volver sobre lo leído para inmediatamente después concluir que puede que en esa segunda lectura la cosa ya no nos resulta tan graciosa. Porque cabe la posibilidad de que en esa segunda lectura veamos algo más allá de la situación o anécdota chusca, la caricatura o el esperpento, que ya no nos haga reír tanto, que sea demasiado certero, cáustico, de más de una miseria humana, las inevitables en el trato con el prójimo y acaso también en los mundos como Humberri. No pasa nada, con Brueguel o El Bosco sucede tres cuartos de lo mismo.
Pero bueno, eso es precisamente lo que más le atrae a uno de los mundos que MSO pone en escena; su manera de hacerlo y la certeza de que no solo proporciona unos buenos momentos de risa y lectura placentera, sino también mucha miga para hacerse pelotillas en el coco.
Y claro, me dirán que siempre lo pongo por las nubes. ¿Por qué coño no voy a hacerlo? Soy un incondicional, lo reconozco. Pero es que, además, esto que aquí escribo no tiene trazas de crítica ni por asomo, como que ni me dedico a eso, ni estoy en condiciones de hacerlo. Esto es un blog privado en el que su responsable da rienda suelta a sus cosicas, entre ellas cierto empeño por hacer partícipe, cómplice, de mis pasiones a los cuatro gatos que me leen. Una de ellas es la escritura de MSO, premiado, consagrado y muy seguido, sí, pero quizás no tanto como debería en razón de eso que declaraba Hasier Etxeberria, presentador del programa de libros Sautrela de ETB1, en una entrevista al DEIA:
Desde que empezamos Sautrela ha disminuido el consumo de literatura pero se han dado otros fenómenos. El último ejemplo lo tenemos en la literatura nórdica, esa especie de obsesión de todo el mundo por leer los libros de Millenium. Eso te da una idea de cómo está organizado el mundo. La literatura cercana, la próxima, la del pueblo de al lado, la del autor que se llama como tú, pasa desapercibida.
Así que me digo yo, menuda manera de perder el tiempo el de algunos, de perderse lo bueno, de disfrutar de verdad, con todo lo que hay por ahí hecho aquí y con cuánta maestría, y de lo que libros como ZARABANDA es un claro ejemplo.
©Reseña, Txema Arinas, 2020.
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