jueves, 5 de enero de 2023

MI MADRE Y EL HETEROPATRIARCADO


 Feliz resaca o no a los hombres y mujeres de buena voluntad, vamos, cuatro y para de contar. Creo haber dormido poco más de tres horas porque anoche me metí al sobre a eso de las tres de la mañana tras el espectáculo lamentable de bailes de San Vito y cánticos desafinados por parte de algunos miembros de la familia entre los que yo afortunadamente no me encuentro, luego me puse a escuchar música hasta las cinco o algo así porque no me podía dormir, por eso y acaso también para compensar la bazofia musical que echaban en la caja tonta. Total que me he levantado a las ocho de la mañana para recoger la casa, echar a la basura las botellas vacías a todo correr por pura vergüenza ajena y propia, fregar platos y cubiertos, barrer y empezar a preparar el cordero asado para la jamada de hoy.

Y en eso que me encuentro a mi vieja en la cocina: "Deja, no hagas nada, mejor me encargo yo que son cosas de mujeres..." Ella, que precisamente hoy cumple 79 años, que va por la casa con un taca-taca o apoyándose en las paredes porque no se sostiene, que no puede sujetar ni un palillo por culpa de la artrosis. Ella que sabe mejor que bien que yo comparto las tareas domésticas con su nuera, que aquí en su caso procuro ser yo el que se encarga de todo. Y aun así sigue yendo detrás de mi asturiana para preguntarle por las cosas de la cocina a sabiendas de que soy yo el que va a hacer la faena.
Pero bueno, toda una vida abonada al heteropatriarcado desde que su madre el inculcó que estaba en el mundo poco más que para servir a su padre y a sus hermanos. Y encima en exclusiva desde que su hermana mayor se dio el piro a Venezuela. Chacha a jornada completa de seis hermanos varones, o no sé yo cuántos porque nunca he tenido contacto con ellos a pesar de que la mayoría vive en Vitoria, como que he pasado décadas, hasta no hace mucho, que podía cruzarme con mis primos por la calle sin saber que lo eran, que incluso me podía haber liado con una de mis primas en una de esas noches locas de juventud al más genuino estilo de un culebrón sudamericano. En fin, las mierdas de la familia de cada cual, que anda que no son pocas a un lado y otro. El caso es que mi vieja vivió la mayor parte de su infancia y una parte de su juventud explotada por sus hermanos siguiendo las lecciones, acaso órdenes, de su señora madre. Y eso que mi abuelo materno era un comunista de los de carné, condenado a muerte y salvado casi que de milagro, él, sus hermanos no; pero claro, para qué engañarnos, si ya sabemos todos que, al menos entonces, no había nada más parecido a un catolicón de derechas que un comunista de la alpargata, que se decía entonces. Los comunistas de antes, muy antisistemas ellos y todo lo que tú quieras, sobre todo para instalar su propio estilo al estilo del otro lado del telón de acero; pero, con ellas feminismos los justos, vamos, ninguno.
Empero, mi vieja se hartó de ser la chacha a jornada completa de sus hermanos y los mandó a tomar viento. Claro que lo hizo casándose con mi viejo, es decir, para seguir en la brecha con el heteropatriarcado, y eso a pesar de que trabajaba fuera de casa en el negocio familiar. Toda una vida de esclava del macho de turno para seguir defendiendo, siquiera en su fuero interno, porque ya se ha acostumbrado a esta época extraña en la que de repente los hombres de mi generación y las que vienen por detrás se ponen el delantal o lo que sea, que las tareas de la casa son exclusivas de mujeres. Y sí, por supuesto, mi madre no es otra cosa que una víctima de su época y circunstancias personales, eso que llamamos el heteropatriarcado en su apogeo gracias a cuarenta años de retroceso franquista; uy, uy, ya está este con la política, con lo bien, sobre todo cómodo, que se vive sin tener ni puta idea de nada..."
Ahora bien, claro que los varones han sido unos capullos con las féminas en su inmensa mayoría durante mucho tiempo, que todavía hay muchos, demasiados, como los de antes; pero, no estaría mal que el feminismo reconociera en su medida la inestimable, cuando no decisiva, colaboración que han tenido tradicionalmente otras mujeres, en especial las madres y abuelas, como trasmisoras de toda la mierda heteropatriarcal a veces incluso en contra de las propias ideas de los varones de la familia, que haberlos habíalos por mucho que os guste pensar que los varones hemos sido unos hijos de puta siempre y sin excepción, siquiera los únicos responsables de la perpetuación del hete... eso.

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