viernes, 23 de mayo de 2025

PESADILLAS DE QUIOSQUERO


 

 Sueño que estoy al cargo de un quiosco, Goyena, en una calle apócrifa de mi ciudad que llaman Toloño. Estoy hasta el gorro de mi trabajo. De hecho, no hay día que no se me pase por la cabeza bajar la persiana y enrolarme en un atunero para irme de campaña al Gran Sol, lo que viene a ser como un crucero para pobres por el Atlántico con todo pagado a cambio de unas pocas horas de curro y así.

No es para menos, todas las mañanas y tardes la misma monserga con los críos que de camino al cole entran en el quiosco a por chuches sometiéndome al suplicio de contar las monedas que me arrojan sobre el mostrador para comprobar que se ajustan al precio de las gominolas, regalices, jamones -eso que fuera de mi ciudad llaman "nubes", cosa más tonta...-, pastillas de sabores y los encurtidos de cebolletas, pepinillos y no sé qué otras mierdas. Claro que para mierdas los asquerosos "maices" con los que algunos compañeros de clase conseguían hacer todavía más asqueroso su aliento. Ni qué decir respecto a los que tiraban más del apestoso regaliz de palo.
En fin, una jodienda porque se me acumula el trabajo haciendo malabares contables para el precio de los chuches que me reclama cada crío coincidan con las monedas sueltas de sus bolsillos. Todo ello en pesetas, porque este es un sueño de esos que te remiten a la infancia aunque te coloquen de protagonista en un papel que no te correspondía entonces.
Claro que si los críos son uno pesados con sus chuches, qué decir de los adultos cuando acuden a comprar la prensa y se empeñan en que les esconda el periódico entre las revistas especializadas de coches, caza y pesca, viajes o por el estilo; "Que no se entere la peña que soy yo el que compra el único ejemplar del ABC que se vende en el barrio..." En realidad me provoca una tremenda ternura y también una profunda reflexión sobre la época en la que crecimos y en la que, dicho en plata, el sectarismo ideológico y el miedo a desentonar de la opinión, no ya mayoritaria, sino sobre todo intimidatoria, y aquí huelga apuntar a la de quiénes me refiero, eran sin lugar a duda las características más ostensibles.
Con todo, si hablamos de ocultar publicaciones para que los cotillas de turno no pudiesen disfrutar del único placer que parece dar sentido a su existencia, esto es, colocar sambenitos al prójimo, en el sueño, y al igual que entonces, la palma se la llevan los que se empeñan en ocultar las revistas porno de la época. También es verdad que se trata de una de las pocas cosas que dan sentido a mi trabajo como quiosquero, dado que presiento que saber qué vecino tal o cual consume pornografía ilustrada me confiere un poder sobre la vida de los demás que me resulta realmente gratificante: "Mira tú el meapilas ese del AMPA, la que montó porque en el cine del cole de curas de su hijo echaron Novecento y salía una prostituta haciéndole una paja a dos manos al De Niro y el Depardieu".
Pero bueno, como esto es una de esas pesadillas que juegan con nuestros recuerdos de la infancia y en la que me toca ser el responsable de un quiosco muy parecido a la que había en la calle por la que pasaba todas las tardes de camino al cole para aprovisionarme de chuches, tampoco faltan los golfillos que me despistan con preguntan sobre el último número del Mortadelo, puede que por el de El Jueves, Víbora, Cimoc o cualquier otra revista de comics de entonces, ya que se trata de chavales ya con más pelos en los huevos que los que tengo yo ahora. Digo golfillos porque lo hacen con la intención de que uno de ellos aproveche mi despiste para sustraerme varias revistas porno. Ahora bien, en el sueño de anoche me percato de la jugada y no dudo en salir corriendo detrás de ellos a la caza. No tengo nada que hacer frente a unos chavales en la flor de la vida. Lo sé, pero también que uno de ellos se parece mucho a mí. Tanto que a ver si voy a ser yo mismo por una de esas jugarretas oníricas al uso. Así pues, y como sé dónde vivo y además de qué va la cosa, me planto justo en la puerta del trastero donde adivino que se encuentra la pandilla de pajeros que acaban de tomarme el pelo; el montante de las revistas es lo de menos. El escándalo que monto aporreando la puerta es tal que a los chavales no les queda otra que abrirme a riesgo de ser pillados in fraganti en plena carrera masturbatoria, ya no sólo por mí, sino por todo el vecindario.
- ¿En serio? ¿También en este sueño el primero en correrse tiene que ser el punto Jtx?
- No te que quejes, que yo todavía estoy con... -le oigo decir al amigo A, otro que tampoco cambia ni en sueños...
Pues eso, gajes de volver al barrio y tal.

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