Sueño que me despierto a media mañana. Bueno, en realidad es mi hijo Mk quien me despierta a gritos.
- Aita, aita. ¡Mira la que has montado!
- ¿Qué, qué hostias he hecho yo ahora? - el canijo imitando a su madre en lo de regañarme todo el día por todo.
- Tú, tu puto Baroja y sus piratas.
- Ya te dije que si no te gustaban "Las Inquietudes de Santi Andia" que lo dejaras y te pusieras con "La estrella del capitán Chimista".
- Si me gusta y mucho, en serio. El problema es que por eso mismo nos encontramos ahora en este barco.
- ¿Qué barco?
¡Hostia tú! Me encuentro en un barco de vela del XVIII, como que para ubicarme cronológicamente sólo tengo que reparar en las puñetas que asoman de la manga de la casaca de época que llevo.
En seguida adivino otra de esas pesadillas moviditas. Corro hasta el espejo más cercano. Se confirman mis sospechas; ¡Pero si soy un remedo de Edwar Teach, más conocido por Barbanegra! Sin embargo, oye tú, ni tan mal. La verdad es que me gusto de capitán pirata superado ya el susto inicial de las barbas desgreñadas, con lo me cuido yo la mía de chichinabo, y los tirabuzones donde colgaba unas pequeñas velas para sembrar el pánico entre sus víctimas cuando abordaba barcos; como si que te aborde el pirata más famoso de la Historia no fuera ya suficiente para cagarse por la pata abajo.
- ¿Y ahora qué hacemos, aita? -me interpela mi otro hijo, Mr.
- ¿A mí me lo preguntas? Sal a cubierta y pregunta a tu tripulación
–me responde mi hijo mayor sin que yo pueda evitar fijarme todo el rato en el extraño tupé rubio que lleva y unos pantalones bombachos que no le había visto nunca. Me temo que lo tengo de segundo a bordo, puede que de contramaestre, por lo que más me vale, nos vale a todos los que vamos a borde, que servidor no caiga enfermo, se lastime con lo que sea o cualquier otra cosa que pueda apartarme del timón del barco.
- ¿Que pregunte a quién….qué?
Me asomo sobre el castillo de popa y veo un conglomerado de individuos de todo tipo de edades, sexo y procedencias al que supongo la tripulación bajo mi mando. Entonces, y para mi sorpresa, creo distinguir entre el elenco de rostros patibularios que me observan esperando alguna orden, soflama o lo que sea, al juntaletras de Llodio, la otra juntaletras de Lekeitio, la pintora teñirroja de mi ciudad, la pelicorta rubia catedralicia, el profesor de txistu de Pamplona, la rubia de Amurrio, un abuelo de barba blanca de la Zurriola, la profesora navarra de..., y no sé qué más peña del FB que me dejo el tintero para no hacer esto eterno. También es cierto que echo de menos algunos rostros; pero, como somos piratas es probable que hayan ido cayendo por el camino, es decir, durante cualquiera de nuestras singladuras; la vida misma. Eso si no me encargado yo mismo de ajusticiarlos haciéndolos pasar por la quilla.
- ¿Son piratas de verdad? - pregunta el canijo al que supongo, cómo no, el grumete de todo barco pirata que se precie.
- Fíjate, si hasta el cocinero lleva parche.
- ¡Pero si es mi tocayo de Abaurrea! -suelta el grumete.
- ¿Y qué se supone que esperan? – pregunto a mi contramaestre.
- ¿Qué van a querer? Que los guíes en busca del tesoro.
- ¿Qué tesoro?
- Es tesoro de la vida del que me hablabas el otro día cuando me dejaste el libro de Baroja, el rollo ese de que no hay mayor tesoro una vida repleta de aventuras y emociones -me explica el canijo.
- ¡No me jodas!
El caso es que, como conozco a la mayoría de esa peña y sé de lo que son capaces si no se les proporcionan las aventuras y emociones de las que habla mi hijo, decido ponerme al timón rumbo a no sé qué parte de lo que supongo que es el Caribe en su momento más convulso de la Historia.
- ¿Hacia dónde?
- El pirata eres tú, aita, déjate llevar -me recuerda mi hijo mayor.
Así que me dejo llevar durante todo el sueño hasta acabar de una punta a otra de las Antillas abordando barcos bajo cualquier pabellón, asaltado y arrasado puertos como el de Kingston en Jamaica, Maracaibo en lo que todavía es la provincia española de Venezuela, la isla holandesa que hoy llaman Aruba, Nassau en las Bahamas, la isla de Guadalupe, Santiago de Cuba varias veces y así en general todo puerto en el que aparecemos a mitad de la noche y que tras generar el caos con nuestros cañones bajamos a saquear sin que ninguna guarnición colonial consiga oponernos resistencia.
Pues eso, un periplo la mar de productivo y sobre todo entretenido en el que nos dedicamos a mandar por los aires poblaciones enteras, saqueamos a manos llenas, matamos o vejamos a los representantes de las autoridades coloniales de España, Francia, Reino Unido y Holanda, violamos a gente de todos los sexos posibles que se le puedan ocurrir a Irene Montero, también de todas las edades y condiciones, secuestramos mulatas y mulatos, mestizos, zambos, moriscos, zambos, cambujos, sambaigos, campomulatos tornatrases... En fin, de todas las tonalidades del viejo sistema colonial de castas del Imperio Español. En fin, supongo que el pack completo del pirata. Lo curioso es que nadie consigue detenernos en nuestra demencial actividad criminal, hasta el punto de que ya nos creemos inmunes a cualquier amenaza por parte de cualquiera de las potencias coloniales a las que estamos haciendo pupita con nuestra actividad empresarial no regulada.
Sin embargo, lo que son las cosas, resulta que estábamos celebrando en el barco el botín que acabábamos de conseguir tras abordar un barco en el que volvían a España desde Caracas el último virrey español y su corte con todas las riquezas que habían acumulado durante su mandado, lo habitual en estos caso, un tipo que, y esto va completamente en serio, tenía un parecido asombroso a Felipe González.
Por suerte, toda la peña a bordo parece tan contenta de regresar a casa, a la península, que van todos puestos hasta el culo de ron, cantando canciones piratas con ronquera y puteando al loro para que las coreara con nosotros, y en una de esas que veo desde el castillo la popa que la rubia de Amurrio decide ponerse a tomar en sol con las tetas al aire sobre la proa.
- Nek… ¿que se te ha ido la cabeza o qué hostias pasa pues?
- ¿Qué pasa, es que no puedo descansar tomando el sol después del tute que nos hemos dado?
No me da tiempo a responderle porque en ese mismo instante oigo los cañonazos de una flota de la armada española que nos rodea sin opción a escapar por ningún lado. Lo siguiente que veo es que soy llevado delante de un tribunal en La Habana, el cual me condena a tener el barco bloqueado en el puerto treinta días porque dice el señor juez que hemos infligido no sé qué normas de decoro que sólo deben existir en los sueños de piratas. Treinta días bloqueado en el puerto de la Habana, muerto de asco entre mojitos, daikiris y jineteras. Un suplicio si no hubiera sido porque paseando un día por el puerto escucho una voz que me llama desde un barco y entonces descubro a la pirata de Lekeitio, la Anne Bonny de esta historia, que me anima a enrolarme en el velero de un capitán de Zaragoza, un tal capitán Bunbury y su tribulación conocida, no sé yo a santo de qué, como "Los héroes del coñazo". Ahora, yo me lo pienso un rato largo porque no me gustan nada las pintas del tal Bunbury, un notas de cuidado, como que me parece que hasta le falta un aire o algo. Empero, soy un lobo de mar y no aguanto un mes entero en dique seco. De modo que acepto a embarcar con los aragoneses. Claro que luego, cuando ya hemos elevado el ancla y desplegado las velas, justo cuando estamos a punto de entrar en mar abierto, decido tirarme de cabeza por la borda, y no tanto porque desconfíe de la profesionalidad de unos marineros de secano, sino más bien en cuanto oigo al tal Bunbury ponerse a cantar a todo pulmón:
"Entre dos tierras estás
Y no dejas aire que respirar
Entre dos tierras estás
Y no dejas aire que respirar
Déjalo ya,
No seas membrillo y
Permite pasar
Y si no piensas echar atrás
Tienes mucho barro que tragar
Déjame, que yo no tengo la culpa de verte caer
Si yo no tengo la culpa de ver que..."
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