miércoles, 18 de abril de 2012

ACOSO

Ayer al mediodía, de regreso a pie desde el colegio porque mama se había llevado a la mañana el coche hasta el aeropuerto, tirando del mayor porque después de haber tenido gimnasia maldita la gracia que le hace ahora arrastrarse un cuarto de hora hasta casa. De repente una señora que se dirige a Mr; ¡guapo, qué nenu más guapu! Yo me doy la vuelta y, sorprendido, apenas acierto a decirle a mi retoño que agradezca a la señora el piropo. Éste se las da con su habitual reticencia infantil y la señora que continua con su recital "¡es que yes mu guapu tú, ho!". Yo ya no sé qué decir, perplejo, sólo se me ocurre preguntarle a Mr. si conoce a la señora; "¿quién es, la abuela de algún compañero del cole, una amiga de tu abuela que viene de tomar el vermut, una asistenta social en paro o...?" Pues no, Mr. me responde, con esa franqueza típica de los niños para los que todo lo que no tenga que ver con sus juegos es pura y llanamente superfluo, que no conoce a la señora. "No conóceme, claro que no, ho, pero yo a él sí, porque ye igualín qu´el mio nietu". Estoy en un tris de contestarle que ya le gustaría a ella que eso fuera cierto, que de qué va a ser el suyo igual de guapo que el mío; eso o que deje en paz al mío y se compre un móvil, o que le pongan sus hijos el Skype en casa, para hablar con el suyo; pero, tengo que reconocer que estoy aprendiendo a controlar estas salidas a lo epatar al contrario, la experiencia me dice que el porcentaje de gente que no entiende el tono y la intención con el que uno solo pretende bromear es verdaderamente alarmante, yo no sé si será el tono o qué, pero no es poca la peña ni nada que se toma en serio este tipo de salidas, y claro, yo no quería darle ese disgusto a la señora, que me vuelvan a tildar de borde, más que borde.

Sea como fuere, también tengo que reconocer que no es la primera vez que me ocurre algo parecido con los nenes. En mi tierra resulta prácticamente inimaginable que te pare un viejales y se te ponga a piropear a tus retoños, como que de ocurrir algo parecido lo primero que piensas es en que tienes delante a un demente, un cura o una monja de paisano o cualquier otro tipo de desiquilibrado, eso si no se te cruza antes el cable y antes de pensar nada ya le has soltado la primera hostia; "¡anda a cascarla por ahí, carcamal". No es costumbre, no, en mi tierra ponerse a piropear a los hijos ajenos, que no sean, como mínimo, de familiares o de amigos, sino de gente a la que no conoces absolutamente de nada; resulta una inquietante intromisión en la intimidad ajena que puede acabar así como digo: a hostias.

Sin embargo, aquí llama la atención la frecuencia con la que te asaltan los abueletes cuando vas con tus críos, que te paran el cochecito en mitad de la calle y se te ponen a hacer carentoñas a tus hijos como el que no quiere la cosa, como si estuvieran a falta de hacerlas porque no tienen o no ven nunca a los nietos, porque tienen una orden de alejamiento o algo por el estilo. Un día, hace mucho, al principio de venirme a vivir a Asturias, nos encontrábamos en un centro comercial echando la tarde, esto es, llenando el carro de cervezas y caprichos de esos que engordan mucho, y de repente una anciana que se pone delante, se lleva la mano a la cara para santiguarse, levanta las manos al cielo y casi, casi, que se me echa a llorar; ¡qué niño tan guapo! Claro, yo en ese momento me quedo de hielo, lo único que se me ocurre, así a bote pronto, es pensar que la pobre está demenciada y que ha confundió a mi hijo con su nieto o puede que hasta con alguno de sus hijos, cosas del Alzheimer. Pues no, simplemente le había caído en gracia el pequeñín y se sentía obligada a expresar la emoción que la embargaba. También es cierto que a veces estas señoras son tan expansivas, tan melodramáticas las pobres, han visto tantos culebrones venezolanos, que no dudan hasta en soltar cosas del tipo ¡está para comérselo!, momento en el que a uno en seguida le viene a la cabeza la bruja del cuento de Hansel y Gretel. Confieso que en más de una ocasión he estado a punto de mosquearme y mucho con semejante alarde de chochez por parte de alguien que no he visto en mi vida, pero que, mira tú por dónde, debe creer que el hecho de que ella necesite derrochar imperiosamente su ternura de abuela es suficiente para, primero hacerme perder a mí el tiempo, y segundo, aterrorizar a mis hijos con la hipótesis de una tercera abuela, otra con derecho a apabullarles con sus caricias, a machacarles con cuestiones que sólo les interesan a ellas, a regañarles porque no comen lo suficiente, no se sientan bien a la mesa o se les ha olvidado lavarse las manos por enésima vez. Una abuela pesada de esas que lo mismo que te comen a besos cuando te ven, te fiscalizan tu tranquila y breve existencia con todo tipo de preguntas idiotas de necesidad o te llaman por teléfono cuando estás con la otra porque temen que ya te hayas olvidado de ella; te vas a olvidar...

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