sábado, 7 de abril de 2012

...que en España vuelve a amanecer


Semana Santa casera, de encerrarse en casa a ver llover desde la ventana, de morirse de asco entre cuatro paredes, con los críos todo el rato subidos a la chepa en cuanto no sabes qué hacer ya con ellos, a qué jugar, con qué película o canal de dibujos entretenerlos, que como te descuides acabas recibiendo un cabezazo del pequeño cuanto menos te lo esperas o el mayor que te destroza por puro aburrimiento el palacio de congresos con colorines que has estado construyendo toda la tarde con las piezas del Lego; en días como estos se echa de menos una casa propia en el campo donde siempre hay algo que hacer, una pared que levantar, una escalera o unas vigas que barnizar, unas puertas o ventanas que arreglar.

En fin, Semana Santa de recogimiento obligado, a dónde coño vas a ir con la lluvia ahí fuera, con un enano que se mete o se tira en todas partes, con el frío que ha empezado a hacer de repente, con lo imposible de entrar a ningún sitio bajo techo con un monstruo de dos años que ni calla ni se está quieto; el diablo de Tasmania a su lado parece un koala. Este jueves santo, sin ir más lejos, como llovía a cántaros y por estar bajo techo más que nada, creyendo que podía interesarle al mayor, nos acercamos hasta el Museo de la Sidra en Nava. El rollo que nos metió la pava que hacía de guía no fue nada comparada con el agobio de estar todo el rato detrás del enano, que se metía por todos los lados, que lo tocaba todo, que no paraba de hablar a voces, que a saber por qué iba espídico total. Así que en cuanto pudimos nos marchamos de un museo cuyo interés didáctico es, a mi juicio, bastante limitado, cuatro cachivaches de llagar y un par de paneles con grandes fotos, nada verdaderamente ilustrativo de lo que rodea y supone el mundo de la sidra en Asturias o en el mundo entero, para que se den una vuelta los turistes y poco más.

Luego, y como ni siquiera era posible disfrutar del paisaje asturiano dando un paseo, de cabeza a jamar, en este caso, y todavía no sé por qué, a esa madriguera de cazadores y fachas que es la sidrería Estrada, con su oso disecado y sus fotos de las batidas de Cascos... ¿o era al revés? Un chamizo que por lo general suele estar a reventar con ese ambiente espeso de chigrón que viene a ser una mezcla de olor a sidra vertida fuera del vaso, conversaciones insustanciales que acaban en ho! y la humedad ambiental, pero que ese día estaba prácticamente vació, lo cual acentuaba la cutrería del lugar con su suelo de cemento, sus cabezas disecadas de corzos, ciervos, jabalíes, sus afiches casi que todos en sepia. Pero bueno, para ser justos, la sidra de la casa estaba cojonuda y el pollo al ajillo, que ya es lo único que me apetece pedir en estos sitios, no estaba mal, ni tan abundante ni con tanta piel tostada como me gusta, pero bueno, pasable.

Semana Santa gris y triste como las que recuerdo de muy pequeño, de cuando en la calle todo eran penitentes y en la tele romanos. Semana de atracón religioso en el que de repente todo lo que más me repele de este país sale a la calle en alegre procesión, con toda esa exaltación de lo más irracional y atávico de la religión, nada que ver con la fe consciente e inteligente del creyente que asume el hecho religioso desde la meditación y el conocimiento, qué cojones, en semana santa todo es exhibición pública de la fe del carbonero, idolatría mal disimulada y revista de devoción por el hecho artístico de las imágenes, ya, ya, y sobre todo, sobre todo, regodeo masoquista en lo más tétrico y morboso del catolicismo, esto es, ese pujo de querer tener amedrentado al personal con la muerte como castigo divino y el apelo constante al sufrimiento como remedio de todos los males, que aquí la mayoría viene a pasarlo mal, otros no, otros están de farra continua y encima coincide que son los más devotos porque para eso como si les hubiera tocado la lotería, hay que ser agradecidos; si de verdad existiera Dios y además fuera tal y como nos lo venden los católicos, estos católicos plañideros y sujetacirios, habría que convenir que el tipo de buena persona tiene bien poco, como que no puede tenerlo alguien que nos propone aceptar de buenas el sufrimiento en la tierra, que nos machaca a conciencia mientras estamos aquí, para ya luego pasarnos la eternidad, si tenemos suerte y él nos juzga dignos, viéndole a él el careto, un planazo.

Y si a lo tétrico de la exhibición de pasos con la pasión de Cristo contada con sangre y lágrimas al detalle, el renquear de los penitentes encapuchados como un Ku-Kux-Klan masoquista, el desgarro patético de las saetas al paso de las imágenes a lo gore, le sumamos también la curiosa, por no decir increíble y casi que anticonstitucional, compañía de las autoridades civiles y militares en la mayoría de los sitios; pues qué vamos a decir, que ya tenemos el retablo completo de la España de pandereta, la peor versión de sí misma, la reivindicación anual del nacional-catolicismo que durante de más de cuarenta años nos abonó al subdesarrollode de una dictadura bajo palio encarnada en esos devotos legionarios, novios de la muerte, con sus pechos henchidos y el sonido de sus cornetas; eso si que es nostalgia de un tiempo pasado y de la peor especie.

Triste, muy triste todo esto, descubres que buena parte de esta cosa llamada España, unidad de destino en lo irracional, a fuerza de regodearse en unas tradiciones seculares, las cuales encima te quieren vender como de lo más sublime de nuestra cultura, puro reclamo turístico, de exigir respeto para unas creencias cuando en realidad lo que están pidiendo es complacencia con lo más cutre y reaccionario de esa cultura (nunca ha dejado de pasmarme la convicción con la que algunos te reprochan tu intolerancia porque criticas ciertas actitudes o costumbres que juzgas irracionales por sí mismas, eso o simplemente rídiculas e incluso estúpidas, tipo acribillarse las espalda hasta hacerse sangre en una procesión o subir de rodillas cientos de escalones hasta llegar a un altar para ofrecer dicho sacrificio a la virgen de turno, y siempre con el argumento de que hay que respetar a todas las personas y creencias; pues mira, no y mil veces no, de la misma manera que no respeto a los integristas islámicos, los neonazies, los violadores o a los echadores de cartas, tampoco respeto a los que pretenden hacer de la ignorancia y el fanatismo propios motivos de aplauso, claro que hay que ser intolerante contra la sinrazón y el fanatismo), sigue enclavada en unos usos y costumbres cuyo verdadero meollo de todo, digan lo que digan, y como si encima tuviéramos que aceptarlo de buen grado con la excusa esa de la tradición, la cultura vernácula y bla, bla, bla, no es otra cosa que lo que fue siempre, aquello por lo que surgieron en su tiempo, la reivindicación de la supremacía de lo religioso sobre lo civil, cuando no ya simple y llanamente la orgullosa complacencia de lo irracional, esto es, el recuerdo de que por mucha instrucción y progreso que creamos disfrutar, por mucho que creamos haber avanzado hacia una sociedad más culta, justa y libre, ahí estarán el costalero, el penitente o la saetera, para demostrarnos que, ¡ojo!, ¡ni tanto ni tan calvo!

Y si encima todo esto lo hacen al ritmo del himno de España como el otro día durante la procesión de Valladolid, si encima ya no caben dudas acerca de ese rancio, infausto y según parece también indisoluble vínculo entre el altar y los sables, siquiera ya de esa imagen de curas y legionarios todos a una que tan cara les es a algunos, a muchos, demasiados, que no ven nada malo, anacrónico, perverso, en ello, al contrario, como ha sido toda la vida, te dicen, cosa buena en todo caso, pues oyes, apaga y vámonos, que en España vuelve a amanecer...

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