sábado, 14 de abril de 2012

TRASCENDENCIAS


Por supuesto que cada cual le da la trascendencia que quiere a las cosas de su vida, faltaría más. Ahora bien, la que algunos le dan a determinados aspectos de su cotidianidad puede resultar, cómo mínimo curiosa, como comentario ya directamente ridícula.

Hoy por la mañana, mientras mi pareja "kuxkuseaba" un regalo para su hermana entre el género de una conocida tienda de ropa más o menos alternativa de la Virgen Blanca. Servidor, ya aburrido de contestar asnalmente a todas las preguntas de su cariñín con un "sí, es perfecto, ¿nos vamos ya?" o de leer frases sobre camisetas del tipo "Fuck Google, ask me!", que no ha podido evitar poner la oreja ante la acalorada discusión que mantenía el memo... el chaval que estaba detrás del mostrador, uno de esos jovenzuelos con cara de haber podido estar lo mismo allí que delante de su ordenador veinticuatro horas mandando amenazas de muerte en el facebook de Ana García Obregón u otros guarros a la vicepresidenta Saénz de Santamaria en la página web del Congreso, vamos, un ciberpajillero con ojos de topo de tanto machacársela delante de la pantalla, y una señora de edad madura y entrada en chuletones, la cual he supuesto la encargada y/o dueña de la tienda. Una discusión de inequívocos aires terruñales, por otra parte. Decía la señora:

-Pues a mí cuando me ponen un pintxo y éste no cumple las expectativas, la verdad es que se me cae el alma al suelo, me cojo un cabreoooooo....
-Si es que a veces te dan cada mierda por ahí -añadió el gafapastas pajillero que aseguraba no comer ni pintxos, ni pescado, ni ná de ná, con nachos iba que chutaba.
-Mira, no me tires de la lengua, que el otro día me baje a tomar uno a los Guaraníes y veo un pintxo la mar de chulo, se me caía la baba antes de pedirlo. Pues, oyes, lo pido, me lo traen, y cuando voy a abrirlo con el cuchillo a ver de qué estaba relleno... ¡ni tchaka, ni gamba, ni hostias en vinagre pues, jamón de york, de puto jamón de york! ¿Es o no es para cagarse en todo? Joder, joder, qué disgusto me llevé, como que me duró toda la mañana, una desazón de la hostia, pues. Que sí, que sí, no te rías, no, que una cosa de estas te puede joder el día como el que no quiere la cosa, que a mí que me tomen el pelo con un pintxo es como al que le timan en un taller o por el estilo. ¡Ah! Y de esos malnacidos de los Guaraníes, mejor ni me hables, no vuelvo a entrar adonde esos ladrones hijos deputa en lo que me resta de vida, mira que darme a mí un pintxo de jamón york, eso no se le hace a una persona...

Juro por la última temporada de Deathwood que todo lo escrito hasta aquí es cierto. Yo que me estaba aguantando la risa, que me estaba aguantando no darme media vuelta y soltarle a la señora; ¡cagondíos (esto más que nada porque en Vitoria solemos comenzar casi todas las conversaciones de esta guisa; ¡cagondios!, ¿me pones un cafe?, ¡cagondios!, ¿quién es el último a la cola?, ¡cagondíos!, ¿qué hora es?): ¿has pensado en llevarlos al Tribunal de la Haya o te vale ya con mandar unos sicarios?

Eso como poco, ya que tamaña afrenta a la dignidad de tan oronda señora no puede quedar sin castigo. Estaría bueno, te la empiezan a meter con un pintxo de mahonesa con jamón de york en lugar de otro con tchaka o gamba, y a saber qué puede ser lo siguiente: ¿un marmitako de panga o cualquier otro pez de esos que pescan por donde el rey mata elefantes y otros bichos?

En fin, empático de mí, imaginándome a la señora en el día aquel de su disgusto, arrastrando su drama culinario por las calles de la Green Capital, sin nadie que pudiera consalar a la pobre con un bocado de su bocata, una pipa de calabaza o un moco verde hecho bola ya como último remedio, siquiera solo con una frase amable al estilo del lugar: ¡qué pintxos ni qué hostias, falta te hace a tí comer nada, con lo bien que te viene hacer dieta aunque sea por la mañana, Castafiore, que estás hecha una Castafiore...

Pues eso, con la que está cayendo a la peña y la señora de angustias vitales por la vida porque eligió el pintxo equivocado una mañana en los Guaraníes. Luego ya de la vuelta mañanera por el centro, de reservar para la noche porque parece que tiene que venir uno de fuera para hacerlo porque a otros les pilla lejos aún viviendo en el mismo casco viejo (reproche de propina), acabamos en el Tximiso, as usual. Y allí pegando la hebra con uno de los dueños, que bien majos que son los dos, que si mejor no hablarle de la Semana Santa, la Green Capital y el coño su madre. Según él, no es que apenas se haya notado, es que la cosa ha sido todavía peor que el año pasado, como que habían comprado un montón de comida en previsión y ahí estaba en la cámara congeladita. Yo que si la prensa había dicho a todo bombo y platillo que había sido un hito lo de esta Semana Santa, que nunca antes tantos turistas, más que al otro lado de la cornisa, que lo achacaban a la publicidad de la capitalidad verde europea y... Pues "cagondios" al tanto, que por él mejor que se metieran la green capital de los cojones por donde un chico fino y educado como yo jamás debería escribir, ¡cagüen la hostia, que he ido a colegio de pago, no te jode! Contados llevaba a cuatro valencianos que le habían entrado a sacar fotos a la barra de pintxos, animalicos.

Pues eso, la realidad de las cosas según el prisma de cada cual, cómo siempre. Luego ya qué decir de ese pimentico relleno de carne con salsa de setas, de rechupete; supongo que según el baremo de la señora de antes debería haberme sentido en el quinto cielo o algo por estilo. Pero bueno, de momento, ya que no hay poner denuncia alguna, volveremos al Tximiso dentro de tres semanas.

*la foto de la barra de pintxos es del mismo Tximiso (y eso que todavía ando pelín mosqueado por haber suprimido el de la vieira rellena y el croquetón de carne, decía el jefe que para la cosa vaya rotando...)

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