lunes, 11 de junio de 2012

NI TANTO, NI TAN CALVO...



Vaya por delante que sé que es una exageración. Pero muy apropiada, porque el que ha hecho el montaje no viene a insinuar que ser español es de tontos, ni mucho menos. No siquiera creo que esté en su ánimo insultar de verdad a los aficionados que jalearon ayer a su selección. Dudo que piense que todos los que brincaron ayer con la Roja son idiotas de necesidad por no haber dedicado esas dos horas de espectáculo a despotricar contra la indecencia de jueces bancos, políticos, del gobierno con Rajoy a la cabeza y la madre que los parió. Todos tenemos derecho a nuestro ratico de asueto, faltaría más, y no por sentarnos durante ese tiempo citado delante del televisor somos menos conscientes que otros acerca del drama que estamos viviendo, el cual ya no es tanto el asunto en sí del rescate que el caradura que hace bueno el tópico gallego de no sé si subo o bajo la escalera, el mismo que ayer poco más que nos vende la moto de que fue él quien exigió el rescate después de meses de negarse en redondo a aceptarlo bajo ningún concepto, ese que luego vimos brincando hostentoreamente,  denomina "línea de crédito", como la confirmación ya irrebatible del fracaso de España como país competente, serio. 

No obstante, y siendo el insulto la forma más refinada de llamar al debate que se conoce en España, valga el collage de arriba para llamar la atención del hecho, para mí indiscutible, de que décadas de alienación colectiva con la inestimable e interesada ayuda de los mass media, de un sistema educativo a la cola en todas las encuestas de calidad, de panem et circenses a todas horas, todo ello unido al legado de generaciones enteras de análfabetos autosatisfechos que desprecian por principio el conocimiento y apenas aprecian, o pueden hacerlo, otra cosa que el supuesto lustre social que da el dinero, el individualismo dañino del pícaro para el que la sociedad y sus instituciones son siempre el enemigo a engañar, el españolito para el que jugar limpio, ser honrado y justo es poco más que sinónimo de bobo, y, ya para terminar, todo ese cúmulo de atavismos carpetovetónicos que tienen en el guerracivilismo su máximo exponente, esto es, la incapacidad innata del español medio de ver en el contrario, en el que piensa distinto, otra cosa que un enemigo, han acabado haciendo mella en la manera como nuestros conciudadanos parecen afrontar la situación en la que nos encontramos: con aborregada resignación.

Porque vale que vayamos a ver el partido, a olvidarnos por unas horas de lo que nos rodea, a emborracharnos a conciencia de patriotismo rojigualdo; pero, ¿dónde está esa furia, esa pasión española, esos berridos incluso, para cuándo de verdad hacen falta, para cosas serías y no simples jaranas más o menos etílicas, para poner a los que nos gobiernan, engañan e insultan, en el brete de ver cómo esa ciudadanía a la que desprecian y putean no es tan dócil como han llegado a creer, hasta el punto que una verdadera contestación social en las calles les haga temer por sus poltronas, el pueblo saliendo a la calle para exigir responsabilidades, culpables? Por eso, porque esa ciudadanía apenas parece dispuesta a echarse a la calle para otra cosa que no sea celebrar empates balompédicos, como si lo uno quitara lo otro, de modo que, siquiera sólo como patada en la conciencia,  no puedo estar más de acuerdo con el collage de marras.

Pues es lo que hay, miles y miles de españoles que solo parecen dispuestos a movilizarse por una pelota antes que por el futuro de su país, miles y miles de españoles que antes de sacar su rabia para exigir responsabilidades a los jueces que aplican injusticia, a los bancos que les estafan y a los políticos que hipotecan su futuro, estarían dispuestos a hacerlo para arremeter contra otros españoles que no se sienten como tales, que no sienten sus mismos colores rojigualdos, a los que se la suda su selección con todos sus triunfos, que huyen como de la peste del nacionalismo obligatorio, ya sea porque sus sentimientos nacionales son bien otros, y con todo el derecho del mundo por mucho que los denigren llamándoles paletos o insolidarios sólo porque su idea de nación es otra, o, como bien puede ser mi caso, porque además de no concordar con la idea oficial de España, de no sentir apego alguno por sus símbolos monárquicos y religiosos, que no por sus gentes y sus territorios, de aborrecer profundamente la imposición ajena de cualquier tipo de sentimiento identitario, ya sea vía decreto u hostia al canto. 


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