lunes, 2 de febrero de 2015

AMOR OMNIA VINCIT... O NO.



Hay una escena en Aprendiz de Gigolo de John Turturro que es el colmo de la dicotomía. Por un lado está uno de los momentos más eróticos que se pueden concebir en el cine o en la vida, esto es, dos mujeres extraordinariamente atractivas, la espléndida y tierna madurez rubia de Sharon Stone y la belleza salvaje e imperecedera de Sofía Vergara, ¿hay algo más irresistible que el muslamen de una mujer madura?, listas para recibir en un menage a trois a ese gigolo imposible que es Jonh Turturro. Un sensible florista metido a profesional del amor al que, cuando ya está en faena, concretamente sobre la Vergara y con la Stone pasándole su mano sobre la espalda, resulta que no se le levanta porque tiene la cabeza en otro co... razón. ¿El de quién? Pues ya hay que joderse, porque el Turturro no puede dejar de pensar en el personaje de la viuda hasídica que le ha robado el corazón con su frágil frialdad envuelta en un halo de miedos y deseos contenidos. Un personaje que encarna, ahí es nada, la actriz francesa menos atractiva que uno se pueda imaginar, Vanessa Paradis, una pava que por lo general representa ese concepto tan gabacho como retorcido del atractivo femenino que es la mujer fría, hierática, por lo general andrógina, inaccesible e infinitamente borde, parisina para no andarnos con rodeos, y que, además, cuando sonríe yo ya no sé si me provoca grima o ganas de organizar un crowdfunding para pagarle el dentista a la chavala, que se ve que cuando le daba por berrear canciones ñoñas la voz que le salía era por culpa de... (y esto por no hablar de mis sospechas acerca de que la verdadera causa del problema de alcoholismo de Jonny Deep...). Pero, el caso es que en esta peli y en especial en ese papel de la viuda joven hasídica acosada por la gazmoñería al uso de su comunidad y sus propias taras mentales (momento en el que mi señora hace el comentario militante acerca de que parece no haber religión que no se dedique a joder a las mujeres a base de bien... sobre todo porque por algo las inventan los hombres) la Paradis no está nada mal, está más que sugerente con su caftán negro, sin maquillaje y peinada como para ir a comprar "pletzalej" en el gueto de Varsovia, vamos, la cosa menos glamurosa que uno se pueda imaginar, y, sobre todo, vaya por Yaveth, con esos dientes separados que ahí sí, ahí le vuelven loco a uno, al Turturro, digo. De modo que frente al erotismo desbordante de la Stone y la Vergara en pleno menage a trois, una de esas escenas antológicas para cualquier pajero que se precie, nos encontramos con el triunfo del amor puro y con pocas o ninguna papeleta para ser correspondido. "Amor omnia vinci", sí, o por lo menos impide que se le ponga dura al Turturro cuando está ya en plena coyunda con dos bellezones como los antes citados. Una escena tan insoportablemente romántica como falsa, vamos, como lo que viene a ser el amor en suma, pura fantasía, un espejismo, peliculero.

Por lo demás, y como ha sido un finde de mucho cine y tal, reseñar que El gran hotel Budapest es una pequeñica joya cinematográfica con una fotografía y escenografía deliciosa, unas actuaciones y sobre todo un humor otro tanto, un guión que hacia el final, muy hacia el final, flojea o aburre un poco pero solo un poco. Eso y que NOÉ, por muy a tono que estuviera el tema de la peli con el día, es probablemente el trullo más grande que he visto en años, un auténtico tostón que parece haber sido financiado en exclusiva por los lobbies creacionistas o por el estilo. Eso y probablemente el canto del cisne de la carrera como actor de éxito del señor de Gladiator.

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