http://youtu.be/8hVGHe5H7To
Los días de lluvia sin parar, de granizo, nieve y temperaturas bajo cero, eran los más en los inviernos de tu juventud. Pero de chaval nunca te quedabas en casa. No podías, la calle te llamaba como de costumbre por mucha ciclogénesis explosiva de esas que entonces no existían porque todavía sólo era el invierno y punto pelota. Aquellos días de ver llover a cántaros, de vientos huracanados que te zarandeaban hasta el alma, de nieve en los bolsillos, de caminar a través de la nube de vaho que expelías de tu propia boca, eran los que tocaban y no le dabas más vueltas. Ibas de tu portal a lo viejo como cada tarde o fin de semana, al encuentro con los tuyos y sus circunstancias, a los mismos antros donde encontrabas refugio antes de tu desasosiego adolescente que del temporal. ¿Qué temporal? También era días, por lo tanto, de recogimiento, si bien no en casa, donde tus padres y sus ceños perpetuamente fruncidos por ese hijo a la deriva o por lo que fuera, sino alrededor de la mesa de tal o cual bareto, gaztetxe, cuarto trastero de una tienda de chuches de barrio o de donde fuera. Eran días de atravesar la ciudad embutido en tu chamarra para viajar al polo norte, de hacerlo casi que al trote para que no se te congelaran la nariz o las orejas porque, a diferencia de los de los esquimales, los apéndices de buena parte de la peña en aquellos lares suelen tender hacia la largura y en algunos casos incluso a la desproporción. Y no podía haber mayor placer después de tan ardua travesía que desembocar junto a una barra y recibir como premio, previo pago, un caldo en plena ebullición con sus goticas de tabasco y su chorrotada de vino blanco, eso o ya directamente y sin llevarse nada sólido al estómago, un copazo de patxaran sin hielos ni hostias, puro fogonazo en todo el pecho y a lo largo de la garganta para ponerte a tono con el ambiente, que no era sino el de cada día, el de todas las semanas, más de lo mismo, las discusiones donde las habíamos dejado, hablando de lo de siempre, de lo único más bien. Sólo que era invierno, fuera hacía frío, puede que hasta el itinerario habitual de un bareto a otro se hiciera más corto ese día, para lo de no estar todo el puto rato quitándote y poniendo la gorra o la bufanda, abriendo cremalleras o haciendo malabarismos para intentar liar un txirri con los guantes puestos, coger la aceituna del marianito o cualquier otra cosa por el estilo. A veces, cuando nevaba, sobre todo si había habido más de un fogonazo de los de antes, podíamos entrar en calor entablando una batalla de bolas de nieve en mitad de la calle. Otras veces, las menos porque en invierno todos los ejércitos prefieren retirarse a sus cuarteles, y solo si la actualidad lo obligaba, porque la actualidad aquella en concreto no cesaba nunca, también entrábamos en calor durante la batalla al uso de los fines de semana entre los que hacían la revolución de fin de semana arrojando piedras y cócteles molotov a los antidisturbios apostados a la entrada de las calles de lo Viejo para impedir cualquier tipo de exaltación de lo que tocara ese día. Y como entre unos y otros siempre acabábamos recibiendo hostias todos, y sobre todo gracias al pujo represivo de los maderos con pañuelico verde al cuello que irrumpían en los baretos arrasando con todo lo que pillaban a mano y sin ningún tipo de miramientos hacia nadie que estuviera dentro, pues cómo no ibas a entrar en calor entre porrazos sobre tu espalda o las carreras huyendo de la carga policial o de las furgonas con la discoteca en el techo de un extremo a otro de las calles mojadas e incluso patinando sobre el hielo acumulado a lo largo de éstas. Pero no hay nostalgia alguna de aquella época, de aquella juventud, como mucho el recuerdo de una canción de Hertzainak que sonaba de tanto en tanto cuando entrabas en alguno de aquellos antros, "Egun grisa hotza kalean/negu gogorra hiri puta hontan /bizitzak emandako plazer txiki hauengatik ez balitz... (día triste, frío en la calle, duro invierno el de esta puta ciudad si no fuera por estos pequeños placeres...) y que te evoca de inmediato y a la fuerza todo lo escrito hasta ahora y alguna que otra cosa de las que no se pueden escribir o simplemente no apetece.
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