martes, 10 de julio de 2012

EL PODER REPARADOR DEL PERDÓN


Ayer a la mañana, enfrascado en mis cosas delante del ordenador, de repente que llaman a la puerta. Dudo en abrir porque siempre es para pijadas, gente que vende lo que no me interesa o me pide lo que no tengo. Sin embargo, abro porque también suelen ser vecinos a los que se les ha caído una prenda encima de nuestro colgador, y ya se sabe, hoy por ti... Al otro lado de la puerta un joven de traje y carpeta en mano, no me da opción a preguntarle nada, en cuanto ve mi careto me escupe el veneno con el que acostumbra a inmovilizar a sus presas. Le corto en seco, estoy en pantalones cortos, con la mente en mi hoja de la pantalla del ordenata y además pensando en un idioma distinto al del tipo que se dispone a robarme mi precioso tiempo. No obstante, me siento obligado a tratarle con un mínimo de cortesía, que se note que mis padres hicieron un esfuerzo para mandarme a un colegio de pago donde intentaron llenarme la cabeza de bazofia religiosa.

-Buenos día, ¿no vendrás a venderme algo? No me interesa nada, además estoy muy ocupado. Te lo digo para que no pierdas tu tiempo.

-¿Vender? ¡NOOO! Lo que quiero es saber qué tipo de banda ancha tienes en casa.

-¿Y eso? Para qué cojones me preguntas por mi banda ancha si no quieres venderme nada -empiezo a fruncir el ceño porque noto que el tipo me ha tomado por un memo.

-¿No sabes qué banda ancha tienes? ¿Puedo hablar con el que lleva la telefonía de la casa?

-¿Vienes de una telefonía? -pregunta retórico"ande las hayga" porque lo he adivinado nada más mirar por la mirilla de la puerta.

-Mira, no quiero saber nada de telefonías, estamos bien como estamos, buenos días -procuro despedirme de él sin que trascienda la mala hostia que se me está poniendo.

-¿Y cómo sabes que no te interesa? Tenemos una oferta que...

-¡Me cago en Dios! ¿No habías dicho que no venías a vender nada? ¡Adios, buenos días! -le doy con la puerta en todos los morros.

En eso que me dispongo a regresar a mi despacha con mis asuntos, oigo que el tipo llama al timbre de la casa vacía de enfrente y dice algo así "si es que donde no hay educación, para qué tratar con burros". No me aguanto, no me controlo, vuelvo a abrir la puerta a toda hostia y le espeto al capullo en toda la cara.

-¿A quién cojones llamas tú burro?

El tipo se me queda libido, eso y que como estaba de espaldas casi se le cae la carpeta al suelo del susto. Entonces, se da media vuelta y me planta clara.

-Ya me ha dicho todo lo que me tenía que decir, caballero.

No soporto que me llamen "caballero", sé que es una expresión coloquial muy del uso del mundo del comercio, pero me repela, me huele a fritanga. 

-Pues parece que no, parece que encima que te abro, que te atiendo con toda la educación y paciencia del mundo después de interrumpirme en mi trabajo para venderme, encima tienes la poca vergüenza de decir que no tengo educación. Te repito, ¿a quién cojones llamas tú burro?

El tipo no acierta a contestarme, qué coño va a acertar si hasta yo mismo me doy cuenta de que tengo la vena del cuello como el tubo de un oleoducto, los dientes prietos y la mirada atenta al primer gesto que anime a usar el puño contra semejante gilipollas. 

-No tengo nada más que decirle, buenos días, caballero -el tipo envaina su carpeta y se larga por el pasillo escaleras abajo.

Me me meto en casa, me cago en Dios y en todos y cada uno de los nombres una larga lista de santos durante todo el pasillo de ésta, le pego un puñetazo a la puerta para desahogar la tensión acumulada en el puño. Me siento delante del ordenador. No me siento bien, se me ha cruzado el cable y me arrepiento. Tenía que haber pasado del tipo como de la mierda, pero al oírle hablar desde el otro lado de la puerta se me ha ido la olla.Y lo peor no es eso, lo peor que en seguida me viene a la cabeza la discusión con mi pareja por una enganchada que tuvo con un tipo hace un fin de semana estando en una fiesta medieval con unos amigos, que de repente el tipo en cuestión se puso delante de los niños no dejándoles ver el espectáculo de cetrería que se estaba celebrando en ese momento. El caso es que como la bronca que le echó mi señora al tipo fue de ordago, a mí no se me ocurrió otra cosa que recriminárselo porque juzgue que estaba siendo demasiado dura, que no correspondía dicha dureza con lo que había hecho el tipo. Entonces, claro, ella se rebotó porque se sentía desautorizada por mí, recurrió al "maté un perro y me llaman mataperros" tan del gusto de ellas, que si nunca la apoyo, que siempre la dejo en evidencia. En fin, culpa mía porque, en efecto, el tipo no sólo se había colocado delante de los críos, sino que además se había choteado de los que le habían recriminado, que se había jactado de hacerlo. Yo simplemente no me había dado cuenta,  que estaba a otras cosas en mi cabeza, y como odio ser injusto con el prójimo, pecar de desproporcionado, pues que, vale, no tenía que haberle dicho nada, tenía que haberla apoyado. El caso es que esa misma anécdota había salido anoche a colación de algo que acabábamos de ver en la tele, que ella aprovechó para fustigarme una vez más porque es bien sabido que por mucho que le pidas perdón a tu pareja ésta siempre echara mano de tus errores para lo que le salga a cuenta, eso y que mi señora, como no tuvo la desgracia de ir a un colegio de curas, se perdió las clases en las que nos aleccionaban acerca del valor reparador del perdón. Pues bien, ayer, encima de haber tenido que volver a disculparme anoche por mi error de aquel día, que ya digo que mi pareja lo del perdón no lo tiene muy claro, me encuentro que de repente, sin comerlo ni beberlo, me veo convertido precisamente en un energúmeno que arremete contra otros por una tontería, una verdadera lista parda; el mal cuerpo me duró toda la mañana.

Toda la mañana hasta que bajo a la calle a comprar unos huevos, vuelvo al portal y... me encuentro de nuevo con el tipo de la telefonía que se dispone a entrar de nuevo en mi edificio. Nos miramos, él se echa hacia atrás instintivamente, luego avanza y se me planta porque está claro que no está dispuesto a que interfiera de nuevo en su trabajo. Yo le miro de arriba abajo esperando que eso me de tiempo a buscar el tono adecuando al momento. 

-¿Vas a entrar o qué? -le pregunto con toda la displicencia del mundo a tiempo que le abro la puerta para que pase.

-Por supuesto, todavía tengo que hacer unas visitas -me responde desafiante.

-Oyes, ya puedes perdonar por lo de antes, no tenía que ponerme como me he puesto, no era para tanto -le suelto de sopetón y procurando que suene lo más indiferente posible, tampoco es cuestión de rebajarse más de lo que ya lo hacen mis propias palabras, también por eso mismo le lazo una disculpa que es a su vez un reproche-. Lo que pasa es que estáis todo el puto día tocando los huevos con vuestras ofertas, que cuando no es el puto teléfono es que llamáis a la puerta, como si no tuviéramos otra cosa que hacer.

-No pasa nada, si lo entiendo, ya sé que a veces molestamos porque estáis ocupados y...

-Quita, quita, si yo ya sé que estáis trabajando, que no os queda otra -en eso que entramos al ascensor, que le pregunto a qué piso va, que vuelvo a disculparme y está vez además extendiéndome en intimidades que no vienen al caso, esto es, que le cuento que me encontrado atascado en el trabajo, de una mala hostia previa, que estoy hasta los huevos de que me interrumpan a diario, que por eso me he puesto como me he puesto, que a veces no me controlo, casi que la culpa es de mi viejo por lo de la genética.

-En serio, que no, que la culpa fue mía, no tenía que haber insistido después de que me dijeras que no te interesaba atenderme, pero es que nos obligan a soltarle al posible cliente nuestro discurso de carrerilla...

-Ya sí, si eso sí, pero, en serio, que me sabe muy mal como me he puesto, que...

Menos mal que el ascensor llega por fin a mi piso, que si sigue subiendo fijo que acabamos comiéndonos la polla el uno al otro, que ya estábamos metidos en bucle del tipo: que tú no, que yo, pues no, yo más... En cualquier caso, nos despedimos casi que con una palmada en la espalda, como si fuéramos colegas de toda la vida, como que no sé si al final quedamos y todo para echar unos tragos. En fin, de nuevo delante de mi escritorio, todo fluye porque ahora me encuentro como subido a una nube, satisfecho de mí mismo, como si hubiera recuperado de repente mi condición humana, consciente de eso que decía antes del poder reparador del perdón.

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