jueves, 19 de septiembre de 2013

LE DICEN PARTICIPATIVA...




Sociedad Participativa porque no tienen cojones ni para decirle competitiva tal cual, sin tapujos, al menos no dirigiéndose al conjunto de la ciudadanía, queda feo, suena a escuela de Chicago, en vez de a discurso real dirigido a la nación a de presidente honorífico de una gran corporación dirigiéndose a su accionariado. Y eso por no hablar de la obscenidad implícita que hay en el que el que te dice que lo bueno se ha acabado, que a partir de ahora cada cual que se saque él solo las castañas del fuego, sea precisamente un tipo que ha heredado el cargo por una mera cuestión de hemoglobina, que representa lo que representa. ¿Participar en qué? Se supone que en la inmensa tarta de la que cada cual se llevará su ración de acuerdo con su talento y esfuerzo. Más que suponer lo dan por hecho, hasta te dicen que eso es lo lógico entre personas decentes, que lo contrario es vivir de chupar del bote, a cuenta del trabajo de unos, los que de verdad se dejan la piel en esto de la lucha de la vida, los que valen, el resto, pues eso, dicen ellos, la sopa boba, que es por lo que tienen el estado de bienestar, la bicha de todo neoliberalote. Porque no se sostiene, no renta, se va el dinero en mantener a tanto vago y maleante, en financiar la quimera esa de la sociedad igualitaria y solidaria, que además para qué, si de lo que se trata es de producir a tope, y el que no, pues se siente, no vale, que se joda, ya si eso ponemos la beneficencia; ¿es que te vas a quejar si te doy una limosna, desagradecido, soberbio, rojeras, totalitario? Pero sí, qué cosas, llama la atención que justo en este momento histórico cuando más desarrollo hay de todo tipo, y en especial tecnológico, y más acopio de capital, nos vengan ahora con la monserga de que el sistema de bienestar no se mantiene, no vale. Ahora toca que cada cual se las componga solo porque eso además es lo justo, lo que dignifica, lo que nos hace libre de papa estado, ese opresor por naturaleza de las que las mismas sociedades se dotaban para organizarse, que se elevaba de conjunto como árbitro entre sus miembros, garante de unas mínimas libertades, del estado de derecho, de un sentido comunitario. Y es que ya ni siquiera les vale que ese estado haya dejado de ser el árbitro imparcial que se le suponía y exigía. cuanto todavía la palabra ciudadano valía para algo y no sólo para agitar banderitas o berrear en un estadio, con el resultado de haber pasado a ser sólo un siervo al servicio de unos intereses muy concretos, garante ya no de lo que decía antes, sino más bien y en exclusiva de que una élite de los negocios pueda hacer caja con cuantas menos cortapisas mucho mejor, y siempre, siempre, al grito de "hay que ser compe... participativos". ¿Y si no lo eres por lo que sea, porque partes de una situación de desventaja frente a otros, porque careces del talento o del dinero con los que otros te sacan ya varias cabezas en esta eterna competición que es la vida? ¿Son competitivos los padres y madres de casa que se dedican a sus familias en exclusiva, los enfermos, jubilados y todos aquellos que no pueden valerse por sí mismos, los que no sabemos por dónde nos pega el aire? Va a ser que no, que en este inmenso concurso en el que quieren convertir la vida sobra gente a montones, todavía más de la que ya sobra en el conjunto del planeta, la que se hacina en los inabarcables suburbios del tercer mundo o toda aquella que vive a salto de mata en este que dicen el primero, que no tiene tiempo ni medios para participar en nada porque anda muy ocupado en sobrevivir a secas. Y así el futuro que nos prometen no apunta tanto a la sociedad ideal, justa, que aventuraba un tal Adam Smith en el caso de que todos partiéramos con las mismas condiciones y nos organizáramos también de acuerdo a un interés común. No, qué interés común ni qué hostias, sin arbitro de por medio, sin sentido comunitario o ciudadano, el futuro se asemeja más a las sociedades hispanoamericanas de unas pocas urbanizaciones de lujo atrincheradas con toda la parafernalia de vallas y alarmas de seguridad donde viven los que participan y las inmensas barriadas de ranchitos donde vive el resto, los que sobran, los que no saben participar del todo o no pueden, pobrecicos, se quedan en el camino. Pero eso sí, siempre habrá una cocina de Cáritas a la vuelta de la esquina o algo parecido.

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