miércoles, 17 de septiembre de 2014

CONDENAR



Escuchando Portrait in Jazz de Bill Evans por la mañana mientras hago mis cosas frente a la pantalla. Un placer sin límite compatible con lo que tengas en la cabeza y que además hace que ésta vuele más libre y ágil de lo habitual. Y en eso estaba, cuando sabía que tocaba escuchar la maravillosa Autumn Leaves, y como ya viene siendo habitual desde que he empezado a escuchar música con el Spotify de las narices, que de repente se corta la música e irrumpe un corto publicitario en el que una voz sumamente irritante me anima a acudir a no sé qué festival de música hip-hop o lo que sea en una localidad de la costa mediterránea cuyo nombre no quiero acordarme porque me ganaría una denuncia de la concejalía de turismo. Y es entonces cuando también desaparece de repente el sublime halo sonoro en el que me creía envuelto y hasta lo que me rondaba la cabeza parece difuminarse para dejar sitio a imágenes de adolescentes descamisados en bermudas, haciendo botellón al mismo tiempo que lucen crestas de gallo, rastas, piercings y la idiocia habitual a esas edades. Un horror, estaba yo tan a gustito con mi Bill Evans y sin beberlo ni comerlo me veo en medio de un Magaluf anímico que no sólo me impide concentrarme en lo que tenía entre manos, sino que además me sume en un estado de malestar, de resentimiento sin límites hacia el mundo, que hace incluso que acaricie la idea de tirarme por la ventana a ver si así consigo poner fin a esta repentina angustia existencial. 

Pero no, es entonces cuando me percato de lo increíblemente egocéntrico e insolidario que puedo llegar a ser como resultado del nihilismo en el que vivo en mi calidad de ciudadano del primer mundo, el de los ricos. De repente me veo quejándome por semejante chorrada cuando sé que en tierras de Siria e Irak andan los del ISIS degollando y decapitando gente, que hay un genocidio en marcha contra los cristianos, jazadies y todo credo que no sea el wahabismo armado de sus líderes, como que si nos descuidamos mañana mismo los tenemos a la puerta de casa reivindicando el Andalus y amenazándonos a nosotros con la degollina y a ellas con el burka. En fin, cómo he podido ser tan miserable y egoísta, claro exponente de esa Europa hipócrita y auto-satisfecha capaz de protestar por la muerte a lanzazos de un insignificante toro de lidia, y todo para sentirse más sensibles y civilizados que nadie, superiores frente a esos que tachan de brutos ignorantes, fanáticos por principio de lo más negro de la leyenda hispana, y ello mientras en nuestro cercano oriente mueren a diario cientos de mis congéneres en manos de unos dementes islamistas. Debería exigirme, como también exigen otros con ETA cada vez que se saca un tema que parezca, siquiera de lejos, relacionado con la cosa vasca ("Me gustan los Sanfermines..." - ¡Ya! Pero no le he oído condenar a ETA"-, condenar siempre al ISIS antes de abrir la boca, no vaya a ser que al no hacerlo alguien pueda sospechar por mi parte indiferencia e incluso connivencia con sus crímenes. No, no volveré a quejarme en vano, ni siquiera cuando se me acabe el papel del baño.

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