martes, 30 de septiembre de 2014

EL PISTOLAS


El chaval dudaba entre la admiración y la envidia. Pero es que El Pistolas era un auténtico crack en lo suyo. Nadie como él a la hora de dar palos. Nunca le temblaba el pulso, ni siquiera cuando tenía que encañonar a una anciana o amenazar con rasgarle el cuello a un crío para que su madre dejara de gritar. La sangre fría de la que solía hacer gala el Pistolas cuando entraba a robar un banco o una gasolinera era increíble. Actuaba como si todo le importase una higa, con una sangre fría que daba miedo y siempre a cara descubierta. Al Pistolas se la sudaba si había que romperle el careto al cajero del banco o al empleado de la gasolinera con el pomo de la pistola. Ni siquiera prestaba atención al escándalo que provocaban las alarmas cuando éstas saltaban. Como que ni siquiera se daba prisa en abandonar el lugar del crimen, siempre lo hacía con una parsimonia que exasperaba a sus compinches, que los humillaba incluso: nenazas. Se diría que se creía inmune a lo que le pudiera caer encima en el caso de que la pasma por fin consiguiera echarle el guante. El Pistolas era único, todo un modelo a seguir para futuros delincuentes como el chaval de esta historia. Ahora bien, el chaval tenía tan endiosado al Pistolas que uno de sus compis de la banda del barrio con la que solía pegar pequeños palos sin importancia, ya no pudo soportar más ver cómo se le caía la baba a su amigo y no le quedó otra que contarle la verdad.
-El Pistolas es hermano de un tipo que dicen que va para ministro de Justicia o alguna otra mierda por el estilo.

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