lunes, 6 de junio de 2016

EL ABRAZO




Hace unas semanas tuve un sueño tan terrible como hermoso. Veía a mi padre en el salón de su casa, sentado en el sofá con mi hijo mayor a un lado y yo en el otro a cierta distancia. Entonces, de repente, el pequeño se ponía delante de mi padre y lo abrazaba, mi padre abrazaba al mayor contra su corpachón y yo no dudaba en echarme sobre el regazo de mi padre para que también me abrazara a mí. No quise mirarle a la cara, tampoco a ninguno de mis hijos, sólo sentir el abrazo de cada uno de nosotros. También sentí que mi padre lloraba. Me desperté de golpe, llamándole, sobresaltando a mi pareja que yacía a mi lado. De todos los sueños o pesadillas que he tenido con mi padre en el último año ésta ha sido la que más me ha conmocionado. Así que en seguida me puse a reflexionar sobre lo que había soñado como de costumbre. Y como de costumbre también no fui capaz de encontrar el menor atisbo de racionalidad que no fuera que mi subconsciente me tiene programado una serie interminable de sueños de este calibre para lo que me queda de vida; simplemente echo de menos a mi padre porque se fue cuando todavía no le tocaba. Con todo, tampoco fui incapaz de evitar la idea de que el sueño había sido un abrazo que mi padre nos había enviado desde un lugar imposible en el que sólo se puede creer de un modo irracional, esto es, religioso. De modo que hasta reconozco haber envidiado por unos instantes a aquellos creyentes para los que no habría dudas de la posibilidad de lo que acabo de suponer, fantasear más bien. Me decía que sí, en efecto, algo de dicha tiene que haber en esa fe ciega gracias a la cual puedes aceptar de pie juntillas que tu padre te ha mandado un abrazo desde la ultratumba, de que es precisamente en eso en lo que consiste el hecho religioso, en la renuncia voluntaria a la racionalidad para obtener solaz, consuelo, en los momentos más duros de la vida, puro placebo consistente esencialmente en el auto engaño, ya sea porque así te lo han inculcado y no has sabido o querido desprenderte de tanto sinsentido místico, o porque aun consciente de ello has llegado a la conclusión que la vida recubierta de fantasía es mucho más llevadera. Yo no soy capaz de semejante acto de fe interesado, falso porque siempre habrá una voz interior que me diga que eso no me lo creo ni metiéndome incienso en vena, que todo es una pamema para burlar la realidad, un alucinógeno directamente contra mi raciocinio. A decir verdad, ni siquiera siento la envidia que antes apuntaba, y sí algo de lástima, porque enfrentarse a lo inexcrutable con fantasías místico-religiosas renunciando a cualquier ejercicio de la razón se me antoja lo más parecido a ser un muerto en vida, esto es, alguien incapaz de aceptar su finitud.

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