lunes, 6 de junio de 2016

SANTOS Y SANTURRONES

         
              

Que la nuestra es una sociedad secularizada sólo muy por encima da fe la obsesión por la santidad. Todo el mundo sigue aspirando a ser santo o, todavía mucho peor, se disculpa por no serlo. Sí, todavía hoy en día el mayor grado de estima que merece una persona se cifra en la recurrida expresión de "es un santo". Un santo, sí, que no es lo mismo que ser buena persona, en esencia la que no hace daño al prójimo, sino alguien tan convencido de la bondad de sus actos que encima pretende ir por la vida dando ejemplo. Yo a los santos los echaba a a los leones como un Nerón cualquiera; simplemente por coñazos. No obstante, está tan arraigada la idea de la santidad en el imaginario de la gente como el sumum de a lo que debería aspirar el ser humano para justificar su paso por la tierra, que la inmensa mayoría parece aspirar a que lo tengan por tal, ya sea vivo o después de muerto. De ahí precisamente esa bochornosa impostura de los funerales cuando el cura o el pariente de turno se empeñan en glosar las bondades del fallecido donde no las hay, esto es, acojiéndose casi siempre a la anécdota más rebuscada, y por lo general apócrifa -yo qué sé, un día que el finado dejó pasar en la cola de la caja del super a una ancianita que sólo llevaba un paquete de salvalips-, que pueda justificar de refilón, afirmaciones tan grotescas como que era una persona dada a los demás y que toda su vida miró por sus semejantes, afirmaciones que la mayoría de las veces probablemente harían partirse el culo al muerto dentro de su tumba si pudiera oírlas. En realidad hablamos de la permanencia de una mojigatería de raíz católica en una sociedad secularizada que hace inconcebible, por irrespetuoso o ya directamente escandaloso, que durante unas exequias alguien rinda homenaje de verdad al fallecido recordando que fue un cabronazo que pasaba de todo el mundo menos de los suyos, que nunca se preocupó de nadie excepto de él mismo, que nunca dio un duro para salvar ballenita alguna, que siempre se aplicó para todo la ley del menor esfuerzo y así todo en ese plan; pero que, joder, cómo les hizo reír a todos los que lo rodeaban, qué salidas tenía el tío, cómo cantaba, zampaba y bebía, qué generoso era cuando se ponía hasta el culo , y qué leal fue siempre con los suyos en exclusiva porque el resto como que se la traía floja.

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