viernes, 10 de junio de 2016

VIAJE DE FIN DE CURSO



Hoy mi hijo mayor ha ido de excursión de fin de curso. Y claro, servidor no ha podido evitar rememorar las suyas; como que cuando íbamos al cole lo primero que le he dicho es que nada de drogas y de acosar a las chicas. Así pues, y en lo que tardo en libar una Alhambra a modo de descanso de mis quehaceres diarios, voy a hacer un somero repaso de lo poco, porque es muy poco, que puedo recordar. No así de las excursiones del mes de mayo, las de con flores a María y toda la hostia, a ver a la virgen de Estibalitz que era la nuestra. De esas sí que me acuerdo. No me voy a acordar si siempre me pasaba algo. O me dejaba la mochila en el bus y luego tenía que ir a las cocheras con mi padre a buscarla, que cómo sería el trauma del mocoso que era que todavía me acuerdo que era una de la Pipi Calzalargas. Eso o me olvidaba la mochila con el hamaiketako en casa y tenía que ser la andereño la que me prestara parte del suyo para no morir de hambre junto al pantano en la zona de Landa. O un año les daba a los del cole por organizar visita ciclista hasta Estibalitz y a medio camino se me salía la cadena de la mía y tenía que subir a hasta el cerro empujando la bici mientras repasaba todo el santoral. Un sinvivir. Que yo recuerde, y exceptuando los primeros años que nos llevaban a la playa de Laga al lado de Gernika -de esas sólo me acuerdo de cuando Arrieta, el compañero de clase que sufría lo que ahora llaman bulling, y tras decir que ya se encargaba él de cuidar la ropa y las mochilas del resto de la clase, dejó que subiera la marea para que se mojara todo mientras nos bañábamos, y que de resultas todo el mundo corrió detrás de él a lo largo de la playa para la cosa del linchamiento y así; un resentido- casi siempre nos llevaban a Donosti, al menos ya creciditos, que después del baño en la Concha o en Ondarreta -todavía no existía ese engendro de Zurriola- subíamos hasta el parque de atracciones de Igeldo y allí ya el despelote; primero a fumar los porros a escondidas que preparaba el macarra de clase en la Casa del Terror, "mierda de la buena que me han pasado los colegas del barrio", alguna que otra birra con el dinero que nos habían dado en casa para "refrescos", y ya luego a liarla parda en los autos de choque, en la cosa aquella de las barcas o donde fuera, que no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo es de que hace unos años subí con mi familia, y qué voy a decir, que si quieres vintage y del bueno en Igeldo te puedes dar un atracón. Pero lo mejor coincidir con un colegio de chicas en el parque, máximo si era uno de Vitoria, sobre todo en la susodicha Casa de Terror. En Vitoria ni nos hubieran mirado a la cara, así eran ellas, ni más ni menos que como siguieron siendo más tarde. Así que si una caladita por aquí y otra por allá, un trago de eso o de lo otro, Iñigo Sánchez perseguido por un empleado del parque con una llave inglesa en la mano, el muy bestia siempre la montaba, y luego ya de cabeza a la concupiscencia y así aprovechando la intimidad del sitio: "¿no queríais Casa del Terror?" A los pocos días después de la excursión solían aparecer en clase los profes hechos unos basiliscos con la matraca de que si las monjas del cole tal o cual se habían quejado al nuestro porque alguno, o tocó más de lo que había tocar, o le tocó a la que no quería que la tocaran, y hasta lo hizo también a la vista de todos bajando en el funicular; tocar, tocar... Joder, que éramos unos críos y ellas venían de un colegio de monjas; ya se sabe la fama... Y esto con once, doce o trece años, a las puertas de la edad del pavo, apuntando maneras para lo que vendría después. El caso es que cuando le digo al mayor que nada de drogas ni de magreos no consentidos, él va y me mira como si le estuviera hablando del bosón de Higgs. No sé, o yo soy tonto y me lo creo todo, o puede que me esté adelantando porque todavía sólo tiene diez.. ¿once? ¿Cuántos años tendrá ya el mayor?

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