sábado, 19 de agosto de 2017

LA MORDEDURA


Me ha vuelto a picar, más bien morder, un puto bichejo. Lo más seguro es que haya sido una araña. No lo sé, puede que cualquier otro ser diminuto de esos que, de ser cierta la existencia de un ser supremo creador de todo lo que conocemos, habría que convenir que a estos los ha creado sólo para jodernos la vida a esos otros hechos a su imagen y semejanza. Y me he asustado, sí, porque hace dos años más o menos me picó otro en el muslo y como me rasqué instintiva y compulsivamente parece que el veneno, o lo que fuera que contenía su picadura o mordedura, se extendió por lo toda la pierna, además de abrirme una herida que supuraba de todo. Al final la pierna se me puso del tamaño de un jamón serrano de los que cuelgan en los bares de carretera y así, el doble o triple del tamaño de su homóloga. No me quedó otra que acudir al hospital, donde, ante la estupefacción de los médicos de guardia que no tenían ni idea de lo que tenían delante, tuvo que ser una enfermera quien acabara diagnosticando una mordedura de araña y aconsejando a los doctores que me recetaran Eucerin, una pomada calmante para la piel, y el correspondiente antibiótico. Aquí podía meter también la peripecia vivida con un taxista en búsqueda de la farmacia de guardia a las tantas de la mañana con la pata hinchada y prácticamente amoratada; pero, para qué, nos alargaríamos demasiado. El casó es que entre pomadas, antibióticos y reposo la herida acabó sanando.

De modo que esta semana me he vuelto a ver en las mismas. Un ronchón del tamaño de un dedo como consecuencia de lo que supongo varias mordeduras seguida. Sólo que esta vez ha sido en un costado del pecho, lo que me ha hecho temer que si me rascaba de nuevo sin darme cuenta, la escabechina que podía volverme a hacer, se entiende que extendiendo el veneno de la mordedura como la vez anterior, podía llegar a afectar al corazón o a cualquier otro de los órganos vitales que alberga la capa torácica. No sé si exagero, que puede que sí, pero siendo lego en estas cosas, y lego además premeditado por pura aprensión, he preferido andarme con especial cuidado.

Al principio he procurado calmar el picor con el recurrente lápiz de amoniaco. Creía que bastaría así junto con mi firme determinación de no rascarme en la parte afectada. Creo haber cumplido con mi propósito mejor que bien por mucho que mi señora me reprendiera de continuo por rascarme, cosa que no he hecho en ningún momento, sino más bien pasar el dedo por la mordedura a fin de comprobar su estado. El caso es que como la marca se sitúa en un costado de mi pecho, y que éste es, al igual que el de mi padre y de muchos de los míos, de tipo superhéroe de Marvel, vamos, de una cierta desproporción entre la capacidad torácica y el resto del cuerpo, hasta el punto que cuando micciono apenas puedo verme la punta de... los zapatos, apenas conseguía ver cómo evolucionaba la mordedura si no era reflejándola en un espejo o con la asistencia de terceros. Mucho mejor, me decía, así no me obsesiono, lo que no se ve como si existiera o casi.

Y digamos que así ha sido durante el día, que la mordedura casi ha pasado desapercibida de no ser por el picor que poco más o menos iba mitigando con el amoniaco. Empero, por las noches ha sido un infierno. No es que me picara la mordedura, es que me ardía. Y aun así, y puede que exceptuando una noche que probablemente me la he rascado por pura inercia mientras medio dormía, he conseguido resistirme con una voluntad de hierro y gracias siempre a que tenía muy presente lo sucedido la vez anterior. De hecho, estoy muy contento conmigo mismo por haber sabido aguantarme pese a la insoportable quemazón. Estimo que es otra prueba de que cuando me propongo algo en serio soy capaz de ello por muy chorra que sea la cuestión, o sobre todo si es chorra.

Con todo, la mordedura no sólo no remitía sino que además el picor parecía ir en aumento. Entonces nos hemos acordado de la pomada de la vez anterior. Y sí, ahí estaba, en la caja de madera donde ahora guardo la mayoría de los medicamentos que me suministro por la razón que sea, prueba inequívoca de que estoy en ese periodo de la vida en el que cada uno tenemos a mano algo parecido que da testimonio de nuestro ya irreversible y progresivo deterioro.

Y sí, el Eucerin ha obrado el milagro o casi. Por lo menos la mordedura ha empezado a cicatrizarse, o eso me dice mi señora. Si bien no del todo, en realidad llevó aplicándome la pomada desde hace tres días y todavía sigo con el picor. Pero sí, mucho más liviano y desde luego que nada que ver con el quemazón de las noches anteriores.

Así que asunto casi zanjado, espero no tener que tomar antibiótico o visitar a un galeno. Espero que tarde lo que tarde desparezca como desapareció la mordedura de hace dos años y que, mira tú por dónde, me ha servido para enfrentarme a ésta con la cabeza que entonces me faltó; sí, la experiencia siempre es un grado.

De ese modo, he tenido que afrontar la vida cotidiana, más tranquila de lo habitual porque, aunque me he reincorporado a mi rutina, seguimos en pleno agosto y todo continua a medio fuelle. Lo hecho, eso sí, con un humor de perros que he procurado disimular peor que bien, porque, aunque el picor durante el día no era tan intenso que durante la noche, ahí seguía en mi costado recordándome que un elemento extraño había decidido dejar constancia sobre mi piel de la fragilidad de nuestra presencia sobre la faz de piedra. Así pues, ha habido ratos en que el fastidio provocado por la picadura se sumaba a ese otro doméstico que resulta de la brega diaria con la inanidad existencial de unos críos todavía de vacaciones, con los quebraderos de cabeza habituales que genera la actividad que tiene uno entre manos, la ansiedad provocada por la dieta a la que me he sometido estos últimos días para reducir los excesos de unas vacaciones en las que he acabado saciado de todo, o con los inevitables "tête à tête" conyugales del tipo "¿no me jodas que este sábado también tenemos que ir a comer a casa de...?", se ha transformado en verdadera irritabilidad. Pero en fin, nada que no arregle el Eucerin.

Entretanto, la vida continuaba también fuera de casa, en el resto del mundo, y esta semana además del modo más crudo con el que acostumbra a hacerlo de vez en cuando. Un mundo que cada vez, puede que con los años, resulta más fastidioso en su irresoluble y impredecible sinrazón, en su crueldad sin límites y su infinita vulgaridad. Y sobre todo, un mundo que acogota el juicio dada la trágica evidencia de que todo eso que tanto nos espanta o indigna está condenado a repetirse bajo una u otra forma porque es consustancial al ser humano. Así también como todo lo contrario, todo lo que es bueno, dichoso, hermoso, todo lo que nos hace felices aunque no acertemos a definir cómo o concretar el qué.

No obstante, reconozco que esto último ha sido un momento de lucidez optimista, quién sabe si un recurso, químico o lo que sea, -si eso que me lo explique el experto en estos temas-, del cerebro para evacuar las dosis de negatividad acumuladas tras los últimos días de terror irracional y las múltiples expresiones de la irracionalidad generadas por éste. Un momento antes de notar que nuevo picor se manifestaba al lado de una de mis rodillas. Y en efecto, una nueva picadura o mordedura, no sé; reconozco las de mosquito, abeja o avispa, pero estas otras no. Por suerte, de momento apenas eran dos pequeñas protuberancias bermejas a las que enseguida he aplicado el Eucerin de marras y que hoy han amanecido ya completamente confundidas con el resto de la piel.

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