jueves, 17 de agosto de 2017

UN PAÍS QUE EMBISTE

En un telediario de una cadena generalista introducen la noticia de la máxima afluencia de turistas a Santiago de Compostela y otros puntos de España con el sonsonete de que "son aceptados y queridos sin ningún reparo". Vamos, como dando a entender que a diferencia de Cataluña y el País Vasco, donde, se supone, los pérfidos separatistas arremeten contra el turismo como enésimo ejemplo de su innata intolerancia contra todo lo que sea progreso, cosmopolitismo y bla, bla, bla, en el resto de España no sólo no hay problema alguno de turismofobia sino que incluso se les recibe con los brazos abiertos.
Supongo que es la manera de tratar la polémica del verano por parte de esta cadena generalista, y me temo que también por la plana mayor de la prensa española. Lo es porque una vez más se impone el anatema al contrario, cuando no la ridiculización de sus argumentos previo paso a la demonización.


Yo no me veo capaz de posicionarme en algo sobre lo que todavía me estoy informando. Soy incapaz de dar la razón a los que denuncian un modelo de turismo al que achacan todo tipo de males, y tampoco a los que niegan la mayor. No me gustan los actos violentos, me retrotraen inevitablemente a épocas no muy lejanas y demasiado luctuosas. Sin embargo, me escama tanta unanimidad, casi que institucionalizada, contra una protesta, la cual, aun por muy burdos o condenables que sean sus modos de expresión, dudo mucho que surja de la nada, del mero capricho de meter ruido o subvertir lo que sea para imponer utopía alguna. Argumentos como que lo de que la turismofobia es la vía de escape de los violentos de antes para seguir en la brecha, me resultan tan excesivos como ridículos, puras evasivas.

Sin embargo, lo que realmente me sigue sorprendiendo por muy escarmentado que debiera estar ya a estas alturas, es la ausencia prácticamente absoluta de verdadero debate o contrastación de ideas en los llamados medios de comunicación. Me alucina cómo impera, una vez más, los artículos de trinchera con su armamento de prejuicios e insultos y poco más, la negativa a escuchar al otro porque baste que vaya de este o ese otro palo para que no nos merezca ni el más mínimo crédito nada de lo que diga o haga. Es un nivel tan bajo que no se explica en exclusiva por las carencias innatas de una sociedad que ha despreciado secularmente la inteligencia y se ha educado y afirmado sobre todo en el rechazo al otro, tipo rivalidad Barça-Real Madrid. No, tiene que haber algo más, algo o alguien convencido de que una sociedad que debate no puede ser nada bueno, no interesa, lagarto, lagarto.

En fin, en cualquier otro campo será lo que uno quiera, pero en el de las ideas, el debate, España sigue siendo un país increíblemente pedestre, obtuso, esclavo de tantos prejuicios e intereses espurios, sospecho que aguijoneados por terceros, no sé quiénes, no me pregunten. Un país que no debate, que no contrasta las ideas de unos y otros, que se complace en darse de hostias con el de enfrente, de gente que sólo embiste, no es un país libre, es un país de dogmáticos, de gente que todo lo hace por las bravas y por eso casi nunca hace nada.

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